Deseo a las manifestaciones y en especial a la huelga general de las mujeres un éxito sin precedentes porque es justo y necesario. El momento no está elegido al albur, proviene del movimiento contra el acoso sexual (#Metoo). Manda narices que a estás alturas, incluyendo la desigualdad laboral y la exclusión a causa de la maternidad, las mujeres se vean intimidadas en lo privado (la expresión bárbara: el femicidio) y en lo público (sus jefes hacen befa y mofa de ellas en las oficinas tras los burdos tocamientos, insulto a la sagrada privacidad del cuerpo) por una manada de falócratas inseguros de su masculinidad y frustrados con lo insustancial de sus penes: paradoja de la historia, el que ataca es el débil, que encima ostenta el poder. Los datos son de sobra conocidos aunque haya que repetirlos hasta la saciedad, hasta calar en los machos alfa de indigencia mental. Falta de oportunidad ocupacional; cada 40 minutos una mujer pone una denuncia por violencia de género; cobran un 23% menos que el varón en cargos de la misma capacitación; ocupan solo el 9% de los cargos directivos, y además, rémora del franquismo y de milenios de machismo, realizan las labores del hogar sin, en la mayoría de los casos, la ayuda del varón. Lo contrario está mal visto. Tengo un amigo que se avergüenza de no trabajar y de que su mujer llene el plato de lentejas, como si el trabajo en el hogar no fuese tal y degradase, algo asumido desde la normalidad en los países nórdicos, Francia y la USA no Trump. Y eso sin mentar la prostitución, que debería estar regulada a fin de eliminar las mafias y asegurar a las mujeres, otros de los avances de los que carecen las mujeres. Y sin mencionar la ablación a las púberes en algunas tribus y la esclavitud de niñas y niños en los países subdesarrollados. No olvidemos que un acto de desigualdad sirve de justificación a los demás. Lo anterior y lo posterior vale también para el colectivo LGTB.
El primer hombre feminista –no somos suficientes- ibérico es musulmán y andaluz, el gigante del pensamiento Averroes, que escribe en el S.XII: “Parece que las mujeres están destinadas a dar a luz y su servidumbre ha destruido su facultad de las grandes cosas, lo cual empobrece a nuestras ciudades”. Ni siquiera la Iglesia del Papa Francisco, un progresista a su modo (acepta la homosexualidad y el uso de preservativos en África por evitar el contagio del VIH) se ha planteado que las mujeres oficien misa, tratándolas, acaso sin pretenderlo, de falta de preparación y espiritualidad, cuando en España hay más mujeres que hombres y con mayor rendimiento en las universidades.
Se repite, y con razón, que la mujer posee más sentido de lo práctico que los hombres. Ellas proporcionan la vida y, tengan hijos o no, su instinto maternal funciona de escudo protector en todo, lo que les obliga a analizar lo medible, palpable y razonable, la realidad en suma, con lo que conocen mejor que los hombres sus necesidades, así que resulta indispensable que alcancen al varón en derechos; el mundo iría mejor. Solo por egoísmo masculino deberíamos aceptar cada una de sus demandas, más allá de que sea de justicia social con mayúsculas, pilar de la democracia, pese a que la UE permita dicta blandas como Polonia y Hungría, donde la situación de la mujer es alarmante. Por ello ellas deciden, resulta legítimo, la interrupción del embarazo, que debería ser legal en el mundo libre y pagado por la sanidad pública. Una eternidad de persecución, de similar guisa, ha agudizado su astucia y su cualidad de supervivencia, como al pueblo judío, al que pertenezco, siendo mi nación España.
Si las mujeres decidieran tomar las riendas desde una revolución ganarían, y nosotros, adolescentes adultos, pasaríamos a un segundo plano. Lo peor, o mejor, según se observe, es que estarían cargadas de buenos argumentos. Nos lo mereceríamos por despreciativos.
Habría que recuperar la ley de la igualdad de Zapatero, entre otras cosas.
Que a una mujer, en una entrevista laboral, se le pregunte si pretende quedarse embarazada, es una ofensa. El jefe que obliga a realizar la interrogación es un mamarracho, denigra a la mujer en su condición natural, que no obligatoria (no nos llamemos a engaños). A tal efecto el PNV ha aprobado una magnifica ley, ampliar el permiso de maternidad y paternidad a 18 semanas. Me repugna que en voz alta, en las calles, a una mujer desconocida se la llame polvazo o similar. Cuestiones de justicia social y de educación priman.
Pero cuidado con el feminismo mal entendido: la ley donde el piropo masculino es delito. En el juego de la seducción, proemio de un amor consensuado, el halago del hombre a la mujer y viceversa resulta un elemento indispensable. Al hilo de los términos, no se puede decir portavozas; el participio activo no permite sustantivar portavozas. Una iniciativa debería pedir a la RAE que cambie la norma, como se hace con las leyes, a las que acuden desde el civismo y la pluralidad (a los hombres nos falta afinarlas por primitivos, se explica en las algaradas futbolísticas) las mujeres en la huelga general de hoy.