“¡Qué remedio!” fue la expresión utilizada por Pedro Sánchez para aceptar penitentemente los dos debates a cuatro en días consecutivos. No querían en su equipo electoral esa situación porque la táctica de Iván Redondo se desmoronaba. Cuando tanto listo se junta es lo que pasa, que al final se acaba metiendo la pata y llevando al candidato a un callejón sin salida que puede perjudicarle mucho más que beneficiarle. Y esos dos debates seguidos son un verdadero peligro para el candidato socialdemócrata porque lo conseguido hasta la fecha puede quedar embarrado en un plisplás.
Sánchez venía desarrollando una campaña propositiva y con un cariz moderado más propio de la personalidad del candidato. Nada de estridencias, muchas frases hechas, muchas propuestas de gobierno y una gran dosis de moderación buscando el voto del centro derecha que le permita, incluso, acercarse a la mayoría absoluta. Para ello sólo habría que lograr una fuerte movilización de cierta capa de electores que están más renuentes a votar a la derecha trifálica echada al monte de la inmundicia política. Y a fuer que lo estaba consiguiendo el presidente del Gobierno. Presentarse como el garante de la estabilidad necesaria ante una España que se quiebra económica, social y políticamente. Además en un orden global altamente convulsionado (Trump, Brexit, Putin, China, neofascismo…). Un logro de Sánchez que puede quedar en nada, salvo ganar las elecciones.
El debate a cinco con los neofascistas obligaba a Albert Rivera, cuando menos porque Casado ya sabemos que vive en un mundo paralelo, a pelearse con la extrema derecha poder rascar suficientes votos al PP y que no se le vayan más. Sólo debía debatir en esos términos Sánchez con Pablo Iglesias en ciertas propuestas. Miel sobre hojuelas para el ideólogo Redondo y su cuadrilla de listos. Sin embargo, en el nuevo formato y por duplicado el centro de los ataques será su propia persona. A diestra y siniestra se verá puesto en cuestión personal y políticamente, lo que propiciará que salga dañado de una forma u otra. Primero porque el tiempo para resarcirse de los golpes del primer día es mínimo. Segundo porque si bien puede hacer un primer buen debate de los otros tres al menos uno podría ponerle las cosas difíciles el segundo día. Y tercero porque, ni siendo dios, se puede aguantar contestar a todas las críticas.
Especialmente difícil va a ser debatir con el nesciente Pablo Casado, de quien sabemos que no piensa decir una sola verdad, sólo mentir e insultar. Y si frente a los insultos lo mejor es callar (como le pasó a Sánchez con Rajoy en 2015, que por insultar perdió el debate), frente a las mentiras suele ocurrir que hay que gastar el doble de tiempo, una parte diciendo que es mentira y la otra intentando ofrecer la verdad, no garantizando nadie que se sea efectivo. Rivera por su parte tiene propuestas que vistas rápidamente pueden resultar atractivas sin explicación y cercanas al pensamiento de Sánchez, por lo que la réplica aumenta por tres. Y con Iglesias puede haber cierto compadreo mutuo pero sin que sea demasiado evidente para no perder votos, por lo que atacará también al presidente.
Todo ello por duplicado y en días consecutivos. Lo que no quería, con razón, Sánchez va a ser doblemente propiciado por la incapacidad de sus adoradores/asesores en ver la jugada. Los debates electorales no se ganan por las cifras sino por las impresiones que dejan los candidatos, por la capacidad de agitar las distintas historias insertadas en el inconsciente colectivo de las personas, por la imagen que se proyecta, algo en lo que Sánchez ha tenido algunas dificultades en el pasado. No ganó los debates de 2015, ni el del 2016, ni los de las primarias del PSOE (en 2014 ganó Pérez Tapias y en 2017 quedó sin vencedor claro). La capacidad que tiene en los mítines con las personas, empero, no se demuestra en los debates cuerpo a cuerpo con otros contendientes políticos. Sánchez es capaz de preparar muy bien los argumentos pero le cuesta la confrontación posterior. Y en esta ocasión la va a tener por partida doble. Esto es algo que conoce perfectamente Redondo que quería evitarlo y le ha llevado a un doble suplicio.
Por suerte para Sánchez tiene una ventaja tan amplia que los debates no le van a impedir ganar las elecciones. Es más, si ignora todos los ataques de los demás participantes e insiste en sus propuestas; si no entra al cuerpo a cuerpo aunque le digan que ha plagiado la tesis y que es el presidente Falcon (que se lo dirán); si se dedica a lo suyo evitando cualquier tipo de comentario aunque le mienten la madre; y logra que las derechas se peleen entre ellos con alguna buena alocución entonces saldrá sin magulladuras y victorioso. Pero la “putada” que le han hecho, sabiendo que no es su fuerte debatir, sus propios asesores es para pensar que Redondo sigue trabajando para el PP.