El partido de ultraderecha Vox ya está dando muestras de cómo es su visión de regenerar la política en España. No ha sido un militante, un simpatizante o un mero seguidor de la formación de Santiago Abascal quien ha sobrepasado las líneas rojas del respeto político. Juan José Liarte Pedreño, portavoz de Vox en la Asamblea de Murcia, ha insultado gravemente a la ministra de Justicia en funciones, Dolores Delgado: «La tiparraca esta es una embustera, y sus socios filoetarras así lo proclaman. Un inspector de policia al que conocí, que bien pudiera ser un personaje de Pérez Reverte pero de hecho no lo es, ya me lo advirtió hace muchos años: de una puta solo puedes esperarte putadas».
El problema, más allá de la gravedad del insulto, lo encontramos en que estos políticos de Vox que no creen en el sistema democrático y que lo quieren demoler desde dentro, quieren imponer su ideología trasnochada y violenta desde cualquier foro. Es la metodología de Steve Bannon que bien aprendió Abascal en las reuniones mantenidas con el ex asesor de Donald Trump, en el gurú de todos los ultras de Europa.
El insulto es un tipo de violencia que en la clase política democrática está descartado. Pueden tener discrepancias ideológicas, que las hay, pero jamás podría imaginar que Pedro Sánchez, por ejemplo, llamara «gilipollas» a Pablo Casado o que Albert Rivera se refiriera a Quim Torra como «el hijo de puta este». Tal vez en privado lo puedan afirmar, todos somos humanos, pero en un foro público jamás. Entre los líderes políticos se podrán llamar «corruptos», «mentirosos», e, incluso, «felón». Sin embargo, jamás pasarán la línea roja del insulto personal.
De la violencia del insulto personal a otro tipo hay un trecho muy pequeño. José Antonio Primo de Rivera, en su discurso de la fundación de Falange, lo dejó muy claro cuando afirmó que «bien está, sí, la dialéctica como primer instrumento de comunicación. Pero no hay más dialéctica admisible que la dialéctica de los puños y de las pistolas cuando se ofende a la justicia o a la Patria». ¿Ahí es donde quiere llegar Vox? Abascal ya tiene su Smith and Wesson. Hay que tener en cuenta que muchos de los dirigentes y simpatizantes del partido de ultraderecha vienen de Falange y de otros grupos ultras.
Tanto Abascal como Ortega Smith ya están tardando en recriminar a su portavoz en Murcia porque se podrá estar en acuerdo o en desacuerdo con las medidas adoptadas por el gobierno pero jamás llegar a la violencia de un insulto personal. Se podrá criticar a la ministra Delgado, que mucho tendrá en su haber para ello, pero un portavoz de una Asamblea democrática no puede, ni siquiera en sus redes sociales personales, llamar «puta» a una señora que es una representante del gobierno de España, del gobierno de la Patria.