El 5 de mayo, pero de 1818, nacía en Tréveris (Renania, Imperio Prusiano, Trier en alemán) el ser más odiado y más amado de los últimos siglos. Odiado por sus contrincantes e idolatrado hasta las más altas cotas por muchos de aquellos a los que confirió esperanza y una “ciencia”, que demostraba que el futuro era suyo. Karl Marx no podía prever cuando acudía al Gymnasium de la ciudad que de su esfuerzo y su gran cabeza (literal e intelectualmente hablando) iban a provocar una auténtica revolución pasados unos años. Y mucho menos que sería tan importante durante el siglo siguiente y aún un poco más. El padre del marxismo y gran impulsor en espíritu de los partidos socialistas y comunistas que desencadenarían, junto a los sindicatos, las protestas que llevarían a generar cambios sustanciales a nivel social. El abuelo de la revolución rusa, y tantas otras revoluciones. El gran antagonista del nazismo y el fascismo burgués que asoló durante un tiempo Europa, y más de 40 años en España. Y aun hoy el peligro al que suelen acudir los señores del establishment y sus corifeos políticos, clamando contra los peligrosos marxistas.
Todo eso lo generó un muchachote que en sus años de estudios en Bonn y Berlín era tan conocido por sus peleas y borracheras, como por sus disquisiciones intelectuales. A su padre le entusiasmaba que estudiase derecho para seguir la tradición familiar y poder representar legalmente a los productores de vino de Mosela (la región del propio Tréveris), pero el miedo le recorría el cuerpo por el peligro de que su hijo cayese en las fauces del hegelianismo. En aquella época G. W. F. Hegel era visto como el mayor peligro que podía atrapar la cabeza de los estudiantes. Ese idealismo dialéctico que servía para poner en jaque los derechos antiguos, para la construcción de un Estado, para la llegada del liberalismo a unas tierras bastante conservadoras, era temido por propios y extraños. ¿Qué pasó? Pues que el joven Marx cayó en los brazos del Espíritu de la época y se juntó, tomando parte destacada, con el grupo de los Jóvenes Hegelianos. En principio el club de Doctores, que así se llamaba realmente, les servía para analizar la política prusiana, las necesidades que ellos encontraban, discutir hasta altas horas de la noche sobre lo divino y lo humano, y beber hasta que se terminaban las botellas. Allí se juntaría con Bruno Bauer y Arnold Ruge. Y de allí saldría el primer equipo destacado del periódico Rheinische Zeitung de Colonia, algo que cambió para siempre su vida pues, debido a sus actividades políticas, tendría vetado el acceso a la docencia universitaria. Y eso a pesar de haber concluido sus estudios doctorales con la tesis La diferencia entre la filosofía de Demócrito y Epicuro.
Una tesis que hubo de aprobarse in absentia en la Universidad de Jena, pues en Berlín hubiese sido revisada por Friedrich. W. J. von Schelling, antiguo amigo de Hegel, pero que había sido enviado a Berlín por el rey prusiano Friedrich Wilhelm IV, justo para acabar con el pensamiento hegeliano y el panteísmo que promovía. En ella, el joven Marx ya apuntaba maneras al defender que la teología debía dejar paso al conocimiento más elevado de la filosofía y que el escepticismo debía triunfar sobre el dogma. Paradójico en alguien que sería dogmático con sus propias ideas en los años siguientes. “La proclama de Prometeo es su propia profesión, su propio lema contra todos los dioses del cielo y de la tierra que no reconozcan la propia conciencia del hombre como la máxima divinidad. Además de éste, no ha de haber otro” dejó escrito en su tesis. Evidentemente Schelling nunca hubiera aprobado algo así.
Es en esta época previa donde fue elaborando Marx su concepto de alienación y el sujeto histórico de la emancipación universal, el proletariado. Tras tomar de Hegel el concepto de alienación, lo desvistió de todo su armazón filosófico y lo situó en su estatus social. No hay una cuestión epistemológica en la alienación en sí, sino mucha acción y constatación de la realidad. La alienación se asienta sobre una tríada: explotación, opresión y humillación. Porque en Marx nada que no esté en lo social, en la propia estructura del sistema capitalista, puede tener un valor emancipador. Porque el motor de la Historia es la lucha de clases. Y por tanto es una lucha social y estructural. Y dentro de esa lucha sólo puede haber, creía en su época, un sujeto de cambio, un sujeto histórico, el proletariado. Si la burguesía había sido la clase que derribó el feudalismo, el proletariado sería la clase que derribaría el capitalismo. Pero el término dejaría de estar en los escritos posteriores de Marx ya que sus preocupaciones eran más materiales.
Porque el sentido materialista de la Historia y de la vida en sí lo toma en esta época también. Como hizo para su sistema completo (que no llegó a terminar nunca), Marx tomó prestadas ideas de unos y otros, como se irá viendo, transformando muchas de ellas y acomodándolas a los que quería exponer. De Ludwig Feuerbach tomó el sentido materialista. Para romper con el idealismo de Hegel, nada mejor que la ruptura que ya hacía uno de los Jóvenes Hegelianos, quizá el más destacado en el terreno filosófico, para traer el sentido de la Historia a lo material. Gracias a Feuerbach pudo establecer ese esencialismo que constituye la base del ser, la producción o generación del ser humano por el trabajo. Por eso comienza a vislumbrarse que son las relaciones de producción las que conforman la esencia del capitalismo. Aunque son versos sueltos de una teoría por construir. Sin embargo, la ruptura con Hegel y Feuerbach (que nunca fue total, ni radical) ya es patente a comienzos de los años 1840s. Y donde es más patente, en su cambio del republicanismo radical al comunismo, es en el sentido de que se rechaza la filosofía como tal en favor de un enfoque histórico y social. Pero aún le faltaba empaparse mucho más de lo económico.
El exilio parisino.
No corrían buenos tiempos para los revolucionarios, para los que querían cambiar las cosas en la dividida “Alemania”, por lo que fue conminado a abandonar el Imperio Prusiano a la mayor celeridad posible y exiliarse en Paris. Antes de eso contrajo matrimonio con Jenny von Westphalen, hija de un aristócrata, para llevarla con él al retiro forzoso francés. Eso sí, ya había alcanzado la promesa de un grupo editor para seguir la lucha en el Deutsche-Französische Jarbücher. Medio en el que publicaría ciertos ataques contra la religión por ser el par que propicia la alienación de las personas junto al dinero. Como escribió en la Contribución a la crítica del derecho de Hegel, “la religión es el suspiro de las criaturas agobiadas, el estado de ánimo de un mundo sin corazón, porque es el espíritu de los estados de cosas carentes de espíritu. La religión es el opio del pueblo”.
Una vez instalados en Paris comenzó Marx a trabajar un poco lo que tenía más descuidado, la economía política. Había ido formándose en cuestiones filosóficas, sociales y políticas pero aún tenía lagunas en el conocimiento del sistema capitalista, ese mismo que alienaba a las personas. Si hacemos caso a los Manuscritos de Paris de 1844, el pensador renano aún deambulaba por los caminos filosóficos respecto al sistema económico: “La abolición de la propiedad privada es… la completa emancipación de todos los sentidos y atributos humanos. Únicamente a través del despliegue objetivo de la riqueza de las potencialidades humanas se puede cultivar o crear la potencialidad de la sensibilidad humana subjetiva”. Sabía que el comunismo debía ser la solución a las contradicciones inherentes al sistema capitalista y que posibilitarían su caída, pero aún no tenía la clave. Una clave que se la daría, aunque siempre se le ha quitado importancia (comenzando por él mismo), su desde ese momento colega Friedrich Engels.
Como se puede comprobar en Los manuscritos económicos y filosóficos de 1844, el bosquejo de lo que estaba en la cabeza de Marx seguía muy atrapado por lo filosófico. De hecho la obra que publicó, además de todas los análisis “periodísticos”, fue la Contribución a la crítica del derecho de Hegel. Debía acabar con su “maestro” para avanzar. A destacar que ya en este escrito deja la constatación del proletariado como el sujeto histórico en el que lo convertiría. En sus páginas, contradiciendo la esencia del proletariado en Hegel, Mar afirma que sólo el proletariado es la encarnación privilegiada de lo universal. No el Estado como “espíritu absoluto” o signo de los tiempos, sino el proletariado. Porque mediante su propia destrucción, el proletariado acabaría con las cadenas y la esclavitud que le sometía, esto es, el capitalismo.
De Moses Hess se había llevado de Prusia el concepto sobre la relación del trabajador con su producto como un objeto enajenado, lo que él transformaría ya en esta época como la enajenación de la vida real. Porque, tomando prestado el pensamiento también a Eugène Buret, el trabajador, frente a lo que establecen los liberales, no está en posición de ser un vendedor libre, de contratar libremente con el empresario que le emplea, pues el trabajo ni se acumula, ni se ahorra. Por el contrario, el trabajador hace un intercambio de vida (enajenada) pues cambia trabajo por alimentos, por medios de subsistencia, así al contratar no es libre ya que tiene la necesidad imperiosa de vivir.
Y revertir esta situación sólo podría hacerse en una sociedad comunista donde el “ser real recobra dentro de sí al ciudadano abstracto y se transforma en ser genérico tanto en su trabajo como en sus relaciones sociales. Ahí es cuando se produce la emancipación de la persona. Sólo en ese momento el “individuo” se acerca a su esencia. Ya que, mientras las condiciones materiales sean capitalistas hablar de “individuo” no es más que hablar de una construcción filosófica del liberalismo. No hay un individuo fuera de la sociedad, aislado completamente, racional y autónomo. El individuo es un producto social, de las relaciones de producción que marcan las relaciones sociales. Como dijo Herbert Marcuse: “Los materiales que debería servir a la vida del individuo acaban por dirigirla y la conciencia del ser humano es víctima de las relaciones de producción”.
Exilio de Bruselas.
Tras la petición de las autoridades prusianas a las francesas de que Marx abandonase Paris, el siguiente destino para el pensador y su familia fue Bruselas. Donde prometió no meterse en la política del lugar, ni hacer demasiado ruido. A cambio les dejarían permanecer allí. Y la verdad es que fue una época de casi cinco años (1845-1850) muy fructífera en el plano teórico y político. Sí, porque en Marx teoría y acción estaban unidas. Como dijo en la famosa Undécima Tesis sobre Feuerbach: “Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo”. Porque sólo los seres humanos son capaces de cambiar las circunstancias mediante actos conscientes y voluntariosos y así traer la revolución, o el cambio político.
En estos años aprovechó para terminar de ir forjando su pensamiento con las lecturas económicas que tenía pendientes y a la vez ir ajustando cuentas con su pasado y las personas a las que había sustraído algunas ideas. Así escribió las citadas Tesis sobre Feuerbach; La ideología alemana donde se desliga de lo que él mismo fue en un momento dado; La miseria de la filosofía, un duro ataque a la concepción económica de Pierre-Joseph Prouhdon; o La sagrada familia, que es una crítica lacerante contra Bruno Bauer. Y supuso, si queremos hacer caso a Louis Althusser el corte epistemológico, el corte en su pensamiento, entre la etapa de juventud y la de madurez. Algo que no tiene mucho sentido pues, pese a reducirse los temas tratados en la primera época, de tono más filosófico, la esencia de lo que escribió en estos años perdurará hasta su muerte. Algo que muchos contemporáneos suyos no podría saber porque sus obras apenas fueron difundidas en estos años. Salvo en revistas para las que trabajaba para malvivir. Sólo hay que leer lo que dice en la Ideología Alemana para ver que Althusser no lleva mucha razón: “Toda nueva clase que toma el lugar de la clase dirigente se ve obligada, con el fin de llevar a cabo sus objetivos, a presentar su interés como el interés común de todos los miembros de la sociedad”. Como en la actualidad se nos dice que lo financiero es lo importante para asegurar la vida, y lo que se asegura es el bolsillo de la “oligarquía de los banqueros”, a la que ya atacó en aquellos años Marx por influencia de Blanc.
Lo que nos lleva al concepto de libertad tal y como lo entendía en aquellos años, ya que cada cual sería libre siempre y cuando la clase social a la que pertenece lo sea, pues los individuos son “individuos de clase”. Entonces, la existencia de las propias clases contradice la libertad real. Porque, pese a lo que han dicho sus críticos desde la derecha y alguna izquierda, el tema de la libertad estuvo presente en la construcción de su sistema. De hecho, hablando de la socialización de los medios de producción, Marx ya expresó que la mera socialización de los medios de producción sólo tenían sentido si servían para el desarrollo y la satisfacción del individuo libre. Si no atendían a esas razones sólo serían otra forma de subyugar a los individuos. Como pasó en el sistema soviético. Que con buena razón los marxistas occidentales lo calificaban de Capitalismo de Estado, pues al fin y al cabo era cambiar a un amo por otro, lo que no negaba una nueva formación de clases. Además, el proletariado debía ser mundial, internacional, y sólo así su existencia tendría sentido, ya que el mercado capitalista era igualmente mundial. Y dicen algunos que han descubierto ahora la globalización, cuando Marx ya la había visto (con una velocidad de intercambio menor evidentemente) en su libro sobre La ideología alemana.
Y como quería hacer lo que escribía, en sus años bruselenses se dedicó a la política, a la organización de la Liga Comunista que debía establecerse en todos los lugares de Europa, por ser la sede del capitalismo, para hacerse luego mundial. Una acción política que, al final, le condujo a un nuevo destierro, especialmente cuando publicó una de sus obras cumbres y cuyo valor histórico es enorme, El Manifiesto Comunista de 1848. No tuvo una amplísima repercusión entre las personas a las que iba encaminada, los proletarios, pero sí causó sensación entre ciertos grupos de comunistas y radicales. Y entre las fuerzas del orden público que le obligaron a abandonar Bruselas con destino a Londres donde pasaría el resto de su vida, salvo alguna escapada que otra. Se llevaba en sus maletas, poco dinero, pocos enseres, una familia que crecía, y sobre todo los apuntes necesarios para lanzar la que él mismo confiaba iba a ser su gran obra crítica del sistema capitalista. Se llevaba elementos suficientes como la sobreproducción como causante de la caída del sistema tomada de Simone de Sismondi y que sería pieza angular de sus visiones (fracasadas) de la revolución venidera.
En busca de El Capital.
En Londres su vida no iba a ser, realmente, una vida fácil o sencilla. Tras dar un sablazo a su tío Lion Philips (sí el fundador de la compañía eléctrica), se aposentó en la capital británica sin oficio, ni beneficio. A la espera de la ayuda inestimable de su benefactor Engels, que para eso era un capitalista con fábricas. Comprometido con la causa, pero capitalista al fin y al cabo. Aunque claro la vida de pequeño burgués que llevaba Marx con ama de cría (casi criada) y un ayudante de cámara para sus cosas (durante algún tiempo) se comía los ingresos que le llegaban. Especialmente de periódicos estadounidenses que le enviaban buenas cantidades por artículos de análisis… que al final acaba escribiendo Engels en la mayoría de las ocasiones. Pero necesitaba tiempo para terminar su “gran obra”. Pero Europa era plena convulsión después de las revoluciones de 1848, liberales la mayoría de ellas, pero con un fuerte impulso para cambiar las cosas. No llegaron a cuajar ni en Francia, Italia (se quiso por primera vez unificarla), ni en Prusia, dejaron algunas transformaciones y un impulso que confirmaba lo que decía Marx, que son las personas con su acción las que logran cambiar las cosas.
Y claro, toda esta efervescencia le quitaba tiempo de escribir su gran obra pues le pedían, casi le exigían sus seguidores (no muchos) que escribiese sobre la actualidad reflexiones. Era la cabeza prominente del movimiento comunista y ello conllevaba ciertas responsabilidades. Casi nada más pisar Londres escribió La lucha de clases en Francia sobre la revolución de 1848 y su desarrollo hasta 1850, como es lógico desde una perspectiva donde seguía los pasos del Manifiesto. Al año siguiente, y frente al ascenso de Louis Napoleón Bonaparte, publicó otro de sus grandes escritos El dieciocho de Brumario de Louis Bonaparte. Como curiosidad decir que se negó a poner el segundo nombre Napoleón porque le parecía irreverente respecto a su antepasado. Por eso su famosa frase, transformada de Hegel (siempre vuelve a aparecer): “La historia ocurre dos veces: la primera vez como una gran tragedia y la segunda como una miserable farsa”. Que acabó con un golpe de Estado de Bonaparte, pero que en la obra lo que se establece es la capacidad de llevar a las masas hacia una dictadura-de-clase por parte de las alianzas interclasistas, el imperialismo y el uso del referéndum para desviar la atención de lo importante. Curiosamente una crítica de lo plebiscitario como mecanismo de dominación. Eso que ahora está tan de moda en el interior (y exterior) de los partidos políticos. La teoría del bonapartismo que describe sería muy útil a pensadores posteriores para analizar el fascismo.
Y seguía estudiando, esta vez incluso encerrándose en el Museo Británico (en la sección de biblioteca), para obtener datos empíricos con los que dotar a su sistema de contenido y sabor científico. Porque, aunque él en sí no lo quisiese, necesitaba datos para la ciencia del materialismo dialéctico, del materialismo histórico que germinando en su cabeza. Así en 1859 terminaría y publicaría su primera aproximación, un monstruo de casi 800 páginas, al sistema que quería. La Contribución a la crítica de la economía política pasó sin pena ni gloria porque no había persona que lograrse con certeza hacer algo plausible de ello. Sin embargo, sería mucho tiempo después, el Prólogo se hizo más famoso que el propio libro, pues es en esas pocas páginas donde explica las relaciones entre estructura y superestructura. Así, las relaciones de producción, a través de la mediación de las clases sociales, componen la estructura sobre la que se levanta “una superestructura jurídica y política, y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social”. O lo que es lo mismo, son las relaciones de producción, el capitalismo en sí, el que tiende a determinar lo político, lo jurídico y lo social en sí. Pues si para Hegel el Estado era la estructura sobre la que se asentaba el resto, para Marx es lo económico lo que determina lo superestructural. Son las relaciones de producción las que determinan las relaciones sociales. Esta simple introducción acaba dando sentido a lo que Marx venía explicando respecto a la unión del Estado con la clase dominante. Así, los burócratas (en referencia a políticos y altos cargos) no hacen más que ayudar a ejercer la hegemonía a la clase dominante modelando, de esta forma, las necesidades, el saber y el espacio social.
Cuando decía que el comunismo sería la administración de las cosas se refería a acabar con ese poder-de-clase incrustado en el Estado (que debería ser abolido como lo conocemos), pues los burócratas (políticos) tienden a elevarse por encima de la sociedad y dominarla, no administrarla. Y si pones al lado del Estado el término “pueblo” o “popular” (una advertencia a los populistas de todo pelaje) no se soluciona nada, como se vio el 18 de Brumario. Frente a lo que defendían los liberales y los idealistas como ser autónomo, Marx tuvo siempre claro que no es la “conciencia del ser humano lo que determina su ser, sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia”. De ahí el enorme esfuerzo que ponía en sus escritos y su acción política para poder dotar de conciencia al proletariado a fin de que tomase conciencia de su situación sistémica. Pues, la clase dominante dispone de medios suficientes para difundir “las ideas que legitiman su posición de predominio”.
Aún tendría un retraso más antes de acabar su “gran obra”. La constitución de la Asociación Internacional de los Trabajadores en 1864 (la I Internacional) le retrasaría un poco más. Marx pensaba que sólo unos meses y al final fueron 3 años hasta que se publicó El Capital. La obra más aclamada y más vilipendiada del pensador prusiano. El “monstruo” le llamó The Times cuando se comenzó a extender su publicación. Llevaba años en unas condiciones pésimas de salud y economía en Londres y nadie le había prestado la más mínima atención, hasta la llegada de El Capital. Ahí todo cambió, justo cuando las fuerzas comenzaban a falta y su esposa y alguna hija fallecían. El libro donde explicaba el capitalismo desde dentro y que sirvió tanto a economistas posteriores para ir por otros caminos ya estaba en la calle, pero incompleto porque faltaban dos tomos más que él nunca vería publicados en vida.
Mientras trabajaba a menor ritmo sobre esos tomos se vio sorprendido por el declive debido a las peleas de la I Internacional, especialmente entre bakunistas y marxistas, y los disgustos que le daban desde Alemania con la formación de Partido Obrero. Porque, después de estar tan cercano a Ferdinand Lasalle, éste le medio traicionó formando un partido gradualista antes que revolucionario. En el que para más inri estaban personas con las que se había peleado, Wilhelm Liebknecht y Moses Hess. Un partido socialdemócrata que intentaba cambiar la estructura mediante el control del Estado (la superestructura) en el sentido de la fuerte corriente del socialismo de Estado de Lorenz von Stein. Y como su salud empeoraba a pasos agigantados el fin de la Internacional y dejar de lado todas esas batallas le venían bien. Aunque no se privó de hacer La crítica del programa de Gotha en referencia al congreso donde se acabó fundando el Partido Socialista Obrero de Alemania en 1875 y que desembocaría en el SPD actual en 1891. En esta obra es donde hablaría de la dictadura del proletariado, con la toma del poder estatal, y donde hablaba de una primera fase socialista y posteriormente por la fase final comunista.
Cada vez más la fuerzas comenzaban a faltarle y los achaques se acentuaban. Mejoraba cuando cambiaba el clima londinense, pero volvía a recaer en cuanto pisaba la capital británica de la que ya no se quería mover. Así, el 14 de marzo de 1883 los trabajadores y trabajadoras del mundo perdieron a la persona que más confió en ellos para librar la revolución definitiva. La que culminaría el espíritu de los tiempos, el verdadero progreso humano y no esos derechos de la Declaración de 1789 que sólo eran una determinación de la clase burguesa. En el cementerio de Highgate yacen los restos del hombre que pidió a los trabajadores del mundo que se uniesen porque sólo tenían que perder las cadenas. Una influencia que 200 años después de su nacimiento sigue en la sociedad, como veremos en días siguientes.