El «bien común», un concepto que suena de maravilla; un concepto sobre el que se puede debatir para estrechar o ensanchar sus fronteras —quédense con este concepto de frontera—; un concepto que siempre estuvo en los libros de los más sabios de del pasado; un concepto que misteriosamente hoy está en completo desuso. Es más, se duda que siga existiendo viendo lo que dicen las élites políticas del mundo, por no hablar de la coalición dominante. Y no será porque no se ha intentado por parte de pensadores que estuviese siempre en el primer plano del debate político, social y económico. Con más o menos fortuna se ha intentado con resultados pésimos por lo que se ve.

El «bien común» no ha sido, es, ni será —pues cabe una pequeña esperanza— inamovible, concreto, pétreo, siempre está incardinado en su contexto cultural, en su espíritu de época, en su región. Salvo una mínima base que es garantizar la vida de todos los seres humanos en un lugar dado, y con garantizar la vida no sólo se incluye la seguridad, a lo que, gracias al progreso humano, se puede añadir la dignidad del ser —algo que alguna escuela de pensamiento ha estado negando a David Cerdá, por ejemplo—. Más allá de eso, tanto en el plano espiritual, ético y material todo son añadidos. Aunque por ser adherencias contextuales no dejan de tener su importancia para una sociedad dada. O lo que es lo mismo, que a nivel universal exista una base mínima, con alguna añadidura fruto del progreso del ser humano, lo que puede encajar en el bien común de una sociedad y ser algo importantísimo, puede ser algo banal en otra. Lo cual no relativiza ni lo que una y otra entienden como bien común.

John Rawls intentó con su teoría de la Justicia, posteriormente modificada, algo así como una aproximación racionalista al bien común. Todos debía olvidar en qué posición social estaban, qué religión profesaban, qué ideología preferían… todo mediante un «velo de la ignorancia» para poder discutir el mínimo indispensable para tener una buena vida en una sociedad dada. Algún comentarista habló de una tarea de dioses y Robert Nozick, algo más guasón, expuso que lo mejor era tener la máquina del placer para satisfacer a todos. Cualquiera entiende que esa forma de buscar el bien común, el cual incluye una Justicia —no de jueces—, es demasiado idealista porque, por mucho velo de la ignorancia, el ser humano es como es y arrastra tras de sí sus manías, vicios adquiridos, su posición social, etc. Pero no es una estupidez lo que se expresaba pues es el fundamento para que el bien común que sea la piedra angular de cualquier sociedad, el cual sólo podrá ser encontrado por un procedimiento de ese tipo.

Sin llegar al extremo de Jürgen Habermas y su diálogo casi ilimitado, aunque se necesita diálogo, mucho, es factible encontrar ese punto de acuerdo sobre el bien común en cada sociedad. Evidentemente todo bien común tiene unas fronteras que no pueden ser ensanchadas sin costes sociales y de vivencia. El bien común es el núcleo mínimo de lo que necesita una sociedad para funcionar como tal, no como mera agregación de individuos que buscan su bien particular. Sociedades así, individualistas, han existido y existen pero no tienen más bien común que la seguridad física, si es que a eso se le puede llamar bien común. La presencia del bien común al final es ese mínimo límite a cada persona que se establece para que todos vivan no sólo en armonía sino para poder desarrollar todo su potencial personal. Mientras algunos ponen los deseos del individuo o grupos artificiales en el centro, otros intentan que sea la persona en sí, de forma integral la que sea la piedra angular de la sociedad.

Como dice Armando Zerolo en toda sociedad, al final, existiría polaridad, debate, discusión sobre los fines y los medios, sobre lo cultural, sobre lo ético, pero sin bien común lo único que existe es lo que se tiene hoy polarización. La polarización, que no es de ayer mismo sino que ha ido germinando al compás de los años y los cambios estructurales, no quiere, ni desea un bien común. Y no es porque no quiera que a este o aquel les vaya bien, no, es porque no les interesa que los «míos» —cada cual tiene sus «míos»— no sean los que tengan el cuchillo de cortar el pastel. En las sociedades donde existe un bien común, que habrán entendido ya que es consensuado, los «míos» en sí no son posibles porque siempre está el «nosotros» a nivel general.

Hoy no existe algo parecido al bien común sino una compra-venta de producto sociopolíticos y culturales. ¿Qué ética existe hoy en día en todas las capas de la sociedad salvo para tirársela a la cabeza al otro? ¿Cómo se sustancia algo parecido a un bien común si cada uno quiere apropiarse de lo de todos? ¿Cómo establecer algo así si el diálogo es inexistente, todo son amenazas, chantajes, diálogo de besugos? Es paradójico que los únicos que siguen hablando hoy en día de bien común sean los teólogos. Ningún político o partido piensa en el bien común sino en el bien que se puede derivar de prejuicios, de idealismo desaforado, de ideologías particulares, de intereses personales o grupales, de intereses económicos particulares, en todo caso nada aproximado al «nosotros». Y cuando a alguien se le ocurre hablar del nosotros es para lanzar su nacionalismo a la cabeza de otro, nacionalista o no.

Sin bien común es complicado construir una sociedad libre, construir algo similar a una democracia, construir un día a día con esperanza… en general ser humano en sociedad. Porque, por mucho que les disguste a algunos, el ser humano vive en sociedad. Ningún político habla ya de bien común y pueden entender el porqué, el bien común implica a toda la sociedad incluyendo a las mentes más brillantes de la misma. Sin bien común cualquier pelagatos domina la escena con un texto escrito por otros que se esconden tras la bambalinas. El mundo necesita recuperar el bien común, se evitarían muchos problemas de todo tipo.

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