Por fin, y sin que sirva de precedente, Pedro Sánchez ha tomado decisiones de altura política. En primer lugar, apoyar la decisión del PSC de no entrar en ese experimento que planteaba Manuel Valls de crear una plataforma de unidad formada por los partidos no independentistas —PP, PSC, C’s— que, por supuesto, lideraría él; en segundo lugar, denunciar el populismo y la demagogia joseantoniana de Albert Rivera.
¿Por qué Manuel Valls desea ser alcalde de Barcelona? ¿Podría tener entre sus planes ganar la confianza de los ciudadanos y entregar Cataluña, vía Barcelona, a los jacobinos franceses? ¿Qué papel está jugando Albert Rivera en este plan de Valls que tanto recuerda a Carlos IV y Napoleón?
Albert Rivera, con tal de conseguir su ambición no dudaría en entregarle Cataluña a los franceses porque queda claro que España para él es lo de menos. Si Cataluña no es para Ciudadanos le da igual para quien sea. Utilizará a Inés Arrimadas para, una vez logrado el mayor éxito del partido naranja, la victoria en las elecciones catalanas, arrinconarla como ya hizo en la noche electoral del 21D intentando ganar un protagonismo no merecido. Esto ya lo ha hecho y lo hará con tantas y tantos líderes y militantes honestos que se están dejando la piel luchando contra la corrupción y que saldrán de las listas electorales o a los que no hace caso cuando le pone sobre la mesa la experiencia que él no tiene en el conocimiento de los círculos de poder.
Albert Rivera se convertirá en José Bonaparte —Pepe Botella—. Manuel Valls dejará de ser Napoleón porque ese papel se lo reserva para él. Desde su candidatura a la alcaldía de Barcelona, Valls pretenderá ser lo que no pudo ser en Francia, presidente, dejando a Rivera serlo de España ya que Felipe estaría cerca de asimilarse a su antepasado Carlos IV. ¡Qué imaginación tiene este plumilla!, estarán pensando much@s lector@s. No es sino reflexión, pensamiento y conocimiento de lo terriblemente humano desde la base de no creer en las casualidades.
Cualquier cosa puede ocurrir con las estrategias que manejan la ambición, la mediocridad y el egoísmo espurio de individuos que se pasean por el mundo en pelotas, pero llevando debajo una piel en la que se transparentan unos sentimientos espurios y una conciencia tan oscura como la profundidad de su demagogia y ambición.
¿Dónde está la ideología de Albert Rivera? ¿Alguien la ha podido ver, leer, estudiar, reflexionar o analizar? La realidad es que el que se cree dios todopoderoso ha sabido coger cuatro ideas, ha marcado sus tiempos y ha sembrado en una sociedad fértil y en condiciones de producir, una sociedad cansada de aguantar a la derecha conservadora, y menos conservadora, gobernada por intrusos ideológicos, ambiciosos políticos prepotentes, soberbios, trileros de la honestidad, bufones de una corte puesta a dedo por un dictador, de un líder socialista embaucador de otros que le siguieron queriéndoles imitar, unos hasta en sus formas de expresión, otros, los más y peores, en su soberbia y ambición desmedida abrazándose a la Monarquía y al poder empresarial, productores de rápidas y sin escrúpulos formas de hacer grandes beneficios. Una izquierda sometida por líderes sindicales demagógicos y, en ocasiones, malos imitadores de los dictadores privados del capital más corrupto.
Rivera y Valls tienen una estrategia común. El primero le pone al segundo la cabeza de Cataluña en una bandeja para el francés y éste le deja España para que se la entregue a los dictadores privados. Mientras tanto, Felipe sigue haciendo el papel del rey que marcó la historia entregando su pueblo al emperador «gabacho».
Es normal que Rivera haya buscado a Valls. La trayectoria política del francés le avala para estar al lado de Ciudadanos. No hay más que recordar cuando expulsó a inmigrantes por su raza, cuando aprobó una reforma laboral mucho más dura que la de Rajoy para satisfacer los deseos más obscenos de las élites nacionales e internacionales o cuando lanzó contra el pueblo que legítimamente protestaba contra la derogación de derechos fundamentales a las fuerzas de seguridad para iniciar una represión no vista en Francia desde los tiempos de De Gaulle.
Dos almas gemelas, dos políticos sin ideología —recordar aquella definición de «socialismo pragmático» que propuso Valls y que no era otra cosa que la rendición de la socialdemocracia al capital— y un país que está siendo engañado vilmente porque se les dice lo que quieren oír y se les promete lo que endulza sus oídos pero que no son más que cantos de sirena.