Sorprende la última carta del arzobispo de Toledo contra la “ideología de género” pues es Braulio Rodríguez un hombre culto y dialogante. En sus escritos, sin dejar nunca atrás su fe católica, se pueden encontrar reminiscencias de Aristóteles o Jürgen Habermas. Defiende “lo suyo” como uno de los supuestos representantes de dios en la Tierra, pero siempre sin exclusiones y con un gusto que no se encuentra en mucho de sus colegas de la curia española. Es por ello que el ataque que ha referido contra el feminismo actual, que él cataloga como “ideología de género”, se vuelva poco comprensible, pues es alguien que utiliza el “hombres y mujeres” constantemente en sus escritos.
Le mueve a esta reflexión lo sucedido tras la puesta en libertad de La Manada. En ningún momento justifica el execrable crimen cometido, le cabe perdonar a aquellos que sean católicos el pecado si existiese realmente arrepentimiento, pero nada más. Pide, desde su posición, que los ánimos no se exalten y poco más. Sin embargo, esta situación le lleva a una reflexión filosófica más profunda sobre el feminismo (o “ultrafeminismo” como él afirma) y lo que supone en la actual sociedad. Y ahí es donde surgen los problemas al hacer querer ver que el feminismo es una ingeniería social pues existen notables diferencias entre hombre y mujer. Cree que hay que plantear el dilema de la falta de igualdad entre ambos “sexos”, pues destierra la palabra género como eufemismo, siempre y cuando se respeten “las lógicas diferencias entre mujer y varón”.
Cierto que Rodríguez lo hace de buena fe intentando que la falta de igualdad, que él considera muy real y cierta, tome otro camino que no sea el de confundir igualdad e ideología de género: “Esa confusión entre igualdad e ideología de género, que se pone en marcha, significa que es decantarse por un cierto pensamiento único respecto a lo que es el ser humano, y cerrarse a otras soluciones, que eviten violencia, agresiones, muertes, e incluso el desnivel salarial entre hombre y mujer”. Entiende que existe otra visión del mundo, más conservadora, más cristiana, que enfrenta la sola visión de la ideología de género que se expresa públicamente. Lo que se defiende en la actualidad para el arzobispo es peligroso porque puede traer la confusión “e incapacidad para solucionar el aberrante problema de que un varón mate a una mujer por creer que tiene derecho sobre ella por ser simplemente “el macho”, o sea su esposo, su pareja de hecho, o no acepte la separación o el divorcio interpuesto por ella”. Pero es que es precisamente esa ideología de género la que puede dar solución a ese “aberrante problema”. (Por cierto, algún medio de comunicación ha manifestado que Rodríguez justifica la violencia machista por esta frase, lo que se comprueba no es cierto).
Evidentemente la igualdad va más allá de las diferencias intolerables entre géneros, pero no es a eso a lo que se refieren las mujeres que luchan cada día por la defensa de sus derechos. Equivoca el arzobispo su perspectiva porque sí que hay una diferencia entre sexo y género. El sexo, por así decirlo, no es más que una cuestión biológica, mientras que el género va más allá y responde a las estructuras de poder y sociales que impiden la efectiva igualdad de mujeres y hombres (contado en rápido para que se entienda la posición del debate). Por tanto, es el género y su ideología lo que imprime la lucha de las mujeres, no su sexo. Por ello la idea del arzobispo de hacer una reflexión conjunta de carácter antropológico cae por su propio peso. Las “diferencias” biológicas no entran en juego en este caso, sino las desigualdades sociales y de poder. Sí, señor arzobispo, porque en la mayoría de los casos se tratan de cuestiones de poder. Algo que el clérigo no alcanza a ver, tal vez por estar en una de esas posiciones de poder que vienen subyugando a la mujer durante siglos.
Yerra igualmente al mandar a la mujer a las labores domésticas, pues no entiende la diferencia de sexo y género, ni lo social-poder. Así se permite decir que: “Cuando se han declarado abolidas todas las virtudes domésticas y se acepta incluso la pornografía como objeto de consumo, ¿cómo se solucionarán las consecuencias de esa permisividad?”. ¿Qué virtudes domésticas? ¿Debe la mujer, como sucedía en su estudiada Atenas, quedar encerradas en el oikos meramente reproductivo y cuidador? La presencia social de la mujer no ha traído la pornografía, ni la permisividad, eso más bien podría usted buscarlo en otros lugares. No es la ideología de género la que permite el goce pleno de los cuerpos, sino la libertad personal. Y es esa libertad personal la que quieren disfrutar plenamente las mujeres sin estar sometidas al yugo del machismo. Salir de lo doméstico donde usted parece querer encerrarlas para ser ciudadanas plenas, personas plenas.
No se le debe quitar el mérito de expresarse en favor de la igualdad entre personas de distinto género: “Bienvenida sea la lucha en favor de la igualdad, pero no de este modo. Pienso que es un camino seguro para un pensamiento único, que no tiene base antropológica suficiente”. Pero se equivoca porque antropológicamente hay una amplia base que va más allá de lo meramente biológico, lo social en plenitud de derechos y libertades está ahí. Y la emancipación del ser humano, sea hombre o mujer (en este caso doblemente excluidas por género y clase en muchas ocasiones), debe recoger esa perspectiva de género que lucha contra las estructuras y barreras del poder y el machismo institucionalizado. Hay base antropológica precisamente porque la mitad de los seres humanos están es desigualdad palpable. Es comprensible que no lo entienda porque en su iglesia negaron a la mujer desde el siglo IV, sacralizaron a la madre, pero depuraron a las compañeras. Hay que invitarle a que se informe un poco más y reflexione ya que es conocido por hombre culto e inquieto socialmente.
“He aquí un nuevo dogma de fe laica: perspectiva de género, para solucionar, como ingeniería social todos los problemas morales” ha afirmado casi al finalizar su escrito el arzobispo juntando churras con merinas. La perspectiva de género no es un bálsamo de Fierabrás para los problemas morales, sino para los problemas reales de las mujeres. No hay ingeniería social. Mejor dicho, no hay más ingeniería social que la que han llevado a cabo las iglesias, los poderosos, el liberalismo u otras ideologías. Desde que el brujo de la tribu encontró la manera de asegurarse un mecanismo de poder sobre los comunes por la invocación a los dioses, hay ingeniería social en la Tierra. Por tanto, el ataque es completamente gratuito.
Claro que hablando de igualdad ¿piensa pagar el IBI de los edificios de no-culto de su arzobispado? Más que nada porque el resto de los mortales lo pagan. Y eso sí que es “fe laica” y no una lucha justa de las mujeres en pos de la igualdad real. Pese a lo que decía en su escrito semanal de 1 de julio sobre “Lo sagrado y lo profano” parece que usted tampoco llega a comprender el laicismo y piensa que la ideología de género es un ataque contra lo sagrado. Y no. Se puede defender la igualdad de género y ser creyente, el problema es que la curia hace que cada vez más y más personas abandonen la iglesia (que no la creencia). Se entiende que usted defienda que “los cristianos no podemos desertar de la tarea de ofrecer una contribución para edificar la vida buena en la sociedad plural”. Pero tampoco puede calificar de ingeniería social a la “otra”. Eso nos lleva a que, su queja sobre los laicos que entienden el laicismo desde una posición antagónica, se asemejen a usted. ¿Dónde queda el debate útil para la polis que usted viene defendiendo? Si nada más comenzar califica negativamente a la “otra” poco debate útil se puede tener en defensa de la buena vida. Es más, para terminar nada mejor que tomar sus propias palabras: “Significa reconocer que el ámbito político no necesita, para gozar de buena salud, del consenso total respecto a las visiones fundamentales de la vida”. Pues eso, que su posición parece que no goza de consenso total y la feminista sí.
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