“Felón, traidor, impresentable, okupa, ilegítimo, sin escrúpulos, peligroso” son algunos de los calificativos que han dedicado desde el “trifachito” al presidente del Gobierno por su intención de poner un relator en la Mesa de Partidos catalana para solucionar el conflicto catalán. Una Mesa en la que deberían y podrían estar todos los partidos políticos catalanes, aunque desde PP y Ciudadanos ya han anunciado que ni por asomo estarán en ella. Eso demuestra que no quieren ninguna solución al conflicto catalán sino mantenerlo para intentar sacar rédito personal y político, a la par que así se ocultan sus oscuras maniobras para extraer todo el jugo a los españoles. A esos mismos que dicen amar. Y nada mejor que lanzar a las masas a las calles para que deglutan durante un rato el nacionalismo español reaccionario que sostienen en las tres formaciones.
Decía Fitche que el ego es el que crea el mundo con toda su tosquedad, no tanto por interés propio, sino para disponer de ese antagonista que genera una lucha, la cual permite a ese ego tomar conciencia de sí mismo. Si se llegase a acabar con el antagónico termina la actividad al alcanzar la perfección y viene la muerte. Esto mismo les pasa a Pablo Casado, Albert Rivera y Santiago Abascal, se pasan el día buscando a ese ser antagónico con el que luchar para no morir en términos políticos se entiende. Hay, al contrario de lo que decía Fitche, un interés propio de cada persona individualmente considerada como dirigente de un partido, y como colectividad ideológica. Uno tiene que ver con la no aceptación de los dirigentes de PP y Ciudadanos por la población española como lo que son en estos momentos, dirigentes políticos. El otro se refiere a la muerte política porque se muestran incapaces de avanzar electoralmente sin ese antagonista pues sus propuestas políticas y sociales son una regresión a tiempos pasados donde se han demostrado inoperantes y generadoras de pobreza en las clases dominadas.
En esta tesitura de total incapacidad de acabar con una izquierda, y lo intentan provocando divisiones en Podemos, o intentando quebrar la confianza en Pedro Sánchez, mucho más que en el PSOE en sí, que gobierna con cierto sentido social, sólo les queda el nacionalismo como bandera. El proceso identitario de esa comunidad imaginada (ninguno ha sido capaz de decir qué es España como nación o como patria) parece que les sirve para derrocar, sí derrocar porque están en modo guerra y golpista, al Gobierno. No quieren que Cataluña pueda tener una solución, como no querían que ETA desapareciese. Viven constantemente de inocular miedo al otro, a la posible ruptura de una nación que no existe más que en sus cabezas porque no ayudan a construirla. Como dijo el liberal Renan: “la nación es un plebiscito de todos los días”. Es, por tanto, una construcción continuada y adaptada a los tiempos que corren. Confrontan con el independentismo catalán con las mismas armas ignominiosas, con la misma soberbia, pensando que al otro lado de la frontera imaginaria lo que hay son metecos o ilotas.
El nacionalismo, se ha comprobado, tiene raíces muy fuertes en el pensamiento y el comportamiento de las personas y esto es algo que están utilizando los dirigentes del trifachito. Alimentar no el diálogo racional y la deliberación como bueno liberales, sino lo identitario como mecanismo de movilización, pero también de dominación. Porque quien te tapa la cara con la bandera es porque está escondiendo algo. Es curioso que la unión de populistas de derechas, reaccionarios y neofascistas se apropien de la nación cuando la lucha antifascista de la izquierda se produjo para liberar a las naciones, precisamente, del totalitarismo utilizado por el capitalismo para acabar con las revoluciones de la clase trabajadora. Hoy parece que quieren darle la vuelta y utilizar la nación contra las políticas sociales del Gobierno poniendo como excusa el conflicto catalán. Pretender hacer ver que la izquierda nunca ha tenido sentimientos patrióticos sí que es una felonía, pues no sólo los ha tenido en conjunción con el internacionalismo y el pacifismo, pero en una unión que el trifachito no puede permitir que aparezca en escena: la patria de los derechos sociales. No se enfadan porque se pida un relator en una Mesa de Partidos, sino porque de salir bien el diálogo podría renacer la nación social.
Miroslav Hroch afirmaba que “cuando la sociedad fracasa, la nación aparece como la garantía última”. Esta sociedad capitalista ha fracasado porque la utopía, que han estado vendiendo desde el poder, de una riqueza continuada para todo el mundo se ve que no es así. Que el bienestar de las personas es lo primero, que afirman desde la clase política, también es falso pues sólo se prestan al saqueo continuado de lo público. La sociedad capitalista se desvanece y sólo queda recurrir al conflicto entre identidades. Fíjense la extraña obsesión contra la diversidad, esa misma que fomentó el sistema para destruir la identidad de clase, del trifachito. La identidad de mujer es mala, la de gay es mala, la de nacionalista no españolista es mala, y mientras tanto, mientras hay una pelea por identidades del propio sistema mediadas por la identidad nacional españolista, la pobreza se extiende a toda la población española. Necesitan el conflicto catalán, y los otros conflictos, para poder tener el poder y seguir con las políticas del austericidio y de la desposesión de lo público (privatizaciones encubiertas o directas).
“Ha cruzado todas las líneas, es el mayor traidor a nuestra legalidad, está cometiendo un acto de felonía contra la dignidad de un país que no puede verse chantajeado” ha dicho Casado, cuyo máster dijo la semana pasada una jueza que fue regalado. Eso sí es una traición a los miles de españoles que han tenido que hacer un esfuerzo tremendo para obtener un título para trabajar. Porque lo de Casado no ha sido para producir riqueza, sino para vivir del momio, lo que supone otro acto de indignidad. “Hay que frenar a Sánchez en las calles y ha llegado el momento de dar la batalla cívica porque es una obligación y una necesidad” ha expresado Rivera que fue quien primero se lanzó a convocar la manifestación contra el gobierno. Eso sí, en favor de Rivera hay que decir que al menos tapa un poco el nacionalismo españolista llamándolo “batalla cívica”. Debe ser que ha leído lo que le dijimos sobre el patriotismo y empieza a utilizar conceptos más republicanistas. Pero el fondo es el mismo por mucho que lo intenten esconder, no es defender España de unos secesionistas, sino calentar el ambiente contra el gobierno recurriendo a lo único que les queda: el nacionalismo. Por la batalla cívica no es por derechos sociales, ni por derechos laborales, ni por derechos de ciudadanía, nunca lo son en el caso de Rivera, sino por una identidad y crear un antagonista que les permita ganar dos votos más.
Porque, que no les engañen, detrás de todo esto hay un mero cálculo electoral sin más. No quieren defender España, no lo han hecho en relación a la soberanía en las decisiones internacionales respecto a Venezuela donde se han bajado los pantalones ante el poder imperial de EEUU, quieren ganar las elecciones y que lo social desaparezca del plano político. Detrás de ello hay un trasfondo económico de la clase dominante española. Necesitan que haya flujo de dinero de lo público hacia lo privado porque se han vuelto improductivos por sí mismos, han generado tales monstruos financieros que a día de hoy necesitan de ese flujo para sobrevivir en algunos casos, o para que las acciones no caigan en bolsa. La megalomanía financiera de generar supuesta riqueza mediante lo que siempre se ha conocido como especulación está al borde del abismo. Necesitan que las televisiones públicas desaparezcan para que las suyas aumenten ingresos. Necesitan la publicidad institucional para que sus medios sigan produciendo fake news. Necesitan que el poder del Estado esté en manos de los suyos por un tiempo indefinido para controlar la reproducción de las relaciones sociales.
No quieren dejar el conflicto catalán porque eso les permite un plus electoral según han pensado de lo acontecido en Andalucía. Un análisis simple pero que han inoculado en las mentes de las personas y así derivarlas hacia lo identitario y no lo deliberativo. Tampoco les interesa a ciertas partes del secesionismo que haya un descanso en la contienda identitaria no vaya a ser que se vean con claridad sus políticas nefastas para la población, y no las lingüísticas sino las sociales. Ambos contendientes quieren seguir con el conflicto porque sacan rédito de ello sin importarles lo que le pueda pasar a la ciudadanía. Una ciudadanía que quieren transformar, en ambos casos, en masas aborregadas con sólo un pensamiento en la cabeza y sin capacidad alguna de análisis de la realidad. Volvemos a los tiempos donde la mesmerización se impone entre la población. Sin nacionalismo PP, Vox y Cs no tienen nada que ofrecer a la sociedad, nada. Por eso insisten en el conflicto identitario. Crean un enemigo a la nación, como Sánchez, fíjense que ya no es Puigdemont el malo sino el presidente del Gobierno, para intentar dotar de unidad a las masas. Unas masas que quieren dirigir ellos hacia una nación que ni ha existido, ni sabemos qué es porque nunca lo dicen.
Decía lord Acton que un Estado que no sabe satisfacer a diferentes naciones se condena a sí mismo. El trifachito está condenando a España a la verdadera disolución. No sólo del Estado sino de la propia sociedad. Es el trabajo del neofascismo que nos intentan vender como democracia. No están luchando en favor de España, el Estado o la Democracia, sino en contra realmente. Los insultos y las palabras gruesas muestran el grado de desesperación que tienen por la utilización del resto de partidos de los canales comunicativos y deliberativos. Ellos no quieren diálogo porque, para terminar la obra disolvente, necesitan el enfrentamiento. Les da igual el relator, lo que no quieren es el diálogo, como no lo quieren en Venezuela, o donde sea. Quieren conflicto y terror para quebrar la propia democracia como sistema de resolución de conflictos. La democracia, que es más bien una aristocracia camuflada, que desean sólo es un mero intercambio de elites del sistema mediante unas elecciones que aparenten ser democráticas. Casi lo habían conseguido hace unos años, por eso el establishment estaba contento y tranquilo, pero los excesos contra la población han provocado ciertos cambios sistémicos que no quieren ya. Han lanzado a sus muchachos del trifachito a acabar con la democracia. Incluso en la manifestación habrá una pelea por ver quién se proclama, no presidente del gobierno como algunos irónicamente dicen, sino el jefe de las masas. Quieren masas y no ciudadanos a las que manejar y que no se quejen por su fatal destino. Y nada mejor que Rivera y Casado para ejecutar la democracia.