No es un lamento producto del pensamiento de que cualquier época pasada fue mejor, eso sería casi un pensamiento tradicionalista y medio conservador. No van por ahí los tiros porque las sociedades avanzan, el soporte económico de las mismas cambia producto de la implosión de nuevas tecnologías y porque algunas certezas acaban por convertirse en dudas y al contrario. La izquierda de antes no era mejor, ni peor, sino que era la izquierda que tocaba bajo en contexto cultural y económico que había. El problema es que ahora, por decirlo en un tono suave, no hay izquierda, tan sólo una especie de espíritu de aquellos tiempos y aquellas ideas. Molaba más sí, porque era izquierda y no la mezcolanza que existe hoy en día.
Desde la derecha y la izquierda hay una profunda queja por la irrupción de las identidades como único elemento político capaz de construir sujetos, más bien microsujetos, políticos. Si se lee a Francis Fukuyama o Luis Garicano, por citar a dos pensadores con libros actuales, tienen miedo a las identidades nacionalistas y la capacidad de destrucción de la democracia liberal representativa. Si se lee a Daniel Bernabé, casi un rara avis de la crítica desde la izquierda, son todas las identidades un producto asimilado y potenciado por el neoliberalismo para destruir las reclamaciones de la izquierda clásica. La realidad es que la identidad, sea nacional o personal, es un producto de la propia Ilustración. Se puede encontrar su defensa en Kant o en Mill. La plena autonomía individual, que sirvió de base para la plana autonomía nacional, genera con el paso del tiempo ese tipo de identidades. Pero siendo realistas, siempre han existido identidades, más o menos fuertes, porque son consustanciales a la vida en común, a la existencia de una sociedad o a la libertad individual/colectiva.
Las identidades están por todas partes y cada colectivo que se siente oprimido, por extraño y fantasioso que sea, reclama su voz en esta época postmoderna. En algunos casos hay una historia detrás de opresión, en otros es una victimización totalmente construida. Todos piden su sitio y su voz en las cercanías del poder. Y la izquierda, alejándose de su epistemología tradicional, las ha ido añadiendo como en esa cadena de equivalencias que tanto gustaba a Ernesto Laclau. La derecha también lo ha hecho al ver que no hay problema contra el sistema en sí. La izquierda postmoderna es identitaria y multisujeto. Allí donde alguien reclame una injusticia acude por absurda que pueda llegar a ser su reclamación. Es más, se componen demandas multi-identitarias que son asumidas en ese populismo que ni roza las entrañas del sistema. Son liberales sin haberse dado cuenta.
La izquierda, la transformación del sistema y el futuro.
No hace tanto tiempo, antes de la postmodernidad, de la modernidad líquida, de lo que se le ocurra al primer intelectual liberal, la izquierda tenía claro que el problema del sistema capitalista, con su rama de democracia liberal, estaba en la estructura del mismo, la cual acaba “determinando” el sistema superestructural. De ahí que hubiese diversidad analítica entre diversos marxismos y socialdemocracia; o diversidad estratégica entre keynesianos, marxistas, leninistas, maoístas, trotskistas, etcétera. Hoy toda la izquierda es populista y liberal. Evidentemente quedan remedos de aquel pensamiento diverso, pero con una visión común, pero no son los elegidos por las élites de la izquierda. Es más cómodo hablar de justicia social y añadir reclamaciones identitarias que analizar cómo está el sistema capitalista avanzado y global alterando las vidas de las personas, cómo la aliena y explota o cómo el sistema domina.
Hoy en día se hace complejo que un intelectual, especialmente vinculado a los partidos políticos (pues siempre hay cierta conexión), escriba algo parecido al “Como domina la clase dominante” de Göran Therborn. Ni qué decir que ya no hay un Althusser, un Bensaid, un Henri Weber, un Balibar, un Badiou, un Rancière, un Lefebvre, un Gómez Llorente, un Sacristán, un Claudín, un tantos y tantos nombres que añadir en el amplio espectro de la izquierda. Tuiteros y pensadores líquidos, sin embargo, hay a cientos. Politólogos con tanta laxitud que son capaces de defender lo uno y lo otro a la vez sin sonrojarse. Economistas que hablan de empoderar a las personas y defienden el emprendimiento y están en las cúpulas de los partidos de izquierdas. Analistas que dicen que hay mucha desigualdad y cuya única solución es la Renta Básica como Piketty. Ya advirtió en El Hombre Unidimensional Herbert Marcuse que la paradoja de nuestro tiempo era que podíamos comer todos y todas, pero no había ganas ni intención de acabar con el sistema que permite la hambruna y la pobreza.
No hay una izquierda que, aunque sea como visión a largo plazo, tenga en su pensamiento la transformación del sistema capitalista. De forma gradual o revolucionaria, da igual, pero una transformación radical del sistema económico. Toda la izquierda, mucho más la que está copada por la burguesía bohemia, nada dicen de transformar la estructura sistémica, sino que están a verlas venir. Por supuesto, no hay un impulso que permita construir un sujeto, como en su tiempo fue la clase trabajadora, sino que se apuntan a los sujetos de la diversidad cuyas luchas no inciden en la quiebra del capitalismo. Eso de la clase trabajadora lo tachan de antigualla e inexistente. Más que nada porque es mucho más cómodo sumarse a luchas pequeñas y sencillas de ganar (tipo movimiento LGTB), que dotar al sujeto propio de la izquierda la clase trabajadora, con toda su amplitud y contradicciones de clase media (que diría el recientemente fallecido Erik O. Wright), de un cuerpo teórico y práctico de acción colectiva. Nada de luchas de clases aunque la clase dominante siga ganando batallas.
Sólo hay un sujeto identitario que está plantando cara al capitalismo en un sentido de transformación estructural del sistema como es el feminismo. Hasta que lo acaben por estropear con devaneos, microidentidades y postmodernidades. Cuando dicen que hay un feminismo liberal (compra bebés e individualista, por cierto) es porque la clase dominante ha sido capaz de ver el potencial liberador e impugnador de las mujeres. No es extraño que los medios afines potencien a las estrambóticas del movimiento, a los partidos machistas o a cualquier grupo (tipo queer) que pueda quebrar la otrora firme unidad del feminismo. El feminismo, en lucha junto a la clase trabajadora, son los sujetos revolucionarios y transformadores en la actualidad. Pero los partidos de izquierdas se quedan sólo con una parte para canalizarla hacia la reforma y el trágala del capitalismo.
Sin sujeto, sin análisis global (económico y cultural) la izquierda postmoderna se transforma en un mero gestor del liberalismo con cara amable (justicia social), con iguales derechos (igualdad) y garantizando la libertad comercial y de consumo de la ciudadanía dentro de una seguridad más o menos completa. Hace años los intelectuales y los políticos nos decían qué vendría en el futuro partiendo del contexto en el que se encontraban, hoy se muestran incapaces de decirnos algo más que la realidad es compleja y, por tanto, no hay más que la praxis del día a día. Cuando las identidades nacionalistas, o de otro tipo han aumentado, no es sólo porque las haya potenciado el neoliberalismo, sino porque la izquierda ha perdido su capacidad de crear y mantener un sujeto colectivo de cambio, de ejercer de tribunos de los males del sistema (hay que conocerlos) y de ser de izquierdas. Hoy nos dicen que no hay alternativa al sistema liberal-capitalista salvo las dictaduras identitarias, aunque es mentira. Haberlo haylo pero cuesta más pensarlo y ejecutarlo.