Entre las víctimas del IRPH nos encontramos con situaciones límite en la que la inhumanidad de algunas entidades bancarias supera líneas que ninguna administración pública debería permitir. Ya expusimos el testimonio de cómo una familia con una hija con discapacidad tuvo que renunciar a una parte de los tratamientos por seguir pagando la hipoteca. Sin embargo, en Diario16 nos hemos encontrados con situaciones mucho más graves como la que les vamos a revelar hoy.
La historia de esta familia comienza como casi todas, con la idea de iniciar un proyecto de vida. A diferencia de lo que pudieran imaginar, no se trata de unos jóvenes sino de personas ya con una edad, a punto de jubilarse, que necesitan comenzar de nuevo porque tienen a un hijo con discapacidad y deben disponer de una vivienda adaptada.
No son una familia adinerada. La crisis ya había comenzado y se dieron dificultades para optar a un préstamo hipotecario a pesar de que ya tenían una vivienda en propiedad. Intentaron venderla, pero les fue imposible. A través de un conocido que trabajaba en una entidad financiera lograron acceder a una hipoteca. Ni habían oído hablar del IRPH y apenas conocían lo que implicaba un índice de referencia. Les presentaron una tabla de amortización y la cuota mensual no cambiaba con el paso del tiempo. A esta hipoteca hubo que añadir un crédito personal para financiar el coste de la reforma para adaptar la nueva vivienda que también le gestionó la misma entidad. Como ya eran mayores, los plazos de los contratos eran más cortos y, por ende, las cuotas mensuales más elevadas. Pero, entre los dos sueldos más la prestación que cobraban por el hijo podían pagarlo.
Pasaron los años y como todos los afectados por el IRPH vieron cómo la cuota mensual subía mientras las de sus conocidos bajaban. A partir de ahí el temor era siempre el mismo: el hijo. Una vez que se jubilaron las cosas se pusieron aún peor por la rebaja de ingresos. La otra casa no la conseguían vender, ni siquiera alquilar. Hasta que llegó el momento en que tuvieron que decidir entre vivir o la hipoteca.
Las amenazas de desahucio fueron constantes y, a pesar de que tienen el apoyo de los suyos, esta familia vive con miedo. No por ellos, sino por el hijo con discapacidad. «Yo me vuelo la cabeza antes de ver a mi hijo en la calle. Al menos así la Comunidad Autónoma lo llevará a un centro para que viva atendido», decía uno de los progenitores. A esto llega la crueldad de la banca porque ni siquiera les han ofrecido una alternativa.