El torero Pepín Liria ha sido el encargado de pronunciar el Pregón de la Semana Santa de Lorca 2.018. La elección del matador de Cehegín como pregonero fue realizada a petición del Paso Azul.
Liria se retiró en 2.008 aunque ha participado en festivales benéficos, como el celebrado en favor de la Asociación Española Contra el Cancer en Murcia.
El Pregón ha tenido lugar en la ex Colegiata de San Patricio, el segundo templo católico más importante de la Región de Murcia. Hay que recordar que este acto dejó de celebrarse en este recinto a causa de la delicada situación en que quedó tras los terremotos y que obligó a clausurar el templo.
Este es texto íntegro del Pregón:
Vengo a Lorca como su pregonero. A decirle a todo el mundo que comienza su Semana Santa. Y que es especial, original y habita toda la ciudad.
Semana Santa lorquina, merecidamente renombrada en España y en el mundo.
Antes de todo me brota gratitud, porque poder dirigir estas palabras, poder poner en ellas el profundo cariño que me ata a esta ciudad, a sus gentes y sus tradiciones, es un privilegio que conservaré toda mi vida en el rincón del corazón que aloja y sostiene los mejores recuerdos.
Debo, pues, gratitud y reconocimiento al Paso Azul, cuyos dirigentes me hicieron este honor grande y valioso. Y al Ayuntamiento de Lorca; y a la misma Lorca y a las Cofradías y, sobre todo, a la Virgen de los Dolores, cuya protección invoco en una nueva etapa recientemente abierta en mi vida.
Hoy me siento un lorquino más y mi sentimiento hace que tome carta de naturaleza en la Corredera, en la Colegiata, en la muralla, en la ciudad y sus rincones y muy especialmente en Sutullena, la Plaza de Toros de Lorca que, sin duda, volverá al esplendor maravilloso de una tarde de toros.
Pido permiso y licencia a todos mis nuevos paisanos para ser su pregonero, para que sea mi voz y mi palabra la que exalte las maravillas que van a vivir.
Y no quiero que el exceso del énfasis haga hueca mi voz, sino que debo precisar que cuando digo que se trata de unos días muy especiales, siempre excepcionales, profundamente sentidos, es porque es la verdad. Ustedes lo saben mucho mejor que yo.
Y además un pregonero está vinculado a un deber de decir siempre la verdad, ya que mientras que la verdad debe pregonarse, a la mentira conviene ponerle sordina.
Y la verdad que yo pregono es que estamos en Lorca y es Semana Santa. Y eso es algo muy importante y especial. Convoco pues al sol y a la luz, a la esencia de la primavera, a los ojos asombrados de los niños, a la mirada acogedora de las mujeres, a la observación de los hombres, a la nostálgica visión de los viejos que siempre en estos días añoran su juventud. Y les digo y pregono que llega, que está aquí la Semana esperada todo el año.
Oír y ver y compartir sentimientos y emociones con muchos buenos amigos que aquí nacieron ha hecho que, poco a poco, esta ciudad me enamore y desee ser en ella un hijo más, no sólo un ocasional pregonero, sino que me considero y quiero ser considerado, como eso, como un lorquino, para ser en esta tierra para siempre propio y no extraño. Y muy afortunadamente eso se me ha ofrecido con generosidad inmensa. Por eso he dicho, al comenzar estas palabras, que me siento profundamente honrado e inmensamente agradecido.
Esta tarea dulce me llena de responsabilidad y de un cierto temor, porque cuando uno sabe que va a hacer algo importante la indiferencia se aleja y surge ese sentido de conocer y saber que las cosas hay que hacerlas bien. Muchas veces el arte de torear me ha hecho caminar suspendido de la emoción, porque eso es el toro, una emoción que no puede vivirse de cualquier manera. Vestido de azul y de oro me veo esperando y viviendo esta emoción que sale a la luz cegadora, brillante y hermosa de esta ciudad. Me arrodillo para cambiarle el viaje al temor y poder, libre ya, exclamar todas las alabanzas, elogios y piropos para esta tierra que es, sobre todo en estos días, una emoción continua, un anhelo de vida, acogedora como una madre, generosa como un amigo e intensa como una brava embestida que debe conducirse al infinito recreándose en la suerte y haciendo mía su belleza.
Pero, ¿qué es y qué significa esta Semana lorquina? He tratado de informarme bien, porque el respeto a esta ciudad con el que me dirijo a todos ustedes, me requirió a no decir cualquier cosa; y, además, un pregonero debe saber de la esencia de aquello que pregona.
He averiguado que, ante todo y sobre todo, es expresión religiosa. Pone en la memoria de todos la gran lección redentora de Jesús, Su triunfo sobre lo viejo. Y sé que no dura una semana, sino diez días comprendidos entre el Viernes de Dolores y el Domingo de Resurrección.
Es esta semana la Virgen de los Dolores la Madre de los Azules y de todos, porque es la verdad que Madre no hay más que Una. Y el Viernes de Dolores, de sus Dolores, recorre las calles y los Azules van a las puertas de San Francisco y la piropean y le ruegan y le muestran el amor de hijos enamorados de Ella. Y esta misma pasión florece en los anhelos de todos y vuelan los pañuelos para saludar y ponerse a los pies de la Madre que puede ser una Soledad, la Piedad inmensa, la Amargura, la Encarnación y el Dolor.
Cualidades propias, todas ellas, de la Madre de Dios, de las Vírgenes, todas Ellas la misma, de la Madre de todas las Cofradías y de Lorca entera.
Pero no todo se acaba en la exaltación inevitable de los sentimientos y las emociones, sino que esa participación pasional es la forma que expresa una religiosidad profunda; es una lección y una enseñanza y una oración y una devoción. Es explosiva: ¡Viva la Virgen de los Dolores!; pero es también una muestra patente de una fe arraigada y sentida, una fe que se vive en las calles perfumadas por la primavera, pero también una fe que, guardada en los corazones, regresa a las casas, a las vidas de los lorquinos y permanece con ellos todo el año.
Y la Virgen de los Dolores va con emperadores, reyes y legiones romanas y los doce medallones que hay en su trono y el palio de diez varales y…¿qué más voy a decirles si ustedes ya lo saben? Y conocen bien el exquisito manto de la Santa Faz, joya maravillosa del bordado lorquino.
Y noticia debo dar del Sábado de Pasión y del Domingo de Ramos evocador del Pueblo Hebreo y días en los que el Paso Negro tiene un protagonismo especial y su Virgen de la Soledad, precedida por la bandera del Paso Negro, llega a la entrada de Jesús en Jerusalén y el Pueblo Hebreo recibe al Salvador entre palmas bendecidas y cánticos de alegría y alabanza.
Es el Jueves Santo. Los morados sacan a la calle el Paso de la Cena de Nicolás Salzillo, padre del gran escultor. Allí, en la Cena, se representa y se muestra la gran lección del Perdón, el mejor mensaje: la Paz y el Perdón y la Sangre redentora que se verterá para la reconciliación, la expiación del pecado, la compasión… Eso ilumina a esta Cofradía y eso expresa el Santísimo Cristo del Perdón. Y delante un adelanto del desfile bíblico pasional de los pasos Azul y Blanco.
Y este día, por el Barrio de siempre, por San Cristóbal, el Cristo de la Sangre del Paso Encarnado impone el Silencio en las calles. Un conmovedor silencio hace mirar al interior, nos recoge en nosotros mismos, nos mueve a la intimidad de nuestras creencias, conduce la emoción y el sentimiento a través de la autenticidad y de la humanidad de nuestra fe, imperfecta como nuestra naturaleza, pero redimida por la Soledad de la Virgen y por el Cristo Penitente que ofrece su ejemplo, su dolor y su vida para brindarnos el perdón.
Cuando toreo y en otro orden de cosas oigo ese silencio en mi interior, la cercanía del toro, su peligro intrínseco, me hace silente y siento el calor y el color del silencio dentro de mí. No es fácil explicarlo. La vida se desprende de su afán por permanecer. Nada importa, solo que el toro discurra a mi alrededor, sin ruido, en una íntima danza en la que contamos él y yo. Entonces no es mi enemigo sino mi pareja, él me hace completo, sus pitones silban alrededor de mi cuerpo y…entonces aparece el milagro gozoso del toreo. Y yo lo percibo como un silencio que de mí se apodera.
Todas las emociones tienen rasgos comunes, porque todas nos llevan a expandir nuestros anhelos. Para ello el silencio es un buen camino.
Y llega el Viernes Santo. La mañana se abre con las banderas azules y blancas, que, desde balcones y ventanas, hacen una llamada que todos atienden; y acuden a San Francisco y Santo Domingo para honrar a la Dolorosa y a la Amargura, porque lo primero es lo primero. Y tiene lugar el viacrucis al Calvario dirigido por la singular figura del “rezaor” que pertenece al pueblo y que suplanta al cura en la misión de dirigir el rezo. Luego sucede la recogida de banderas cuyo rito y significado conocen todos ustedes.
Y luego…
El desfile que todos conocen como Bíblico Pasional. Discurre antes y después de Cristo, cuya muerte se rememora como referencia esencial. Pero en Lorca es diferente y su interpretación es única y tiene el valor indiscutible que confiere la originalidad.
Cristo vino a traer una Buena Nueva y ese sentido de renovación exige la contemplación de todo aquello que se ha renovado, el esplendor de civilizaciones anteriores cuyo código moral va a ser derogado por la gran noticia de la Redención.
Irrumpe el estandarte de la Virgen de los Dolores, la Madre de la Hermandad de Labradores, la Madre de los azules, la Reina del Paso Azul. Y tras aquel estandarte aparece la antigüedad, con personajes que rememoran a Débora, a Antíoco IV Epífanes… Todo espectacular. Los jinetes etíopes galopan sin montura y aparecen Moisés y José, y Cleopatra y Marco Antonio.
El espectáculo encierra una gran lección, tiene una función didáctica. No es mera muestra de cosas brillantes, sino que contiene una enseñanza. Por eso la presentación de los personajes es verdadera representación, porque su apariencia y atuendos se inspiran en fuentes históricas; es decir, no son gratuitos sino que el personaje aparece tal y como la historia lo describe. Eso sí, vestidos con riqueza, con detalle, con rigor.
El pueblo exige emociones tangibles y las cuadrigas ponen ese punto que enardece por su espectacularidad. Mas el lorquino sabe que no solo asiste a un espectáculo, sino que lo que ve y disfruta tiene sentido y ese sentido es religioso. Y, al mismo tiempo, distingue a los Flavios y los Antoninos que galopan ante el viejo asombro de las gentes de Lorca. Y allí está el poder de Roma bajo el cual, como se reza en el Credo, padeció y fue crucificado Jesús. Y se muestra la Pasión con el Cristo de la Buena Muerte, conocido como el Yacente, que aparece tras la Caballería del Triunfo que en sus mantos anuncia la victoria de aquella Buena Noticia sobre los puebles carentes de ella.
Y al final. . .
Al final la Virgen de los Dolores.
Al final las emociones a flor de piel.
Al final la ternura de una madre.
Al final la Compasión, el alivio de las penas, la compañía de la soledad, la esperanza en la aflicción.
Al final, no puedo decirlo de otra manera, mi Virgen de los Dolores, la Reina del Paso Azul, de mi Paso Azul.
¿Y qué más hay?
Pues además de ofrecernos un fiel reflejo de la Historia con fidelidad a los signos, a las vestimentas, a la caracterización de los personajes, a las costumbres de la época, encontramos la Pasión de Cristo que es lo que le da sentido a lo anterior.
Frente a la grandilocuencia de Egipto y Roma aparece la verdadera grandeza de Jesús, dispuesto a verter Su Sangre para otorgarnos el perdón. Su victoria no se basa en el éxito en una competición, sino en valores de muy distinto orden entre los que resaltan la humildad, la compasión, el perdón…
Y si aquella parte recurre al grito, al ánimo enardecido de las gentes que se complacen en los logros de su Paso, la segunda se vuelca hacia el interior de cada uno y todos respetan y veneran el sacrificio de un Hombre y el dolor de una Madre. Y todo tiene una unidad, un sentido. Y todo se ha transmitido a través de generaciones. Forma parte de una tradición, es decir, de una entrega, y esa entrega recibida identifica a esta ciudad consigo misma y a cada uno de sus hijos con los demás. Ser blanco o azul es una señal de pertenencia a Lorca, porque aquí se es lorquino y, además, blanco o azul. Así se nace y así se muere, y así queda en la memoria.
Si el Paso Azul se identifica como Egipto, los blancos recrean Babilonia, Persia, Israel. Todas civilizaciones precristianas impregnadas de la nota común que dio en llamarse paganismo. Paganas o no, civilizaciones que tuvieron una gran importancia cultural y un altísimo valor histórico.
Y el Paso Blanco lleva por delante el estandarte de la Virgen del Rosario, que me hace evocar unas alegrías de “Pericón”:
Más bonita no la hay
que la Virgen del Rosario,
la patrona de “Caí”…
Destacan en el Paso Blanco la presencia del grupo de Santa Elena, madre de Flavio Constantino que abrazó el cristianismo para el Imperio.
Y el “va pensiero” sirve de compás a Nabucodonosor. Y David y Salomón y Betsabé y la Reina de Saba… Todo lleno de efusión, de espectacularidad, de color… Todo digno de una gran superproducción de Cecil B. de Mille. Y todo hizo exclamar en su excelente pregón a su Señoría D. Andrés Pacheco: “Esto es realmente una locura, una locura colectiva…Es la locura genial, auténtica y exclusiva de Lorca”. Lorquino de nación y ejerciente de lorquino, le tomo prestadas sus elocuentes y descriptivas palabras.
Ese punto de locura tiene su contrapunto en la referencia apocalíptica, hambre, guerra, peste y muerte aupados en el Carro de la Bola. Y mencionaré a la Santa Mujer Verónica, al Cristo Santísimo del Rescate y el Paño de las Flores, fruto del insuperable bordado lorquino.
Y al final…
Al final la Amargura. La guapa Virgen de los Blancos. La Mujer joven y pura. La Madre bendita que merece lluvia de claveles y que reparte sus bendiciones para todos.
Blancos y Azules. Azules y Blancos. Sin desdeño de otras cofradías, esta es la bipolaridad lorquina. Ahí se asienta una ya atávica rivalidad que nace y muere con los lorquinos. Y eso llama la atención a todo el mundo. Y qué importante esa rivalidad. Me pregunto si no estamos en la base del continuo engrandecimiento y la persistente renovación del desfile y sus elementos. De esta manera diría que el rival hace crecer a unos y a otros. Naturalmente luego está la toma de partido y esa cierta ceguera propiciada por el color propio. Yo no voy a explicar eso, porque creo que hay que nacer aquí para entenderlo. Como suele decirse, se lleva en la sangre.
La rivalidad es también consustancial al toreo. Muchos rivalizaron y ese sentido de rivalidad persiste hoy. Mencionaría a Lagartijo y Frascuelo. Pero me detengo en José y Juan. En Joselito el Gallo y Juan Belmonte. Curiosamente uno Macareno y el otro Trianero. Cuando Joselito murió en Talavera, la Virgen Macarena fue vestida de luto. Luto por el que fue el rey de los toreros. Juan Belmonte era devoto de la Estrella, que vive en la calle San Jacinto, en el corazón de Triana. José y Juan rivalizaron en el toreo y en la grandeza. Porque los dos fueron muy grandes. Y el toreo de uno enriquecía al otro. Por eso aquellos años se conocen como la edad de oro del toreo. Su rivalidad les imponía una progresión constante y sus partidarios eran detractores del otro. Como tiene que ser toda rivalidad que se precie. Pero esencialmente se completaban y aprendían el uno del otro. Eran artistas enamorados de su arte. Eran toreros y llevaban dentro, cada uno a su manera, la grandeza del toreo. Luego les cuajó una gran amistad, quizá porque entendieron que lo verdadero, definitivamente grande, es reconocerse en el otro. Y competían con él, claro. Yo no concibo un Paso Azul que no contemple a su rival con la intención desde luego de superarlo, pero ….¿qué pasaría sin nadie a quien superar? Respondan ustedes a esa pregunta.
José era la seguridad, la técnica, la afición incesante, el poderío con los toros, el conocimiento de las suertes, la elegancia innata… Y un mediasangre de la viuda de Ortega lo mató en Talavera. Juan era la emoción pura, la versatilidad, la improvisación, el toreo imaginativo que le cambió el viaje a los toros. Llevó el toreo en una media verónica eterna a otros conceptos. La gente decía: “el que quiera verlo que aligere”. Sin embargo sobrevivió a la suerte del toro, aunque al final no encontró el quite que acaso más necesitó.
Ya sé que estoy en un Pregón de Semana Santa. Pero yo soy torero. Y llevo el toreo prendido a mí. Y en esta tierra de grandes toreros como mis compañeros Pepín Jiménez y Paco Ureña, nunca está de más hablar del toreo. Y lo traigo para significarles la importancia de esa rivalidad innata que, en esta tierra, es singular, exclusiva, no es visceral, sino que tiene un sentido que se vierte en un afán de superación y no solo en superar al ajeno, sino de superarse propiamente. Y ese afán mutuo redunda en beneficio de Lorca, del desfile Bíblico Pasional, de la Semana Santa cuyo inicio pregono hoy ante ustedes.
Debemos acoger esa discrepancia no como un motivo de desprecio al rival, sino como un afán del propio estímulo. Así lo entendieron los grandes toreros; muchos tenían un gran concepto de sí mismos; así el Guerra dijo: “después de mí naide y después de naide Fuentes”. Como ven no admitía a los otros ni para el segundo puesto. Pero tras estas exageraciones propias de gente del toro, encontramos el complemento que ofrece el rival. Belmonte tras la muerte de José confesó sentirse solo.
Pero la locura debe continuar todos los años. Y los pañuelos deben salir agitados al aire. Pañuelos de gozo, de ánimo, de alegría, representantes del corazón, extendidos al viento y al saludo y a la reverencia de lo que se ama. Pañuelos de emoción que muestran un anhelo hondamente sentido.
Y vivas y aplausos enardecidos por la violenta carrera de las cuadrigas. Todo prende la atención de todos y todo mueve al asombro. Y los padres disfrutan de los rostros admirados de los hijos y los abuelos entornan la mirada para recordar cómo su vida galopó con la misma inusitada velocidad de los pura sangre, a galope tendido, por las calles de su tierra.
Todo pasa y no pasa porque lo instantáneo se queda en ese rincón que la memoria tiene para guardar las cosas que tiene el corazón. Todo queda retenido para todo el año. Y ese recuerdo hace que el año sirva para revivir continuamente lo que, con exactitud, va a suceder de nuevo.
Después del espectáculo exaltado, de la relumbrante presencia de carrozas y personajes y bordados maravillosos, únicos, hechos con la exquisitez y sensibilidad propias de esta tierra.
Después de los pañuelos y los vítores y de las actitudes competitivas.
Después de la presencia de esos personajes históricos, fielmente reflejados y vestidos y representados.
Después de esa muestra del mundo antiguo.
Después del Antiguo Testamento en el que predominaba el poder y la gloria de este mundo.
Después de todo eso, llega la noticia sorprendente, realmente nueva y conmovedora, basada en todo lo contrario.
Llega el Perdón, el más auténtico mensaje de un Mesías que ofrece su vida para demostrarnos que es posible perdonar la más grave ofensa. Y Lorca nos ofrece las dos caras, las dos versiones del actuar humano; una basada en la gloria y el fasto de este mundo; otra que va más allá y ofrece una buena noticia llena de novedad, la de que es posible cambiar el mundo a través del perdón, la piedad, la compasión. A veces manipulada, esa buena nueva ha determinado nuestra historia, nuestras costumbres, nuestras leyes, nuestros conceptos morales. Después de la Cruz, con las tremendas imperfecciones humanas, las cosas se vieron de otra manera.
Dos visiones han pasado por delante de nuestra mirada. Esa dualidad caracteriza, por su exclusividad, la Semana Santa de Lorca. Y se explica por sí misma.
En la tarde de toros hay un rito que conduce a la explicación del juego de la vida y la muerte que se desarrolla en la plaza. El peligro y la emoción que conlleva son elementos accesorios del arte de torear, que trasciende el peligro por su belleza, por su armonía, por su plasticidad. La fiereza natural del toro es imprescindible colaboradora de ese acto de inteligencia y técnica que pone el ser humano y que resume el toreo, el cual no se puede hacer de cualquier manera, ni vestido de cualquier modo, ni expuesto en un orden arbitrario. No. La lidia requiere un orden, una cadencia, un ritmo. Es la explicación de la gran verdad del toreo. En este sentido pudiéramos decir que tiene un sentido didáctico.
Y, de otra manera, esta exposición bíblico-pasional que ahora anuncio, cuenta también con ese componente de enseñanza. Conforme a su origen, supone la muestra de una lección dirigida a ilustrar a las gentes. Por eso se justifica la magnificencia, el oropel, el brillo exagerado y plástico y emotivo. Y tiene su propio lenguaje entregado de mano a mano, de generación a generación. No hace falta una explicación oral de lo que sucede, porque lo que sucede se ve y brilla para los ojos de todos y para que el entendimiento sea común y todos coincidan en la grandeza de lo que miran. Y para que todos conserven en su memoria la gran lección que discurre por las calles de una ciudad mediterránea.
Observo que sobre la competición emerge esa actitud compasiva que mueve a las gentes al respeto por las imágenes pertenecientes a otro color. Así la misma gente que, ante el mundo antiguo, se muestra beligerante y competitiva, después se muestra receptiva y amistosa ante el dolor de una Madre y ante la gran lección del Crucificado. ¿Será que eso obedece a la naturaleza de la dualidad lorquina? No lo sé. Decídanlo ustedes. Yo soy un modesto pregonero que dice lo que ve. Pero la misma persona que se muestra inflexible con el color distinto, luego se torna abierta al respeto y muestra su lado mejor. Y no piense nadie que quiera yo modificar la naturaleza del sentir lorquino. No. Todo lo contrario, el sentimiento de pertenencia azul o blanco es imprescindible y no debe ni puede ser abandonado, y, además, como suele decirse, eso es imposible aquí.
Nada hay pues gratuito, la Semana Santa lorquina no es la muestra de una belleza formal carente de contenido. Sino todo lo contrario: todo tiene sentido y es armónico y se entiende, se siente, emociona y llena el corazón.
Así que ya ven, al final… todos nos ponemos de acuerdo.
- Vivan todos los Pasos y Cofradías
- Archicofradía del Resucitado
- Paso Negro
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- Viva el Paso Azul
- Viva la Semana Santa de Lorca
- Viva esta bendita tierra