Ayer, mi querida amiga, mi Mari, ahora ya por todos conocida como «La Rozalén» me enviaba un mensaje, unas palabras como ella: contundentes, serenas, llenas de aire, duras, sorprendentes, que dibujan una melodía que te mece el alma. En su mensaje me cuenta que su Sierra (la del Segura en Albacete) se ha quemado, que todo ha quedado sin vida, que puede respirar el olor de las cenizas entre un silencio que se puede masticar.
Por eso su canción tiene este vídeo.
Cuando te has situado en ese lugar, en ese desierto negro, gris, es cuando ha preparado tu corazón para entender que ella habla de algo más. «El machismo que todo lo quema» comienza su siguiente línea.
«Las mujeres que lucharon por nuestros derechos y susurran en la nuca. Las humilladas, esclavas, codificadas, asesinadas… siempre presentes.»
«Nos queremos libres, felices, Vivas.»
Y mientras veo el vídeo me quedo pensando en cuántas mujeres están ahora mismo sufriendo. Cuántas, que aparentan llevar una vida perfectamente normal, sienten terror cuando cierran la puerta de sus casas. Esas que van muriendo por dentro pero, lastre a lastre piensan que siempre pueden aguantar un poco más.
Pienso en que nos asesinan. Nuestras parejas. Los padres de nuestros hijos. Capaces de hacer daño utilizando a sus propios hijos contra nosotras. Pienso en esos que hacen bromas que nos humillan, en los que están convencidos de que somos mucho menos capaces que cualquier hombre pero somos seres adorables a los que proteger y cuidar. Pienso en todas esas mujeres que se expresan con vehemencia, que pelean por su libertad y son «las locas, histéricas, despechadas o resentidas». En la cantidad de años, de vidas, de generaciones que ellas han vivido toda la Historia que nos han contado desde una perspectiva muy diferente a la versión «oficial» de todo lo que ha pasado. Maltratadas, violadas, silenciadas, ninguneadas, humilladas, asesinadas.
Pienso que no hemos aprendido nada. Que es inasumible que el ser humano haya llegado a descubrir, a inventar chismes increíbles que hacen cosas impensables, mientras no hemos sido capaces de respetarnos. La violencia. Todo lo inunda, por todas partes se cuela. Palabras, imágenes, costumbres. Que, por muy inocentes que parezcan ser, van calando día a día. Violencia que llama a más violencia. La consumimos, la buscamos, la criticamos, pero no somos capaces de identificarla.
Violencia cuando conduces. Cuando interactúan en las redes sociales. Cuando enciendes el televisor. Todo carga las pilas de la rabia, de la agresividad. Necesitamos una cultura de la no violencia. Como el aire para respirar.
Combatir la violencia no es (solamente) denunciarla, manifestarse contra ella, establecer leyes que la prohíban en su manera más brutal, y compadecer a las víctimas.
Combatir la violencia es educar, es cuidar, es fomentar. Más que prohibir. Es hacer comprender el sentido del respeto, la convivencia, y en definitiva el amor.
Necesitamos protegernos de la vorágine que nos desnaturaliza, nos deshumaniza, nos embrutece. De esta oleada de inseguridad, miedo, incertidumbre. Nos quieren con miedo, nos quieren dóciles, nos quieren vulnerables.
Solamente despertando, abriendo esa puerta Violeta de la que habla María, podremos vivir en un mundo en color, muy lejos de este terruño que hemos destrozado.
Ámen (con tilde en la A)