La sumisión de los poderes mediáticos de este país a la Casa Real está rozando el ridículo en estos días en que el Jefe de Estado cumple 50 años. Publirreportajes familiares que eran más propios del postfranquismo o de los primeros años de la Transición vuelven a copar las parrillas de las televisiones. ¿A quién le importa realmente si una de las hijas de Felipe de Borbón se quema con la sopa? ¿Es gracioso? ¿Es entrañable? La realidad es que la institución que ocupa la Jefatura del Estado de España necesita un lavado de cara ante la opinión pública, sobre todo desde el estallido de la crisis económica y del espacio que se ha abierto entre el pueblo y su Jefe de Estado.
Hasta los últimos años a nadie se le hubiera ocurrido poner en cuestión al Jefe del Estado, ni a Juan Carlos ni a Felipe. Nadie hubiese cuestionado la sucesión tras la abdicación. Y, sin embargo, cada vez son más las voces que reclaman que un puesto de tanta responsabilidad como el que ocupa Felipe de Borbón tenga más funciones y, sobre todo, que sea más útil que el que desempeña actualmente que, en realidad, no pasa de ser un mero relaciones públicas. O, al menos, así lo perciben los ciudadanos.
Nadie se hubiese imaginado antes del año 2.007 poner en cuestión la propia legitimidad democrática de la Monarquía, sobre todo, partiendo de la base que al pueblo español se le ha negado la posibilidad de elegir el modelo de Estado que quiere para el futuro. Los partidarios del actual sistema argumentan que ya se votó en 1.978 pero no es así puesto que el referéndum de la Constitución, en lo referente a la Monarquía, fue un trágala. Podríamos pensar que, en aquellos años, cuando aún estaban calientes los rescoldos del franquismo la solución monárquica fuera un elemento que garantizara que el proceso de transición se realizara en paz puesto que, en primer lugar, Juan Carlos había sido designado por Franco y, en segundo lugar, no juró la Constitución porque ya había jurado fidelidad a los Principios Fundamentales del Movimiento.
Sin embargo, han pasado 40 años de aquello y los españoles aún no han tenido la oportunidad de dar legitimidad democrática a su propia Jefatura de Estado. Ha llegado el momento de que eso se produzca y, por salud democrática, debe ser el propio Felipe de Borbón quien, a través de los cauces legales, dé el paso y convoque a los españoles a decidir el futuro modelo de Estado que prefieran. En algunos aspectos su padre fue valiente con algunas decisiones que adoptó en el proceso de transición y ahora España necesita que su democracia se legitime definitivamente.
La crisis económica y la lejanía hacia las necesidades del pueblo demostrada por la institución monárquica han hecho salir a la actualidad movimientos sociales que parecían minoritarios pero que, en realidad, estaban hibernando.
Por otro lado, la actitud demostrada en la crisis catalana en la que el Jefe del Estado estuvo en constante ausencia y sólo ha aparecido para dar mensajes institucionales con argumentos más propios de la extrema derecha que de un Jefe de Estado democrático o para utilizar los mismos mensajes que ya transmite el Gobierno.
El pueblo español tiene muchas necesidades. El pueblo que es en quien reside la soberanía del Estado y no en la Corona. No obstante, la realidad es que la Monarquía se ha mostrado absolutamente distante a los verdaderos problemas de la ciudadanía y no ha mostrado ningún interés por las víctimas de la crisis. España tiene un grave problema con las políticas de igualdad y de lucha contra la violencia machista y la Monarquía no ha mostrado el mayor interés, más allá del breve alegato que hizo Felipe de Borbón en su discurso de Navidad. España está siendo invadida por los grandes fondos financieros y especuladores internacionales y la Monarquía no se pronuncia sobre ello, cuando este hecho está poniendo en grave peligro nuestra economía. España se encuentra a la cabeza de las ratios de pobreza de la Unión Europea y la Monarquía no hace nada o intenta influir en las decisiones adoptadas por el Gobierno para paliar esta lacra. España se halla en un punto en que el mercado laboral diseñado por el Partido Popular está dejando en la cuneta a millones de españoles y la Monarquía no está haciendo nada a la hora de influir en las asociaciones empresariales para que los trabajadores de este país reciban también una parte de la recuperación económica.
Por otro lado, los españoles están asistiendo atónitos a cómo se ha arruinado a más de 300.000 familias para salvar a un banco con la presunta complicidad de las instituciones del Estado. A día de hoy, la Monarquía no se ha pronunciado públicamente sobre el tema, lo cual es muy grave puesto que no se trata de un caso aislado sino que puede ser algo cada vez más habitual. Nadie está a salvo de esas dictaduras privadas y el Jefe del Estado debe estar con su pueblo y no al lado de las élites.
Estos son sólo algunos de los aspectos en los que la Monarquía está pasando de lado y que son necesidades fundamentales del pueblo. ¿Se extrañan entonces de que la ciudadanía esté despertando y los niveles de popularidad de la institución se encuentren tan bajos? Es lógico que la gente esté harta viendo cómo desde el Gobierno se sigue maltratando a los españoles y cómo desde la Jefatura del Estado, directamente, pasan del tema.
Ante esta situación, ¿qué valor tienen los publirreportajes que se emitirán el día de hoy en las televisiones públicas y privadas españolas? Ninguno más que la búsqueda de una reafirmación que sólo llegará cuando la Monarquía esté realmente legitimada democráticamente por la decisión libre del pueblo español.