Todos los consejeros de educación hablan y no paran de la integración de las aulas de sus respectivos territorios. De lo bien que se gestiona la inclusión en ellos de diferentes tipos de discapacitados, personas con autismo, extranjeros, etc. Luego la realidad es la que es, chavales con síndrome de Down rechazados, autistas sin aulas TEA, peleas y broncas… todo eso se esconde al final con numerosas estadísticas que es lo único que saben manejar los altos cargos. Estadísticas que, como sabe cualquiera que haya estudiado y trabajado con ellas, son capaces de decir lo que se quiera, cuando se quiera y de la forma en que se quiera.

Hoy les traemos la historia de Ramiro —nombre ficticio, como pueden suponer— un chaval autista, diagnosticado a los dos años de edad y que recibe medicación para su tratamiento, además de las visitas periódicas a un psiquiatra de la sanidad pública que es quien le lleva. Ramiro desde que entró en el sistema de educación ha tenido dificultades, más allá de las posibles de relación con compañeros, porque desde infantil a cuarto de primaria no ha dispuesto jamás de un aula TEA —aulas especiales para trabajar con personas diagnosticadas con un Trastorno de Espectro Autista—. Por lo tanto durante gran parte de su vida estudiantil ha estado integrado con los demás niños y niñas y con profesores conocedores del TEA de Ramiro.

Al pasar al instituto en Galapagar comenzaron los problemas para Ramiro. Pese a haber en su centro otros chavales TEA, la ratio es de cuatro pero si la dirección del mismo lo solicita se puede habilitar, no se consideró la necesidad de ella aunque sí disponían de una técnica de integración social como apoyo complementario —algo a lo que están obligados todos los institutos, como los de integración en igualdad pero que no suelen existir—. El trastorno de Ramiro suele desembocar, de forma no recurrente y poco frecuente, en algún episodio de violencia, como si fuese un niño pequeño que tira un juguete a un mayor o le da una patadilla, y de ahí que tome la medicación, aunque su psiquiatra recomienda que se integre con los demás chavales y haga una «vida normal» para la superación, dentro de lo posible, de su trastorno. Salvo algún episodio esporádico, en su carrera escolar, Ramiro no había tenido problemas graves de conducta. Su TEA le genera callarse y mostrarse poco receptivo si se siente agredido y acaba por responder agresivamente —como cualquier conductor de la M40—.

¿Por qué decir todo eso de Ramiro en primer lugar? Porque hay que situar los antecedentes para entender cómo el sistema acaba siendo poco integrador con las personas que sufren algún tipo de enfermedad o discapacidad. Pese a las buenas palabras se acaban vulnerando los derechos de todas estas personas por la comodidad de profesores, directores y altos cargos. Por cierto, el alto cargo del DAT de zona para el instituto de Galapagar, tiene 85 años y ahí sigue.

Los progenitores de Ramiro estaban encantados a priori con el instituto pues, como afirman en su web: «Pretendemos que el Centro sea un modelo de respeto y tolerancia; de desarrollo de valores; de hábitos solidarios y cooperativos; de aprendizaje para la vida. En definitiva, un Centro con una oferta abierta que cubra todas las demandas socio-culturales y educativas, con implicación en los ámbitos familiar, social y local». A las primeras de cambio, los valores salieron por la ventana.

Ramiro ha sido «expulsado» del instituto por faltas graves, siendo su destino un instituto de Torrelodones donde están mejor preparados porque sí se han preocupado de tener los elementos necesarios para trabajar con este tipo de personas. Los incidentes para «expulsar» a Ramiro han sido tirar del pelo a una chica, tirar del pelo a su TIS —la cual reconoció que habló a Ramiro de forma poco apropiada y se generó la acción propia de su trastorno— y por tirar del pelo a otra chica tras estar aguantando Ramiro que un grupo de alumnos se estuviese riendo de él. Tras esto, el 13 de mayo se le abre expediente disciplinario, sin alegaciones, ni posibles recursos —de hecho los recursos no existen «legalmente»— y se ordena su ausencia de las aulas hasta que se tramite el expediente. ¿Ustedes han vuelto a clase? Ramiro tampoco desde esa fecha.

Los progenitores, como pueden suponer, montan el cólera al enterarse de lo que estaba sucediendo. Lo primero que sucede es que se «arrastran» las otras incidencias de trimestres anteriores para poder reunir tres faltas graves, o supuestamente graves, y poder proceder a la apertura de expediente —los reglamentos y leyes no existen para este director de instituto—; en segundo lugar, se niegan a que haya apelaciones por parte de los progenitores e inspección de la Comunidad de Madrid no responde a ninguna de ellas, pues estaba claro que era una expulsión encubierta; tercero desde el DAT firman lo que les pongan delante porque el señor de 85 años no quiere problemas, no vaya a ser que le amarguen su camino al más allá; y cuarto, gracias a que los padres insisten, los profesores comienzan a enviar las tareas y por donde van en el estudio porque ni eso le querían garantizar a alguien que, cabe recordar, no había sido «juzgado».

A finales de julio, con el curso terminado y con Ramiro en su casa sin asistir a clase, reconocen que el proceso ha estado viciado de origen y contiene numerosos errores. Por ello indican que se debe volver a comienzo del procedimiento para que esta vez lo hagan bien. Como pueden suponer una maniobra de dilación para acabar con la paciencia de los progenitores y que el chaval no volviese a pisar ese instituto porque, es de suponer, no le parece bien a quien lo dirige. Mientras tanto el señor de 85 años haciendo mutis por el foro y que a él no le molesten y que lo que el director del instituto decida «bien hecho está». Vuelven a llamar a los progenitores para la apertura del nuevo expediente el 11 de septiembre —y Ramiro sin asistir a clase y sin saber dónde acabará desde el 13 de mayo— y lo primero que afirma el director es que debe ir a un centro terapéutico que hay en Guadarrama. Por si no lo saben ese centro está destinado a personas completamente disruptivas y frecuentemente violentas y con tendencias suicidas. No es para un TEA sencillo y es algo que al psiquiatra de Ramiro pone los pelos de punta.

¿Qué sucede al final? Que los progenitores aburridos y sabiendo que desde el instituto de Galapagar van a hacer todo lo posible para que Ramiro no pise su centro escolar, ese tan inmaculado que dicen tener, aceptan cambiarle a Torrelodones donde sí hay profesionales educativos y se preocupan realmente por la integración de las personas con discapacidades y/o trastornos leves. Al final el sistema está montado de tal forma que los derechos humanos básicos, como la educación, de las personas con discapacidades no son respetados. Pese a que JMG afirma estar muy concienciado con el tema por tener un familiar en la misma situación, se quita de encima al chaval a las primeras de cambio. Se vuelve a ocultar a los discapacitados en las casas, a no mostrarles para que nadie dude de lo perfectos que son «algunos» seres humanos, a invisibilizar a personas con pequeñas diferencias. Los informes demuestran que cada vez más se están diagnosticando a personas con TEA ¿así es como les tratan la Comunidad de Madrid, los profesores y los altos cargos? Una nueva vuelta a los tiempos oscuros del ocultamiento y la exclusión social.

Post Scriptum I. Mientras se terminaba de recopilar la documentación necesaria para respaldar este artículo, ha llegado la noticia de que al final, una vez que Ramiro ya no iba a acudir a ese centro educativo, la dirección lo deja todo con una mera amonestación verbal. Han dejado a un chico sin clase durante dos meses y medio ¿para una amonestación verbal? Da para pensar mal, que como dice el refrán siempre acaba acertando.

Post Scriptum II. Tenemos otro caso, que en cuanto nos autoricen será publicado, de esa misma zona donde un grupo de chavales, no originarios para más señas, han dado una paliza a un chico —que terminó orinando sangre y pasando un día en el hospital— y que acabará yéndose a otro instituto porque no se hace nada, porque es más fácil lavarse las manos. Y esta vez en un centro concertado, no piensen que las habas se cuecen en un solo lugar.

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