Carles Puigdemont había convocado una rueda de prensa para informar de que la Generalitat de Cataluña se hará cargo de la defensa de 500 funcionarios despedidos por la aplicación del artículo 155 en Cataluña (al final solo serán 242), pero una vez sentado ante los reporteros, entró a saco en lo que de verdad le interesaba: seguir calentando el ambiente de cara a la Diada nacional del 11 de septiembre, que no baje la tensión, o sea el otoño caliente que augura y propugna Quim Torra. Lo tenía fácil el gobernante autoproclamado en el exilio, ya que Albert Rivera se lo había puesto a huevo pocos minutos antes, al enfrascarse en una trifulca tabernaria, y en riguroso directo, con una periodista de TV3, cadena a la que el líder de Ciudadanos acusa de “ser un aparato de propaganda separatista”. Al expresidente de la Generalitat le faltó tiempo para coger el móvil y empezar a darle al Twitter: “Es comprensible que quien tiene como modelo de verdad y rigor la prensa española de los grandes grupos de comunicación, que lo enjabona para almorzar, comer y cenar, piense que TV3 miente”, tuiteó el mesías del lazo amarillo. Rivera, como suele ser habitual en alguien que hace del navajeo político su ejercicio diario, optó por entrar al trapo (qué facilidad tiene este chico para despreciar los silencios siempre tan importantes en la vida) y respondía a su archienemigo, en plan bravucón, a través de la misma red social: “Señor Puigdemont, deje de hacer de comentarista y preséntese inmediatamente en los juzgados para responder de su procesamiento por malversación de fondos públicos y rebelión”. La riña de gatos de la que nos habla Eduardo Mendoza en una de sus grandiosas novelas es lo único que parece funcionar ya en Cataluña, de ahí que el escritor barcelonés haya confesado no entender nada de lo que está pasando en su tierra y su “miedo” por lo que puede estar por venir.
Y así, entre acusaciones cruzadas y más de lo mismo, ha transcurrido la enésima, insulsa y fútil rueda de prensa en Bélgica de Carles Puigdemont. El líder del anterior PDECat (ahora Crida Nacional per la República) ha venido a decir que no ve demasiadas diferencias entre el Gobierno de Mariano Rajoy y el de Pedro Sánchez, cuyas posturas ideológicas respecto al problema catalán en realidad se parecen tanto como una Harley-Davidson y un babuino. Mientras el PSOE, ese partido tan denostado por los extremistas de ambos bandos, aprobó un Estatut que reconocía a Cataluña como nación, blindando su lengua propia, sus símbolos nacionales y su singularidad política y cultural, Rajoy lo impugnaba en el Constitucional e iniciaba una campaña de boicot a los productos catalanes, que fue tanto como alimentar la catalanofobia. Y así la espuma independentista fue explotando como la del brioso cava del Penedés vetado por la derecha española ultramontana. Más tarde, ya en plena crisis institucional y territorial, Rajoy apostó por un 155 duro que el PSOE nunca hubiera aplicado, entre otras cosas porque allí estaba Iceta para suavizarlo moviendo las caderas al ritmo de Queen. No, no es lo mismo una cosa que la otra, no es lo mismo la apisonadora destructiva del PP que la condescendencia amable del PSOE, por mucho que el señor Puigdemont se empeñe en demostrar lo contrario.
Sin embargo, el president desterrado, en su ceguera esperemos que transitoria, no ve más que una España, y quizá por eso ha lamentado la decisión del Gobierno central de enviar 600 efectivos de la Guardia Civil para las manifestaciones del 11 de septiembre en Cataluña. ”¿El nuevo tiempo es enviar 600 guardias civiles para controlar una jornada que ha sido siempre tranquila y llena de convivencia?”, se preguntó Puigdemont, sin duda tratando de reforzar la moral de la tropa, también la de los CDR, que ya han avisado de que su intención es paralizar el país esos días. Interpretar el plan de seguridad del Gobierno en clave política es cuanto menos oportunista y un intento por seguir tensando la cuerda, que a fin de cuentas es la única estrategia por la que parece haber apostado Puigdemont. Los guardias no se envían para ser utilizados contra nadie, sino para garantizar la seguridad de todos. En cualquier caso, el president insistió en que las últimas ofertas de diálogo de Sánchez no se “concretan” y que solo se puede dialogar “sobre lo que pide la sociedad catalana, que es el derecho a decidir su futuro”. Como si la propuesta del presidente del Gobierno de pactar un referéndum sobre el autogobierno y un nuevo Estatut no fuese un buen punto de partida para al menos sentarse a dialogar. Y ahí es donde Puigdemont falta a la verdad una vez más, ya que dice haber dado “todas las oportunidades y la confianza” para que Sánchez diga cuál es su receta, “si es la receta Rajoy 2.0 o es otra receta que incluso podríamos estar dispuestos a considerar”. E insiste en que “sobre la mesa no hay nada”. Quizá la receta esté ya prescrita y el problema es que el enfermo, en su tozudez cronificada, se niega a tomarla.
En los últimos días Quim Torra ha reconocido su disposición a acudir al Parlamento español a debatir, un buen paso adelante para empezar a jugar al póker del diálogo (pasemos por alto que la presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor, ha querido adjudicarse esa medalla cuando si ha habido una distensión entre Madrid y Barcelona, aunque sea mínima, se debe al nuevo clima político introducido por el presidente Sánchez). Con Rajoy la consigna policial era leña al mono que es de goma, “a por ellos oé” y mucha hormona españolista. Con Sánchez en Moncloa la propuesta es bastante más democrática, sensata, civilizada. Hay que sentarse y hablar sin plazos ni condiciones. Pero Puigdemont sigue sin recoger el guante y el tiempo pasa y el desgarro cunde y la frustración aumenta. “Los conflictos no se resuelven con más gasolina”, concluyó el honorable paradójicamente. Aún no se ha dado cuenta de que es él quien tiene la mecha encendida en una mano y la lata dispuesta a ser utilizada en la otra. Si quiere interlocutor lo tiene al otro lado, no tiene más que levantar el teléfono.
Al final de la rueda de prensa llegó la arenga patriótica que nunca falta. Puigdemont hizo un llamamiento para que todos los catalanes se movilicen masivamente el día de la Diada, aunque sin caer en “provocaciones”. El 1 de octubre empezó “una nueva era”, refuerza el Gobierno de Torra desde Barcelona. “Ese día decidimos mirar al futuro. Hemos emprendido un camino que sabemos largo y complejo hacia una república de personas libres. El camino de nuestro futuro”. Es la grandilocuencia vacía de la retórica, el humo disperso de las soflamas imposibles, mientras el Parlament sigue cerrado a cal y canto, Junqueras se come el rancho frío de la cárcel y los problemas cotidianos de los catalanes continúan convenientemente aparcados.