En enero de 2017, Santiago Abascal, presidente de Vox, recibió una invitación formal para participar en la cumbre Libertad para Europa, que se celebraba en la localidad alemana de Coblenza. No deja de ser un sarcasmo y una burla a la historia que formaciones políticas que ya entonces trataban de acabar con la UE decidieran bautizar aquel aquelarre facha con tan eufemístico nombre. Allí iba a estar la crème de la crème de la extrema derecha europea, los depositarios y guardianes de las esencias del Sacro Imperio Romano Germánico. Los arios, los rubios rubísimos, los de piel blanca sin contaminar. No dejaba de ser todo un privilegio para un españolito plebeyo y moreno de sangre mancillada por siglos de invasiones fenicias, godas y morunas que los grandes halcones de la Europa rica y opulenta le permitieran revolotear por allí, junto a ellos, bajo la estatua monumental de Guillermo I de Alemania y entre los caudalosos ríos Rin y Mosela. A fin de cuentas, a Abascal en aquellos días solo lo conocían en su casa y los cuatro amigos con los que acababa de fundar ese partido extraño con nombre de concurso musical de televisión.
Debió causar en él una profunda emoción estrechar la mano de Marine Le Pen, líder del Frente Nacional francés; besar las mejillas de Frauke Petry, de Alternativa por Alemania; abrazar a Geert Wilders, del partido holandés PVV (Partido de la Libertad). Todos ellos habían conquistado poder en sus respectivos países mientras a él ni siquiera le daban un minuto de gloria en la Cadena Cope, la emisora del obispo amigo.
Aquel encuentro, que tuvo por objetivo “estrechar las relaciones entre los partidos europeos”, fue el espaldarazo internacional que necesitaba Vox, su puesta de largo en sociedad, su consagración definitiva en el selecto club de los partidos más supremacistas de la vieja Europa. Desde ese mismo momento, Abascal fue ungido como el líder de los “amigos españoles”, tal como sugirió este domingo Marine Le Pen en su mensaje de felicitación tras los excelentes resultados de Vox en las elecciones andaluzas.
En aquellos días de la cumbre de Coblenza, la extrema derecha europea miraba a España con desagrado y estupor al no poder entender cómo en el país sumiso que Franco había gobernado con mano de hierro durante cuarenta años no terminaba de cuajar un sentimiento nacionalista tan potente como el que ya se propagaba imparable por el resto de Europa. “Spain is different”, se decían resignados, mientras se tapaban los ojos ante el Canal Internacional de TVE para no tener que ver cómo un grupo de bolcheviques barbudos y andrajosos que se hacían llamar podemitas reventaban las urnas y hasta estaban a punto de asaltar los cielos. Aquello había que cambiarlo. Era necesario cambiarlo.
La cumbre del 17 fue el punto de inflexión. Hubo contactos políticos, intercambio de ideas, estrategias comunes… No consta que se cantara el Cara al Sol ni que hubiera ayuda financiera, tal como ha llegado a insinuar Javier Maroto, vicesecretario de Organización del PP. Tras dos días de intensos debates en los que Santiago Abascal mantuvo encuentros con los maestros de la cosa, el tanque de Vox salió de los talleres metalúrgicos de Coblenza perfectamente engrasado. Aquella máquina se había forjado con el hierro ideológico de la Renania y la cuenca del Ruhr. Hoy, apenas dos años después, el Panzer está listo, calibrado, y avanza imparable y victorioso por el frente andaluz camino de Madrid, como en el 36 pero sin pegar un solo tiro.
Según una nota que Vox emitió en aquella cumbre, la formación de Abascal agradecía la invitación para participar junto a “aquellos partidos con posibilidades reales de alcanzar el poder, como en Francia y Holanda, que denuncian el multiculturalismo como causa de la crisis y que defienden la identidad nacional frente a los intereses de Bruselas y la identidad europea de sus pueblos frente a la masiva inmigración islámica”.
A Abascal sus guías espirituales le dieron un auténtico máster (no como los que recibió Pablo Casado en su día), una verdadera beca Erasmus sobre nacionalsocialismo tuneado y urgente para el siglo XXI. Y el cursillo, por lo que se ha visto en Andalucía, surtió efecto.
“Vox está hoy en el epicentro de la gran reacción que se avecina en todo el mundo y que será un punto de inflexión para la victoria de nuestras ideas y para la salvación de Occidente, de su libertad y de su identidad”, dijo el caudillo salvapatrias con sus habituales palabras grandilocuentes al término del seminario de Coblenza. Y es que la clase práctica de verborrea trumpista para tontos o cabreados también debió aprobarla con nota.