Miedo. Pánico. Olor a derrota por las cuatro esquinas de la calle Génova. Todo eso es lo que se intuye en el PP que, salvo la alegría andaluza que durará lo que tenga que durar, con las elecciones dedocráticas que está llevando a cabo Pablo Casado para las distintas autonomías y alcaldías. Una dedocracia que muestra bien a las claras que el viento frío de los neofascistas está incrustándose hasta los tuétanos en los huesos peperos. Un miedo a ser superados o a quedar como segunda fuerza de las derechas. Aunque según la mentalidad del dirigente máximo como son el centro del mundo y todo gira en torno a ellos no son derechas. Es más, casi están a punto de reconocer posmodernamente que no hay ni derechas ni izquierdas. Que es el fin de las ideologías menos la suya y la de género (que parece es la única que les preocupa a los machotes y machotas, o bien que es la única forma ideológica contra la que no tienen remedio).
Sólo dentro de ese miedo se pueden comprender ciertas elecciones, como Ruth Beitia en Cantabria (para arañar votos debido a su fama en el atletismo), o concretamente la realizada en Madrid. De hecho en el PSOE ya no hace falta que piensen mucho en quién poner para la capital madrileña, incluso un mono con un tutú tendría mejor imagen que el señalado. Que Casado elija a Isabel Díaz Ayuso y a José Luis Martínez Almeida es producto del miedo que tiene a los neofascistas. Ha puesto a dos lenguaraces no para ganar sino para no perder, para no hundirse como les muestran las encuestas con las que se manejan en la sede pagada con los sobornos a empresarios y con los desfalcos de la caja pública. Dos lenguas viperinas para contrarrestar las mentiras neofascistas y así intentar otro trifachito en el Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid. Para eso no ha dudado en llevarse por delante, y eso que había hecho méritos dialécticos últimamente, a Ángel Garrido. Un liberal de verdad, no esos reaccionarios disfrazados que pululan a miles en las filas populares, que sabe gestionar y se maneja con formas moderadas e, incluso, con pensamientos propios (seguro esto le ha matado). Pero el miedo es mayor a la política de moderación, deliberativa y con racionalidad.
Vuelve el aguirrismo con nuevas ranas de la charca del PP, lo cual no asegura que eso vaya a producir el efecto deseado de alzarse con la victoria. Casado no entiende, no tiene capacidad para ello y sus asesores parece que tampoco, que una parte del establishment es la que ha sacado a Vox a la luz pública y, como hicieron con Ciudadanos, no piensa reintegrarlo a las catacumbas. Así que la opción aguirrista, cuando además Díaz Ayuso actuó de conseguidora de servicios púnicos, no es más que un síntoma de la enfermedad que sufren en Génova. Martínez Almeida es un político irónica y lenguaraz que sabe batirse el cobre perfectamente en el mundillo, proceloso a veces, de lo municipal madrileño. Puede que caiga bien, pero no mejor que Begoña Villacís en los salones y cafeterías del barrio de Salamanca, Chamberí o en las conglomeraciones de clase media de los barrios periféricos. Puede que sea muy despierto, y con mucha más cultura que los dirigentes populares, pero en los barrios donde Vox está captando una base de clase trabajadora no es ni conocido. Por mucho que chille, patalee y haga fotos de los baches madrileños los neofascistas le llevan un terreno ganado en redes sociales y mecanismos electrónicos. Podrá salvar como mucho los muebles de la abuela Aguirre, pero la cartera y el palacete no dependerán de él.
El caso de Díaz Ayuso es un mayor ejemplo de esa pobreza de miras que tiene Casado y su equipo. La reina de las víboras mediáticas y electrónicas es incapaz de hacer un discurso que contenga más de tres frases seguidas con algo que no sea mentira, insulto o absurdo. Para quienes trabajan en la información de la Comunidad de Madrid es obvio que las capacidades de la política madrileña no son el razonamiento, la cultura, el savoir faire, sino todo lo contrario. Todo el que no piensa como ella, que por lo general es el 75% del mundo, es podemita, antiguo, comunista, persigue a los judíos, come niños y mata viejas. Ella es la ideóloga del PP como centro y Ciudadanos como centro-izquierda, con eso no habría más que decir de su capacidad intelectual, pero es que declarándose libertaria (no se le cae la palabra libertad de la boca) es incapaz de explicar lo que eso significa, más allá de hacer lo que le dé la gana. Una especie de anarcoliberal posmoderna incapaz de reflexionar el mundo que le rodea. Tanto como para poner en un tuit, sin ruborizarse, que es amiga de Israel (lo cual es personal) porque defiende la libertad, salvo que seas palestino y te invada el ejército israelí para echarte de tu casa. Sólo este último año 56 advertencias ha tenido Israel sobre pasarse los derechos humanos por el forro del fusil por parte de la ONU. Pero claro eso es libertad. Y si no te gusta eres un antisionista y podemita. Si se defienden los DDHH se es antisionista cuando, en realidad, no se les juzga por judíos sino por jodíos. No sabe separar lo étnico de las militar-estatal porque claro ella es muy mucho española y esa es una raza imperial y pura, o algo así debe pensar. ¿Qué tendrá que ver el Holocausto con la invasión de Gaza y Cisjordania? Para ella parece que sí. Lo dicho, incultura o interés.
Amo de Israel y del pueblo judío su defensa de la libertad y de la vida. Por eso, uno de mis primeros actos como candidata será el que personalmente estoy organizando sobre el Holocausto. ¿Cómo llegamos a aquello? Alimentando el odio y el antisemitismo, dos deportes podemitas.
— Isabel Díaz Ayuso (@IdiazAyuso) January 12, 2019
Imagínense por un momento un debate entre candidaturas a la Comunidad de Madrid con Ángel Gabilondo, Íñigo Errejón e Ignacio Aguado y Díaz Ayuso diciendo a todo lo que diga Errejón “Venezuela”, a lo que diga Aguado “cuñado” y a Gabilondo “despilfarro”. Porque no esperan mayor capacidad verbal que esa en un debate como ha demostrado sobradamente en los plenos de la Asamblea de Madrid, las escasas ocasiones en las que ha hablado. Aguado, que oratoriamente no es un dechado de virtudes, con estar callado en ese debate ganaría 10.000 votos por cada intervención de Díaz Ayuso. Y claro Gabilondo y Errejón con un discurso elegante y bien estructurado mostrarían que no está capacitada para gobernar. Un debate como ese daría votos a los neofascistas, sin necesidad de estar, y a Ciudadanos. Pero Casado piensa, no porque sea su amiga íntima y se conozcan desde hace muchos años, que la candidata puede frenar a los neofascistas porque tiene el mismo tipo de discurso viperino. Perder frente a Aguado o Gabilondo (que huelen a pacto suficiente) no le importa, pero no quiere ser tercero en una competición como la madrileña con el impacto mediático que tiene. Además, lo de España vs Cataluña no va a servir de mecanismo contra las izquierdas, porque ambos candidatos tienen una visión prístina del Estado y la nación. Tendría que leer a Isaiah Berlin, el último ensayo de Mario Vargas Llosa o a Elie Kedourie para entender lo que es ser liberal y tener un sentido patriótico. Y si leyese a John Stuart Mill para saber qué es la libertad y lo bueno que es un Estado plurinacional ya sería de premio.
Pablo Casado demuestra ser ese hombre que languidece según avanza el tiempo porque le dieron un portaviones y lo está dejando ni para goleta va a servir. Le dieron una estructura política que gustaba a las personas por representar una derecha madura, deliberativa, patriótica y democrática y está volviendo a la anti-España, a la reacción, al odio y a la derrota en las urnas. Lo de Andalucía es un espejismo más producto de errores ajenos que de aciertos propios, pero no parece haberlo entendido. Mientras las piezas estatales van recomponiéndose, lenta pero firmemente, él está en una pelea con los neofascistas que le quitan votos a espuertas y con el mundo porque no le hacen caso y le siguen como se sigue a cualquier gurú de secta. Hasta Albert Rivera se ha dado cuenta de que el camino de la posible victoria es otro y no el seguir el juego de los neofascistas, pero Casado debe ser que sólo se junta con la ultraderecha de su partido y es incapaz de ver que todas sus acciones son las propias de un derrotado, de una persona sin salida, de un ignaro de sonrisa plastificada. Por eso ha elegido a Martínez Almeida (se puede hacer el chiste de “Martínez el facha” sí) y a Díaz Ayuso, para morir matando. Los moderados callan por disciplina, pero un revés en las locales perdiendo poder municipal que es donde tiene su bastión principal el PP y van a salir a darle collejas hasta de debajo de las tumbas. Huele a dedocracia de derrota segura.