Fuente: Vatican News

El filósofo Diego S. Garrocho se ha lanzado, con un exceso de optimismo según propia opinión, a tocar las campanas de un resurgir del hecho religioso, en concreto del cristianismo/catolicismo en España. Dice el profesor que hay una especie de espíritu de época que está penetrando en la juventud, principalmente, y en otros grupos de edad. Una «vuelta a coordenadas espirituales que parecían proscritas» como refugio ante un mundo que parece hostil a todo tipo de certezas estables, buscando algún tipo de valores densos. En El giro católico podrán —si es que pagan la suscripción a El país, si no lo hacen esperen a que se lo pase en otro formato— analizar todo el desarrollo tan bien planteado por Garrocho.

¿Es esto cierto? ¿Existe un mini-zeitgeist cristiano/católico que empuja a agarrarse a los valores de siempre en Europa frente a todo aquello que viene impulsado por el verdadero Geist de la postmodernidad capitalista? Los datos, para España, no dicen eso. Tomando la última encuesta del CIS —cierto que las proyecciones políticas no son buenas, pero los datos crudos sí tienen cierto valor— en España hay un 18,1% de personas que se califican de católicos practicantes y un 34.7% de católicos no practicantes. En total un 52,8% de personas que están de una u otra forma ligadas al catolicismo. Si tomamos las cohortes de edades resulta que los jóvenes (18-24 años) suponen un 10,9% de católicos en España, los adultos jóvenes (25-34 años) suben a un 13,9% de católicos y será en las cohortes de más edad donde estaría el grueso de los católicos, especialmente entre los 45 y los 64 años. Paradójicamente solo un 34,3% de los practicantes acuden a misa domingos y fiestas de guardar; entre los no practicantes son más de un 60% los que no acuden nunca o casi nunca.

¿Qué dicen estos datos? Que si existe un espíritu de época no se nota. Hay un posible humus donde es posible que pueda fructificar una mayor religiosidad y es obvio que los valores densos de la religión católica tienen cierta preferencia. Los datos de la Conferencia Episcopal Española no divergen mucho de esta visión de la realidad. España es cada vez menos espiritualmente católica y habría que hacer un estudio para observar qué valores existen realmente entre los católicos confesos. Entonces, toda esa recuperación de una estética cristiana, de unos valores eternos, de una visibilización de ciertas prácticas ¿a qué se debe o qué es?

En primer lugar, no hay que descartar el uso parcial que puedan estar haciendo de los valores los famosos «ateos católicos», es decir, aquellas personas que no siendo católicas, ni creen en Dios, utilizan los valores católicos/cristianos para sus cuitas contra el mundo. Ahí tienen a numerosos políticos, de los que se duda con firmeza que sean religiosos, utilizando el catolicismo para ganar dos o tres votos a la par que tiran los valores católicos a la papelera en cuanto la cámara se da la vuelta. O la de esos intelectuales que defienden el catolicismo con una especie de katejón contra esa dilución de los valores ilustrados que ellos mismos estuvieron patrocinando con sus excesos racionalistas, las fragancias francesas o los efluvios del dólar (Jürgen Habermas como mejor ejemplo, pero en España haberlos haylos).

En segundo lugar, no cabe descartar que todo esto no sea sino otra moda, como el fachaleco, utilizada por el propio sistema para acabar diluyendo esa posible «ideología» contraria, en esta ocasión de tipo religioso, y dejarla en un producto más de mercadotecnia. No es bueno acudir a cantantes y demás actores del «espectáculo», en sentido debordiano, pues nunca se sabe si detrás no hay más que la búsqueda de un nicho de mercado o un océano azul al que llegar para hacer un poco más de dinero. A algunos por declarar su catolicismo no es que les haya ido muy bien, mientras que otros parece que sacan tajada de ello.

En tercer lugar, igual el optimismo viene provocado porque los católicos siempre estamos muy al tanto de todas esas cuestiones que tienen que ver con la religión católica. Tras años de haber sido señalados por hunos y hotros cualquier atisbo de esperanza, que no deja de ser una virtud teologal, puede provocar un exceso de optimismo. Es como cuando en EEUU se dice que aumentan los católicos pero sin cruzar variables como origen, raza, etc. Esperanzados y máximos optimistas los católicos pues es lo que afirma el evangelio.

¿Existe ese mini-zeitgeist? Realmente ni los datos, ni las actitudes de los más jóvenes en general parecen demostrar que sí. Sin duda, hay mayor valentía en defender la propia religión. Los católicos españoles se han quitado ese corsé impuesto durante décadas pero no dejan (dejamos) de ser los que son (somos) en realidad. Es como cuando el propio Garrocho lanzó aquella pregunta sobre el lugar de los intelectuales católicos, que sería recogida por unos cuantos, alguno señalando que escondidos, y que Ricardo Calleja compiló en un libro (que está por ahí en la estantería). Aquello pareció ser el impulso a una nueva época de intelectualismo católico, de lucha laica, de retorno de la misión apostólica y la verdad es que se ha quedado en poco o nada. Eso es algo que no interesa al Sistema, como la democracia deliberativa, el diálogo intercultural y demás buenas ideas y articulaciones propositivas en los márgenes del propio sistema.

No soy pesimista en sí, pero no me gusta lanzar las campanas al vuelo. Hay síntomas, fuera de las redes sociales, de que cabe la posibilidad de una buena articulación católica, en varios escenarios sociopolíticos, para dar un impulso a todo lo que cree vislumbrar Garrocho —y todos los que se han entusiasmado tanto como él a leerle— pero faltan dos o tres escalones para que eso se produzca y no sea sal sosa, que es lo que más hay en estos tiempos. Desde luego semilla de mostaza hay, ahora bien habrá que plantarla en un campo con posibilidades de fertilizar (que parece existir) y en el momento justo en que otras malas yerbas no imposibiliten su crecimiento. Discernimiento y acción, que se ha dicho toda la vida.

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