Entre esas cosas raras de la derecha, bueno del conservadurismo, actual está la celebración de los textos de Pier Paolo Pasolini. Le perdonan hasta haber sido gay, muchos siguen en el armario por esa zona, porque, según parece, tenía la respuesta a las preguntas del wokismo y demás artificios ideológicos del neoliberalismo. Igual no le han leído pero sacan dos o tres de sus frases sueltas, sin contexto, sin sentido —el problema de aforismos y frases célebres es ese, su descontextualización, su supuesta independencia del resto del texto, el intento de que expresen lo que no querían expresar…— y ya vale como atizador de la intelectualidad rojeras con uno de los «suyos». Ni existe algo así como intelectualidad rojeras, ni Pasolini puede ser de los de esta banda de nescientes. Se olvidan de la lucha de clases que siempre defendió, se olvidan de su rechazo del sistema en sí, olvidan lo fundamental en Pasolini, más cuando defendía cierta religiosidad popular.

En sus Escritos corsarios —hay varias ediciones pero la de Galaxia Gutenberg no está nada mal— estableció a primeros de los años 1970s el eslogan como la nada humana. Una nada que no dejaba de ser un arma del sistema, de la clase dominante, para someter a la mayoría y encauzarles por la vía del consumo, del hedonismo, del nuevo capitalismo que estaba brotando en aquellos años. ¿Cuál era el problema? Que este tipo de sofisticación lingüística, por así decir, estaba acabando con todo lo que suponía lo humanístico, todo lo que suponía tener algo en el cerebro para poder poseer un sentido crítico. Hoy con las redes sociales, especialmente TikTok, Instagram o X, sucede lo mismo a un nivel más profundo del inconsciente, vamos que de no tener sentido crítico se pasa a ser poco más que una ameba.

El eslogan en política siempre ha tenido cierta presencia, especialmente desde que los productores de mercadotecnia fueron incorporados a los gabinetes de los partidos. La diferencia es que quedaban guardados para los tiempos electorales y durante el resto del tiempo se trataban las cuestiones con cierta capacidad humanística. Había debate sustancial, medianamente racional —la política nunca perdió esa parte irracional o emotivista, aunque hoy es todo emotivismo y nada racionalidad— y centrado en la gestión o lo ideológico. Esto en España comenzó a quebrar con la llegada de José María Aznar a la presidencia del PP. Tras liberarse de demócrata-cristianos, liberales de viejo cuño y falangistas democratizados, instaló algo que era la tónica de los tiempos —en aquellos años ya iban tarde porque Reagan y Thatcher ya habían gastado las balas esloganistas—, el esloganismo. No hacer pensar demasiado a los posibles electores sino colarles ideas-fuerza, que les llaman, sin más.

Así han funcionado después Rodríguez, Rajoy, Iglesias o Sánchez —¿Recuerdan el «No es no», el «Somos la izquierda» y tantos eslóganes que ha ido colando en los atriles?—hasta llegar a Isabel Díaz Ayuso, quien no por casualidad está asesorada por quien estuvo con aquel, Miguel Ángel Rodríguez. La presidenta madrileña ha hecho del eslogan su única forma de discurso. En ocasiones con cierto sentido «ideológico», en otras como bola de derribo del gobierno estatal. «Madrid es libertad» o «La libertad para tomar cañas» fueron de sus primeros eslóganes. Paraideológicos porque nadie sabe a qué se refiere el concepto de libertad —debe ser al capitalismo de amiguetes de Quirón, Florentino Pérez y demás aprovechados del Estado— y tampoco ella es capaz de desarrollarlo. En esto empata con Sánchez en muchas cosas no explicables.

Posteriormente pasó al «Total, se van a morir igual», al «Me gusta la fruta», al «Perro Sanxe» y tantos otros eslóganes vacíos de contenido y dirigidos a un público, como hace el sanchismo, que no espera mucho más, al que le cuesta leer algo que tenga más de cuatro párrafos, al que le vale con el eslogan para pensar que se encuentra ante lo más enorme del mundo. Es como el «Márchese, señor González» del bigotes. En el otro lado también actúan así, no crean, desde el PSOE a Podemos pasando por Sumar y lo remata Vox. No se libra ninguno en realidad. Poca racionalidad, la cual requiere concreción y sentido común, según decía Pasolini en otra de esas páginas que se saltaron, y mucho emotivismo más poco pensamiento. De hecho si ustedes leen lo de «Me gusta la fruta» sintiendo que hay babas que salen de la pantalla, aún tiene algún sentido crítico dentro.

Y a todo esto ¿cómo funciona la Comunidad de Madrid? Todos esos atascos. Esa sanidad sin recursos. Esas universidades públicas hundiéndose. Ese regalar dinero a ancianos y jóvenes a cargo del salario de trabajadores y autónomos como sucede con el transporte gratuito. Esas carencias energéticas a las que no se pone solución pero se pide que sean otros los que les regalen la energía y no la utilicen en el desarrollo de las propias regiones. Esa segunda Ciudad de la Justicia que costará otra millonada y a saber si funcionará. Esos viajes a EEUU no se sabe bien a qué porque los madrileños no disfrutan de los supuestos beneficios —de hecho fue hacerse una foto con Carlos Sainz y gafarle la carrera para abandonar a las primeras de cambio—, salvo que los de la «gusanera» cubana y venezolana —como dicen los viejos comunistas— y su compra de pisos sean algo positivo, claro. Nadie piensa en ello porque se quedan en el eslogan y lo graciosa que es la chiquilla. Eso sí, en todas sus intervenciones en la Asamblea no la verán hablar de su Comunidad porque… igual ni tiene gestión.

Un signo de los tiempos más que debería preocupar a todos, se sientan de izquierdas o derechas, porque es acabar por la vía de la estupidez humana de lo poco humanista que le queda al ser humano. Es paradójico cómo ciertas universidades privadas, especialmente de derechas y católicas —léase la de Navarra y el CEU— están implantando asignaturas de corte humanista en sus currículos académicos hoy en día. Han tardado más de cincuenta años en darse cuenta que ciertas políticas que apoyaron son negativas para el ser humano. Joseph Ratzinger lo advirtió hace mucho, Luigi Giussani también —este sí había leído con detenimiento a su compatriota— y antes Pasolini, pero era mejor subirse al caballo ganador de los tiempos en vez de mantener una posición crítica. Y no, no es el wokismo el que acaba con todo eso y el ejemplo de Ayuso es más que pertinente para demostrarlo, es la ideología dominante de las últimas décadas, la cual tiene su cara progre y su cara de derechas.

Post Scriptum. ¡Ojo a las batallas negrolegendarias! Tanto unos como otros están en ese debate de forma espuria o engañados. Está bien que se debata sobre ello pero no es más que un ardid para que no se hable de otras cosas más importantes y actuales. Pasa como con los 50 años del fin del franquismo y tantas otras cosas. Los historiadores deben seguir investigando pero aparecen seres extraños, que se hacen pasar por… y que están a otra cosa, la cual genera buenos dividendos. Algo similar a lo que ocurre con la mayoría de columnistas y con los que aparecen por televisión o radio, no hay uso del intelecto solo eslóganes y bandería. Y esto también lo advirtió Pasolini y antes que él Althusser.

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