Todos los países del mundo tienen su día nacional, el día en que todos los ciudadanos y ciudadanas se unen en torno al ensalzamiento de los valores fundamentales de la nación. Suelen conmemorarse grandes eventos históricos como, por ejemplo, el 14 de julio en Francia (Revolución Francesa) o el 2 de junio en Italia (referéndum sobre modelo de Estado (Monarquía o República) celebrado en 1946). En América los días nacionales suelen ser conmemoraciones de su independencia de la colonización europea: 4 de julio en Estados Unidos, 16 de septiembre en México o 16 de agosto en República Dominicana. En España, por el contrario, se celebra el día 12 de octubre por ser el día del descubrimiento de América y del inicio de la conquista del continente…, con todas las connotaciones de la fecha que se quieran poner.
Sin entrar en el significado del 12 de octubre, en la situación en la que se encuentra España, lo visto en los eventos organizados por el Ministerio de Defensa es muy preocupante para la salud democrática del país, dejando de lado el debate sobre la persona que presidía los mismos, aunque de ese tema haya mucho de lo que hablar.
El desfile del Paseo de la Castellana, como el del Día de las Fuerzas Armadas, rescata cada año imágenes de un pasado en blanco y negro que no encajan con la sociedad moderna e igualitaria que define un país como una democracia digna. Conmemorar el Día Nacional no debe ser sinónimo de una parada militar, sobre todo en un país como el nuestro en el que tenemos un pasado demasiado cercano de exaltación de lo castrense. No tenemos más que recordar cómo en las manifestaciones ultras tras la muerte de Franco se coreaba el lema «Ejército al Poder» con el ánimo de arengar a las tropas para evitar que España se convirtiera en una democracia.
Por suerte, el Ejército sí que ha evolucionado, sí que ha tenido una transición hacia la democracia y su papel en la sociedad actual va mucho más allá de la violencia, la muerte o la represión. Las Fuerzas Armadas y las de Seguridad del Estado tienen una función fundamental de dar seguridad y paz a la ciudadanía, tanto a la española como a la que en multitud de lugares del mundo se beneficia de las operaciones de paz en las que nuestros soldados se encuentran como, por ejemplo, en los países bálticos o en Mali, además de las misiones en las que la Unidad Militar de Emergencia se ha destacado por su humanidad y su eficacia a la hora de salvar vidas en grandes catástrofes naturales.
La Fiesta Nacional debería servir para, principalmente, homenajear a quienes, desde la sociedad civil, son la muestra de los valores de solidaridad, igualdad, humanidad y dignidad que caracterizan al pueblo español del siglo XXI, a quienes se juegan la vida en el Mediterráneo para salvar la vida de los náufragos que no eligen puerto, para quienes luchan por la igualdad, para los y las que, desde su profesión o su dignidad, dan su vida para terminar con el maltrato y el terrorismo machista, para tod@s aquell@s que intentan evitar los desmanes de las élites hacia el pueblo. La Castellana de Madrid debió de llenarse de los hombres y mujeres de, por ejemplo, Open Arms, de Save the Children, de Amnistía Internacional, de Unicef, de la PAH, de las asociaciones de mujeres contra el maltrato y la violencia machista, de los voluntarios que cada día entregan su tiempo para hacer la vida mejor a quien más lo necesita, además de una representación mayor de unidades u organismos públicos, como Salvamento Marítimo, que hubiera ido más allá de un vehículo especial o de una presencia testimonial.
La Fiesta Nacional es la que debe representar a todos los españoles y españolas y una parada militar, desde luego, no es más que un remedo de un pasado caduco y rancio que recuerda a los regímenes militares o autoritarios. En vez de fusiles, tanques o la multitud de herramientas de matar que han plagado el Paseo de la Castellana, el homenaje debería haber sido a las manos, los ojos, los brazos, las almas y los corazones de todos los que dan, de un modo u otro, su vida en favor de los demás, incluid@s l@s de uniforme.
Otra cosa es la representación política que allí estuvo presente y lo que realmente representan en nuestra sociedad. Allí hemos visto a miembros de los partidos de todas las ideologías democráticas con presencia parlamentaria. Sin embargo, también se manchó el buen nombre de nuestro país y se insultó al pueblo español con la presencia de líderes ultraderechistas de VOX, los mismos que el pasado domingo atacaron los valores esenciales de un Estado que continúa caminando hacia la democracia plena.
La presencia de la ultraderecha es un grave error por parte de la responsable del Ministerio de Defensa porque, mientras que otros departamentos del Gobierno están luchando por devolver a los ciudadanos sus derechos y por implantar la igualdad, la responsable de la organización fomenta uno de los momentos más rancios que puede presentar una democracia a la sociedad y que simboliza la prepotencia, la formación para intimidar, los elementos que frenan la convivencia, la paz y la vía del diálogo, un símbolo de un pasado con el que la mayoría de los españoles y españolas no se identifican. Como decíamos antes, en este desfile sólo estaría justificada la presencia de quienes están realizando acciones humanitarias y han faltado muchos de los que luchan desde la sociedad civil por un mundo mejor.
El propio Jefe del Estado debería ser la persona que frenara este tipo de eventos que representan un tiempo pasado, un tiempo que no debe volver por más que algunos de los que estaban en las tribunas están deseando su retorno y la vuelta de valores como la homofobia, la xenofobia, la desigualdad, injusticia social, y el machismo, actitudes contrarias al espíritu de este Gobierno.
Ojalá un día no tengamos que arrepentirnos de que una democracia comprometida con el pueblo pudiera haber sido utilizada, por falta de aplicar la razón sin miedo, por la presencia en ese desfile de los líderes de VOX porque, más temprano que tarde, ellos no tendrán tanto reparo en aparecer como lo que son “utilizadores y aprovechados de la democracia”. No hay que olvidar las lecciones de la historia para no repetir los errores que se cometieron en el pasado permitiendo que la ultraderecha se aproveche de la democracia para llegar al poder, tal y como hizo Hitler en Alemania.