Él es así. No se esconde cuando está en presencia de los que tienen el poder. Realiza una genuflexión ante los poderosos y habla en su favor porque sabe que ellos (hay pocas ellas) son los que mandan, los que le han colocado donde está, sus verdaderos jefes. Albert Rivera ha tenido la voluntad de acudir a una fábrica de automoción, por cierto con unos operarios sumamente limpios y repeinados, pero no ha dicho nada de los trabajadores. La clase trabajadora, esa que bastardamente califica de clase media trabajadora, y a la que intenta convencer que sólo él puede beneficiarla, no ha aparecido en ninguna parte de su discurso.
Y todo porque no le interesa la clase trabajadora pues es la parte débil del sistema. Ha hablado de pérdida de empleos, cuando lo que realmente quería decir es pérdida de beneficios pues no ha debido mirar alrededor suyo y ver que, en las cadenas de montaje, casi todo está robotizado. Donde están los empleos en cantidad es en la otra parte de la cadena del automóvil que él no ha mencionado. Eso sí, el dieselazo de la ministra Teresa Ribera, o de la ministra María José Montero pues van juntas en esto, no se le ha caído de la boca. “Si hablamos de transición energética, hay que hacerlo de manera acompasada, permitiendo que el sector pueda seguir creando puestos de trabajo y que la innovación nos permita, en un futuro, mantener la competitividad en esos coches eléctricos” ha manifestado y parece lógico. Lo que no ha dicho es que da igual el cambio hacia un motor eléctrico porque no se van a generar más empleos en las fábricas, incluso podrían disminuir. Y todo porque piensa en los beneficios como bien expresa la palabra competitividad. Él debería saber que dinero hacen los que tienen conocimiento, eso que en empresariales se llama Know-how, no los currelas de la planta.
“Los problemas no se solucionan subiendo impuestos” ahí está todo el resumen de su apoyo a la clase obrera. Ya se denunció en estas mismas páginas que la subida de la tarifa del diesel a quien realmente perjudicaba era a la clase trabajadora y a los autónomos precarios (que es como decir clase trabajadora). Pero eso no lo ha mencionado Rivera porque está al apoyo a las grandes multinacionales que si aguantan en España, seamos realistas, y no se van a Hungría o Marruecos es por las bonificaciones, subvenciones y agasajos de todo tipo que reciben de las administraciones del Estado. Si por ellos fuese habrían deslocalizado toda la producción. Esto lo calla Rivera porque está frente a los que le han puesto donde está, claro.
Eso sí, todo el problema es de Pedro Sánchez, o para ser más concisos del sanchismo, ese movimiento en torno al presidente que está llevando a cabo “una política fiscal errónea en un momento en el que España necesita certidumbre”. Aplicar, aplicar no ha aplicado nada. Pero lo que le molesta a Rivera no es que le suban los impuestos a esa chusma trabajadora, sino a sus jefes. La prometida subida de impuestos a quienes ganan más de 100.000 euros, el salario mínimo a 900 euros y la reducción de las bonificaciones a las empresas sí que le molesta porque atentan directamente contra los macrobeneficios de los señores del establishment. Aquellos que siguen enriqueciéndose a costa de la precariedad de los demás no quieren sufragar más gastos de los de abajo y por eso manda a Rivera a que proteste y pare esas intenciones. No es que sea una política errónea, sino una política que atenta contra los más ricos y poderosos.
Y para rematar su visita a una fábrica, que no parece que le haya servido para conocer de primera mano los problemas a los que se enfrenta la clase trabajadora vinculada a esa rama de la industria (él habrá visto españoles nada más), se ha lanzado a su mantra de los últimos días, el no constitucionalismo del PSOE. Así, sin que haya pestañeado, pero sí tocándose la nariz, ha afirmado que “se cumple un año de la primera victoria de un partido constitucionalista en Cataluña”. Habría que recordarle que el PSC de Maragall venció en 2003 en número de votos, que no de escaños, a la todopoderosa CiU. Por tanto no es la primera victoria, sino la segunda y además no le ha servido para nada. Aunque claro, para Rivera el PSC es aún menos constitucionalista que el PSOE de Sánchez.
Sus manías en dividir en mundo entre buenos y malos para insuflar el odio contra los malos, hacen que hoy esté echando fuera al PSOE que algo de constitucionalismo y defensa de la Constitución de 1978 algo sabe. Su odio a Sánchez, porque le gustaría estar en su puesto y piensa que no ha sido así porque no ha convocado elecciones, le lleva a criminalizar al partido y eso lo pagará en muchos sitios. De momento lo está pagando en Andalucía donde, gustosamente, camina hacia el abrazo con los neofascistas. Todo el día hablando de los fascistas y populistas catalanes para caer en brazos de otros similares, con la diferencia de que los andaluces llevan banderita en la muñeca. Y si son españoles son de los suyos.
Un día en una fábrica de Albert Rivera para hacer la pelota a la clase dominante, para atacar a Sánchez y para pasearse por España. Eso sí, la clase trabajadora quedaba excluida salvo para la fotos y porque iban limpios. Que igual si fuesen sucios y sin peinar no se hacía las fotos. Más bien con un operario porque no se le ha visto cerca de muchos más, que igual no son españoles, o transmiten enfermedades contagiosas, o no tienen ánimo emprendedor. Que aún hay clases y Rivera sabe a cuál defiende y en cual le gustaría acabar sus días de la mano de las gentes de Bilderberg. Vamos como su amado José María Aznar. Un día en la fábrica para hacerse la foto y pedir favores para los que mandan a través de él.