Se puede afrontar la vida, y más la vida política, desde el deseo transmitido por un futuro posible, cognoscible y racional, o se puede vivir en la ensoñación continua. Esto último es lo que les sucede a Junts per Catalunya. Cualquier lectura racional que se pueda hacer de su programa y de su visión de la situación catalana se enfrenta a un choque con la realidad. Viven en su mundo y así lo transmiten. Niegan cualquier fracaso pasado, no precisamente respecto a la DUI, y el futuro sigue siendo proyectado como una isla de Utopía, o la Ítaca a la que se llegará algún día.
No es que hagan uso del victimismo como mecanismo de fortalecer unos supuestos derechos, sino que siguen con un lenguaje negador de la realidad del propio independentismo. Hablan de gobierno en el exilio, de restituir al presidente y a todo el Govern en su lugar. Un lugar del cual han sido desplazados por la opresión del Estado español. Y algo casi peor, siguen afirmando que Cataluña es una nación que incluye a todos aquellos que no piensan como ellos. Si el referéndum les dijo que había dos millones de catalanes, el resto de los 5 millones no lo serán ¿o no? Para ellos, negando cualquier virtud a lo territorial, al terreno en sí, todos y todas son catalanes porque viven, precisamente, en ese territorio. Una paradoja que, en sus mentes absortas en lo irreal, no acaban de entender.
Programa (del Estado catalán) y paradojas programáticas.
El programa de Junts per Catalunya, por lo expuesto anteriormente, está básicamente basado en la construcción del Estado catalán y el camino de la independencia. Dividen en cuatro grandes bloques su programa: Puigdemont, nuestro presidente; Juntos por la democracia; Juntos por la Prosperidad; y Juntos por la Cohesión Social. Todos ellos con una transversalidad, como se dijo, independentista. Como no había Estado para la independencia lo quieren construir, pero piden a la vez un proceso secesionista sin ese Estado. Primera gran paradoja.
Bajo el epígrafe de Carles Puigdemont, nuestro presidente, acometen toda la lucha contra el Estado opresor y demás agravios que se les ocurren. Entienden que estas elecciones no son válidas por estar “medio gobierno en prisión y la otra mitad en el exilio”. Prisión por cometer ilegalidades, ya se verá cuáles sí y cuáles no, y más que exiliados escapados de la Justicia, o como han dicho algunos independentistas, huidos por miedo y traicionando al procès. El caso es que no consideran que estas elecciones sean legítimas, o legales, pero sí participan porque hay urnas y eso es democracia. Segunda paradoja.
Por esta razón platean las elecciones como un antagonismo puro y duro, al mejor estilo de la dialéctica amigo/enemigo de Carl Schmitt. No cabe ninguna posibilidad de diálogo ya. O Cataluña, o España. La guerra civil. Así, manifiestan que hay que escoger entre la democracia y el artículo 155, la democracia es lo suyo, porque en “Cataluña la democracia no se toca), aunque sea una democracia sin garantías como la que proponían. Escoger entre Carles Puigdemont y M. Rajoy, porque el president no permitirá jamás que gobierne Cataluña el inquilino de la Moncloa. Porque si gana el 155 se hará lo que decidan en Madrid (vamos en el Gobierno porque si decidiesen los madrileños…). Sólo Puigdemont tiene la verdad en su poder y la custodia en Bruselas, según parece. Una vez más delirios de grandeza en una persona simple, pusilánime (como demostró en las semanas previas al 155) y que hace de lo irracional un modo de vida.
Elegir entre la Nación o la Imposición es el siguiente antagonismo. La nación catalana es pura, hermosa, orgullosa y libre, mientras que todo lo que deriva del Estado español es represión, imposición y supresión de las instituciones catalanas. Curiosamente, unas instituciones que se han sustanciado gracias a la democracia de 1978 y el Estado derivado de ella. Unas instituciones históricas que siguen ahí. Otra escisión decisoria es entre referéndum y elecciones autonómicas, las cuales, estas últimas, no sirven para elegir president, porque ya lo hay, sino para reformar y reforzar el resultado del 1 de octubre. Sí, ese mismo que careció de toda garantía democrática. Claro que, en el pensamiento de Junts per Catalunya, está que la democracia es todo lo que ellos y ellas hacen, lo demás no lo es.
Por todas estas cuestiones se proponen restaurar a Puigdemont al frente de la Generalitat catalana, restaurar las instituciones catalanas (sic), construir la República catalana, defender la democracia (la suya, no la otra), exigir la revocación de las causas penales pendientes por motivos políticos y que cese el estado de excepción. El respeto a las leyes que votaron los catalanes y el resto de españoles no aparece por ningún lado. Mentira sobre mentira. Siguen en el discurso del odio y de la confrontación. Y, además, persisten en el empeño de llevar a la deriva a toda una sociedad.
Otras cuestiones del programa.
Cuando se restaure a Puigdemont, que eso es lo primero, quieren volver a poner en marcha todas las instituciones de política internacional. De hecho lo señalan como lo primero de la parte Juntos por la Democracia. Sin relaciones exteriores no hay Estado y van a volver a gastar un dinero que no tienen en embajadas y en cambiar la Unión Europea para que Cataluña encaje dentro de ella. Porque la culpa no es los dirigentes catalanes estén equivocados, sino que son los dirigentes europeos los que no ven más allá. Y más en tiempos de la globalización. Es más, Cataluña deberá tener presencia en la OTAN por ser un lugar geoestratégico clave. Sí, como lo leen.
También proponen cosas que pueden llegar a dar miedo por su tufillo totalitario como equilibrar el derecho a la información con el derecho individual respecto a los secretos de las actuaciones judiciales, algo que podría ser más o menos lógico si no fuera porque también quieren eliminar la sumisión de los medios de comunicación a los bloques electorales. Esto es, que no haya más libertad de prensa que la que siga el camino de la verdad. No puede haber ideología en la prensa, salvo la catalana. Y a ello cabe sumar que pretenden hacer del cuerpo de Mossos d’Esquadra una policía integral de Catalunya, la cual participará además en los foros internacionales.
Luego hacen unas cuantas propuestas que resultan ser, cuando menos, poco creíbles porque no las implementaron en todos estos años de gobierno. ¿Por qué creerles ahora que siguen en su empeño del procès? Acabar con la violencia doméstica (lo que deja claro su visión de la violencia machista de derechas y conservadora); el uso de la perspectiva de género en la política; apoyar al movimiento LGTBi en su lucha contra el odio social (el otro odio social no existe); luchar por una administración pública más transparente y sin corrupción (y que esto lo digan las gentes del 3%); el Plan de Emergencia Habitacional, ese mismo que Colau lleva reclamándoles todos los años que llevan en el gobierno; o la ley de inclusión de los migrantes.
Pero por mucha palabrería independentista que manifiesten, siguen siendo de derechas, muy de derechas y como muestra unos ejemplos. Desean reconocer al contribuyente como cliente y darle la confianza que se le da a un cliente (una réplica del gerencialismo de la derecha anglosajona para desmontar la administración pública), no se le trata como ciudadano con derechos (como es el tratarle con igualdad y bien), sino como cliente del Estado. Pero de igual forma se ve en todas las rebajas fiscales que pretenden hacer a las empresas y a los emprendedores. Para ellos, para el establishment, se modificarán las relaciones laborales que faciliten la adaptación al y la competitividad en el entorno económico de Cataluña. ¿Esto qué supone? Menos derechos sociales para los trabajadores de la república.
Eso sí, la Cataluña independiente tendrá una modificación horaria para adaptarse a los demás países europeos de dos horas. Vamos que van a cambiar la hora. Y de ahí derivan la racionalización de los horarios laborales y de descanso. Pero la cuña de la promesa ya la han lanzado para que nadie se lleve a engaños.
El programa de Junts per Catalunya no es más que una vuelta al pasado, a lo irracional, a persistir en las escisiones sociales, en pensar que el mundo tiene su centro en Cataluña y que, ahora sí, les harán caso fuera de España. Caso les hacen los nazis y fascistas europeos desde luego, pero malos compañeros de camino hacia Ítaca. Y sí, es cierto que Odiseo llegó al final, pero nadie les ha dicho que su personaje en esta tragedia sea el de Odiseo.