Tenía pensado escribir sobre las enormes contradicciones del discurso de Santiago Abascal en ¡Viva España 2025!, esas mismas en que reclama soberanía mientras se postra a las fuerzas imperiales que quitan trabajo a los españoles; que infectan su cabeza con estupideces ideológicas de hunos y hotros; que le hacen elogiar a Charles Kirk como un protomártir —execrable crimen que debe ser denunciado sin duda y en el que la izquierda caviar ha quedado retratada— mientras olvida a Ashur Sarnaya —cristiano caldeo amante de la libertad de expresión tanto como aquel y asesinado en Lyon—, aunque haya recordado a los miles de católicos asesinados en África pero no a los que son atacados en Israel; etcétera. Luego uno ve las imágenes del intento de final de la Vuelta a España y de lo acontecido en el recorrido en otras etapas y piensa, pocos votos le dan las encuestas a Vox.
En España la izquierda, si es que se le puede llamar así a ese engendro liberal gestado en la Francia de los melindres, parido en los EEUU del materialismo infecto y amamantado por todos aquellos a los que un trabajador les repugna —quien dice trabajador dice autónomo que se deja la vida y el alma en su negociete— y piensan que es inferior porque no tiene x título o no ha ido a x universidad, está en franca desaparición. Algo que aprovechan los populismos para intentar captar voto entre las capas más humildes o el precariado. Lo último que han visto para aparentar lo que no son es la causa palestina —¿no sé qué les pasa a los izquierdistas con todas esas causas de pueblos o grupos que harían carne de picadillo con ellos, ellas y, especialmente, elles?—, es casi lo único que les queda para diferenciarse en sí y para sí de la otra parte del liberalismo global. Y no es que la actuación de Netanyahu no sea algo abominable por la saña que está poniendo en acabar con los habitantes de Gaza —donde ha atacado hasta la iglesia católica y allí no hay escondidos o camuflados terroristas de Hamás—, en impedir la ayuda humanitaria y todo lo que se observa —tampoco Hamás ha liberado a los rehenes o lo que quede de ellos, cabe recordar—, pero utilizar una posible causa noble para las cuitas internas, como que no.
Son muchos años ya pero uno recuerda perfectamente los llantos y lloros de todos estos propalestinos cuando, tras la manifa, recordaban que ese finde no podrían ir a Baqueira Beret, o a cualquier otro sitio de moda, para terminar matando las penas en cualquier discoteca cool de la época. A ser posible en Malasaña y con portero en la puerta. Esos son los políticos que hoy están al frente de los partidos de la supuesta izquierda, los cuales han arrastrado en el «efecto tolili» —efecto de imitación de acciones de otros que parecen lo «más guay del mundo»— a otros izquierdistas para «montarla» y que se note que la izquierda está todavía movilizada. De ahí que Pedro Sánchez alentase a las movilizaciones desde Andalucía o que Irene Montero —la que lleva a sus hijos a un cole privado y vive en un chaletazo— fuese a Cercedilla a ver si paraba la etapa de la Vuelta —luego iría al Sala a comer gambas antes de volver a su casa—. Mediante algo que saben no pueden evitar —Sánchez dixit—, hacen ver que la izquierda mantiene la movilización y alientan esa polarización contra los «sionistas» de derechas —otra cosa incomprensible—.
Los que han acudido lo han gozado, se han sentido realizados por un momento en su vida antes de volver a esa mierda de trabajo que no te permite un alquiler decente, a esa vida intrascendente porque se carece de pensamiento crítico, a esa nevera con comida de baja calidad porque no da para más el salario —pero tiene Netflix, HBO y otras cadenas ideológicas imperiales—… Algunos viejos izquierdistas han acudido a ver si despertaban la conciencia de los demás, pero seguramente no lo hayan conseguido. Eso sí, al menos han recordado los viejos tiempos cuando la izquierda se movilizaba por los trabajadores. Mañana estarán jodidos pero contentos.
Mientras tanto Sánchez, que utiliza todo esto para subir en las encuestas a cuenta de Sumar especialmente, estará acariciando un gatito con pose del padrino esperando que las tertulias televisivas hagan el resto, que para eso las financia. Por su parte Abascal, que estaba a otras cosas en ese momento, tendrá justificado el discurso de que la izquierda utiliza la violencia cuando pierde —algo que le podría haber preguntado a Melissa Hortman, congresista demócrata, sino hubiese sido asesinada en junio en EEUU junto a su marido— y a intentar quitar más voto al PP, quienes gobiernan en ayuntamiento y comunidad. Éstos, los del PP, se harán las víctimas. Y así todo el teatrillo que tienen montando seguirá haciendo girar la rueda de la mezquindad política española.
La violencia por hechos, por graves que sean, lejanos es incomprensible para cualquier ser humano socializado en una cultura dada. La violencia política por cuestiones que aluden a las personas de esa cultura son comprensibles. Si ayer la Vuelta se hubiese parado por las 37 horas semanales, las pensiones, la sanidad pública, la educación sin ideologías de ningún tipo, etc., la solidaridad de muchos hubiese estado presente. Utilizar la violencia para perjudicar algo que además es deportivo provoca el rechazo de muchas capas de la sociedad que no entienden del tema. Como ha dicho el ciclista Michal Kwiatowski «a largo plazo es bastante perjudicial para el ciclismo que los manifestantes consigan lo que desean. […] Desde ahora es obvio para cualquiera que una carrera ciclista puede ser utilizada como un acto efectivo para las protestas y la próxima vez puede ser peor». El efecto tolili es imparable como ha demostrado la historia. Y si los manifestantes van con consignas del tipo «El Madrid del “no pasarán” debe salir hoy a demostrarle a Gaza que no están solos», sabiendo que pasaron y se quedaron cuarenta años pues… Aquí solo pierden los españolitos de a pie, como casi siempre.