Se cumplen ya diez años del inicio de una crisis, que ha hecho que el entramado del sistema creado por el régimen del 78 comenzara su caída en barrena. Las políticas gubernamentales austericidas y el asedio a las gentes más desfavorecidas, negándoles los mínimos derechos a una sanidad, vivienda y educación llevaron a la población aumbrales de pobreza que nadie habría pensado en alcanzar desde el final del Franquismo y la instauración del Estado del Bienestar. A través de recortes presupuestarios basados en directrices de la Troika de déficit cero y con la alianza de una banca rescatada dispuesta a recuperar sus activos a cualquier precio, la sociedad civil sufrió el paro, el desahucio, la desatención básica en gas, electricidad y agua, e incluso desnutrición infantil, creando un escenario desolador. Un austericidio amparado por la Unión Europea y ejecutado contra otros países hermanos como Grecia o Italia. A ese contexto se sumó la corrupción sistémica instalada en todas las administraciones públicas, incluyendo a la familia real, a través de negocios oscuros con otros países, Arabia Saudí, Marruecos, etc. y la empresa-tapadera Noos, implicada en una oscura trama de comisiones.
Las movilizaciones espontaneas del 15M, en toda la geografía del país, y la aparición de grupos de activismo reivindicativo como lo fue el Frente Cívico pusieron un ánimo de esperanza en una sociedad que no quería una cara A o una cara B de un mismo disco, sino cambiarlo por completo. Fue un momento en el cual los partidos de la transición se encontraron por primera vez con el pie cambiado ante una sociedad que comenzaba a organizarse y a ejercer un inicio de contrapoder paralelo como demostraron las manifestaciones por la dignidad (2014) y Rodea el Congreso (2012) en Madrid.
Este inicio de catarsis y de puesta en duda de las instituciones tuvo en Catalunya dos momentos destacados. El primero fue la forma en la cual el 15M quiso llevar a la calle sus reivindicaciones en la acampada en pl. Catalunya de Barcelona (2011) y en las plazas principales de las ciudades catalanas, creando espacios de discusión, reivindicación y diálogo de una sociedad en transformación. La segunda fue la acción en el Parlament de Catalunya. Ambas iniciativas fueron reprimidas con violencia y verbalizadas por el poder autonómico como «limpieza». Estas dos situaciones llevaron contra las cuerdas a Convergencia i Unió, coalición del régimen austericida quien también sufría la misma crisis sistémica corrupta que el resto de instituciones del país. No olvidemos que esta coalición, formada por el régimen del 78, nutrió sus primeras filas con alcaldes, funcionarios y personajes vinculados con el franquismo. La red clientelar de Convergencia, construida en los más de veinte años de poder personalista de Jordi Pujol, se extendía desde las localidades más pequeñas de la Catalunya interior hasta los principales ayuntamientos y diputaciones provinciales, asentando sus raíces en un gobierno de más de veinte años en la Generalitat. Esa red empezó a generar una trama de corrupción, paralela a la que se estaba extendiendo en otras CCAA gobernadas también por partidos del régimen del 78. Una trama, puesta lentamente al descubierto por la investigación judicial, que fue sibilinamente insinuada y escenificada por Pascual Maragall en el Parlament con el famoso «3%» espetado al entonces candidato y sucesor de Jordi Pujol, Artur Mas.
Bajo ese contexto, el sistema, el régimen del 78, para sobrevivir empezó su proceso de transformación, reinventándose a si mismo siguiendo los esquemas más gatopardistas. Lo hizo primero a través de la abdicación en «diferido» del rey Emérito en una estrategia seguramente orientada a proteger la figura del borbón de un posible enjuiciamiento y a proteger a la institución monárquica a través de Felipe VI “el preparado”, supuestamente limpio de este barrizal, en lo que se pudo denominar como Transición 2.0.
Su segunda mutación se caracterizó por la división celular de los partidos tradicionales, generando la aparición de dos partidos supuestamente transversales tanto por la izquierda, como por la derecha, asegurando así una forma de canalizar el descontento y evitar fórmulas rupturistas. Estos nuevos partidos prometían renovación pero sin cuestionar apenas los cimientos básicos sobre los cuales se apoyaba el régimen del 78. Uno de ellos, además, creado por la banca y el Ibex-35 para defender sus activos ante la pérdida del soporte popular a un ritmo frenético del PP, su hasta entonces aliado natural. Dos partidos que han basado hasta ahora su estrategia, desde ángulos y perfiles diferentes naturalmente, en la ambigüedad frente al sistema, en una grandilocuencia populista, y en escenografías puramente mediáticas.
Sin embargo el sistema necesitaba una tercera transformación y esta había de tener su epicentro en Catalunya, dado que desde aquí la tradición obrera había sido uno de los motores de lucha en el pasado y también en el convulso presente. Esa tercera transformación tenía que estar orientada a conseguir dos objetivos. El primero era partir en tres a la población víctima de la crisis pero ya organizada a través los de movimientos sociales que cuestionaban al sistema y a sus gobernantes – “No nos representan”- y que podían crear un poder hegemónico y paralelo capaz de alcanzar la ruptura. Esa partición, en la mejor tradición del “Divide et Impera”, y tomando la cuestión nacional como “casus belli”, provocaría la inmediata alineación de unos y otros hacia posiciones centrípetas o centrífugas, y también en posiciones equidistantes, agredidas verbalmente tanto por tirios como por troyanos. El segundo objetivo era eludir o ocultar tras una cortina de humo las investigaciones judiciales y las sentencias condenatorias que afectaban, no por casualidad, a los partidos que representaban los aspectos más nacionalistas – español o catalán – del espectro ideológico, y a las políticas más austericidas y neoliberales. De esta manera, los causantes de la crisis, situados en los extremos de la cuerda, creaban un “vórtice” capaz de absorber energías, dividir complicidades, consumir tiempo e información, y relativizar cualquier otro problema presente en la sociedad.
El colaborador interesado fue el de la antigua Convergencia, renovada tan solo por una sucesión de nombres, pero cambiando el discurso hacia un Independentismo de carácter populista, como una forma de «bálsamo de fierabrás» que todo lo había de curar. Desde ese momento puso en funcionamiento todo su aparato propagandístico para crear su propia escenografía de un Estado nuevo Ideal, aunque las bambalinas dejaran ver que este sería diseñado con un corte neoliberal y conservador. Hoy sabemos que realmente todo el guion del proceso era falso, dado que en el momento esencial de las jornadas del 26 y 27 de octubre no había ni una sola de las condiciones necesarias para construir un nuevo estado. La UE, en esta situación, no mostró las mismas disensiones que en el caso de la antigua Yugoslavia y la comunidad internacional respondió con un silencio atronador a la teatralización secesionista interpretada por Puigdemont.
Pero por desgracia esta tercera transformación del sistema tuvo el soporte de una izquierda que fue incapaz de comprender que estaba colaborando no en la ruptura sino en la mutación del gen del 78. Enfrascada en un imaginario revolucionario de salón se sumó a la maquina propagandística del “procés”,seguramente atraída y embriagada por los atractivos cantos de sirena de la «renovada» casta convergente, alimentada desde el nacionalismo españolista e ingenuamente confiada en poder controlar la situación y ser contrapoder en el nuevo estado. Esa ingenuidad quedó manifiesta en la confianza con la cual dejó pasar el vacío de poder en Catalunya en los días 26 y 27 de octubre. Un vacío de poder usados tradicionalmente por la izquierda para ejercer con claridad un contrapoder al sistema. Una ingenuidad que tuvo su «recompensa» en las elecciones del 21D donde el partido del 3% resucitaba de sus cenizas y quedaba en situación de formar “govern”, dejando a la CUP en porcentajes y diputados similares en número al partido represor del 1 de Octubre, el PP, y a una “Catalunya en Comú” frenada en su expansión debido a su propia ambigüedad de denuncia de quien estaba realmente al frente del “Procés”, y por supuesto a la nefasta acción de la anterior dirección de Podem Catalunya, su socio electoral, purgada por Pablo Iglesias primero y refrendada en votación de las bases después, cuando vio que los daños producidos eran ya irremediables.
Desgraciadamente esa izquierda no ha sido capaz aún de entender que analizó el contexto pensando en la revolución de octubre del 1917 cuando en realidad lo que tenían ante sus ojos era el 18 Brumario de Napoleon III. Y si de puertas adentro quizás lo ha entendido, de puertas afuera ha sido incapaz de hacer autocrítica, rectificar y abandonar el espacio neoliberal, vaporoso y ambiguo del “procés” convergente. Una izquierda incapaz de comprender la razón por la cual el cinturón Rojo de Barcelona fue naranja el 21D, balbuceando tan solo explicaciones parecidas a las de la derecha catalana más rancia representada en el discurso xenófobo del president Torrà: incultura, colonialismo, etc.
Lamentablemente las personas de la sociedad civil en Catalunya han sufrido las consecuencias de esta situación. En primer lugar toda aquella parte de la sociedad que confió en la palabra de Convergencia y que arriesgó su integridad física en la jornada del 1 de octubre. Esa parte de Catalunya sufrió la violencia del régimen del 78, pero la sufrió engañada por un partido político que tan solo buscaba su salvación personal, la continuidad en el poder y que jamás pensó en el pueblo que decía proteger y representar. La sufrió engañada y confiada en la creación de un estado para el cual no había nada preparado como así han dicho por activa y por pasiva los principales implicados en el engaño y por si fuera poco con la explicación de que “iban de farol”. Un partido, no lo olvidemos, que no había dudado en arrojar la misma violencia del régimen del 78 sobre el 15M en plaza Catalunya, ni en aplicar modélicamente el austericidio durante toda su labor de gobierno.
Y hay otra parte de la sociedad catalana, la misma en muchos casos que se ilusionó con el 1 de octubre, que sigue aún sujeta a la violencia de un Sistema que no ha cesado en su ataque. Y es que durante todo este periodo del “procés” hasta el día de hoy el austericidio ha continuado, los deshaucios han continuado, los recortes en sanidad y educación han continuado, la corrupción ha continuado y la violencia represiva está preparada para actuar cuando así lo requieran las circunstancias, como se ha visto en los medios de comunicación.
Entendemos que el cambio de sistema no puede ser gestionado desde una pelea dramática entre las oligarquías Española y Catalana. La izquierda no puede ir a remolque de decisiones tomadas por los “monos voladores” del Sistema, PPSOE y Convergencia, ni ponerse en posiciones de tomar partido por uno o por otro que no vayan más allá de denunciar la violencia sistémica policial y judicial. Es inútil plantear tácticas de posiciones que ingenuamente pretendan buscar una puesta en contradicción de las incoherencias sistémicas, dado que el Sistema se regenera y muta a través de sus propias contradicciones y por tanto siempre encontrará el nicho adecuado para mantener sus estructuras básicas. Basta con repasar el siglo XIX y el siglo XX para encontrar ejemplos. La izquierda no puede caer en la ingenuidad de que será capaz de domar a la bestia gatopardista, en algún momento indeterminado e indefinido, ayudándola a devorar a sus hijos. Eso es reproducir, por ejemplo, la misma situación creada en 1914 cuando las diversas izquierdas nacionales de Francia, Alemania, Inglaterra e Italia, dieron soporte a la aprobación de los presupuestos de Guerra de los partidos burgueses, desembocando en el apocalipsis de la I Guerra Mundial, y hundiendo al movimiento obrero internacional, provocando así los exaltamientos patrios representados en París al grito de “A Berlín” y en Berlín por el “A Paris”. Ya sabemos en que acabo no la incoherencia del sistema, que volvió a mutar encontrando su nicho en el Fascismo casi sin haber acabado la Gran Guerra, sino de las izquierdas, desgraciadamente cómplices de haber sembrado los campos de Europa de cadáveres.
Por tanto, debemos ignorar los cantos de sirena de las derechas nacionales. Debemos retomar con fuerza los conceptos que se han ido abandonando, como lo es “la Lucha de clases”. Tenemos que ser conscientes que la ruptura ha de ser de Sistema, y por tanto del régimen del 78 y si al final fuera necesario, de Estado, y que el cambio no vendrá jamás por el camino inverso provocando la división nacional de la clase obrera, ya demasiado fraccionada en terminologías y neologismos postmodernistas que obvian el concepto básico de explotación.
Cualquier otro planteamiento nos llevará a posiciones en las que la derecha, neoliberal y conservadora, amparada en la cortina de humo nacional, se colocará en posiciones estratégicamente hegemónicas que le permitan continuar con políticas austericidas y auténticamente expoliadoras. Basta mirar el resultado de las elecciones del 21D y contar los escaños ideológicamente neoliberales y conservadores para darse cuenta del triunfo de sus posiciones, en un momento como ya se ha dicho de crisis de régimen y sistema en todas sus estructuras, y contestada en la calle por la clase trabajadora, los parados, los jubilados y todos los movimientos sociales, frente a una izquierda, con complejo de Peter Pan, que pensaba que este era el momento idóneo para ser hegemónicos. La realidad, una vez más, ha enseñado su lado más duro.
¿Hasta cuándo la izquierda y/o la supuesta izquierda será mero espectador, en esta situación? ¿Hasta cuando pondrán freno a la única solución territorial posible, el modelo Federal?