Resulta curioso pararse a observar la política española con un poco de calma o de desazón, que en estos tiempos viene casi a ser lo mismo, para observar que la especie humana mutada en clase política, al menos en España, es casi un regresión de la misma. Seres humanos que deberían haber inoculado algo del raciocinio propuesto por la última gran revolución (Revolución Francesa y su sino cultural la Ilustración), pero que se muestran como si el paso del tiempo sólo provocase una regresión a estados preilustrados. Tampoco es que la sociedad tecnológica que nos venden como panacea vaya por un camino aún mejor, pero a quienes se autoproclaman elites políticas hay que pedirles cuando menos un poco más.
Sin duda estamos ante la clase política peor de la Historia de España. Muy trufados en títulos, ganados a saber cómo en muchos casos, pero sin un mínimo de coherencia, sin sentido común, sin compromiso ideológico al carecer de mecanismos propios de análisis de la realidad, y enfrascados en el espectáculo que la sociedad capitalista fomenta y, ahora, amplifica por mil haciendo de los mensajes una comunicación para seres que se los piensa con la capacidad de los peces. Mensajes para tontos, campañas en redes sociales con la última memez del día y espacios televisivos o radiofónicos sin profundidad y con doxósofos que lo mismo valen para un roto que para un descosido. Carencia de compromiso real con la sociedad, desde la posición ideológica que sea, y mucho menos compromiso con la transformación. Mera adaptación a lo existente, al chiste del día, al propio sistema como algo sacro que no debe ser tocado, ni vilipendiado. Un tótem al que adorar y ante el que arrodillarse. Y para despistar, desde el propio sistema con el agrado de quienes se alzan como clase política, se nos cuelan temas que no dañen lo principal, la base del propio sistema.
Así, en parte, domina la clase dominante pero dentro de ese espectáculo que pretende ofrecer la clase política se puede ser más o menos coherente y tener más o menos principios. Cuando menos, ya que se actúa, hacerlo con un personaje que sea cuando menos creíble. No faltan quienes hacen dogma de la propuesta de Max Weber de la vida política como un discurrir entre la ética de las convicciones y la ética de las responsabilidades. Propuesta falsa y que tenía, como toda ética, una misión clara cuando la propuso el pensador alemán en su La política como profesión, impedir que los críticos al sistema se saliesen con la suya y, a la vez, dotar de legitimidad a quienes defendían el propio sistema desde la política. Decir que en política se actúa según las propias convicciones pero que hay que tener en cuenta las responsabilidades lleva al partido socialdemócrata alemán a firmar los presupuestos de guerra (I Guerra Mundial) y a que se permitan los asesinatos de los espartaquistas. Pero todo desde la ética que más bien acaba siendo una mera estética que permite sólo quedarse en la responsabilidad disfrazada de convicción.
Hoy, por mucho que el politólogo de cámara del espectáculo traiga a la mente a Weber, no hay convicciones. Como mucho hay diferenciaciones respecto a cuestiones éticas/justicia social pero sin cuestionar el sistema como tal. Se dice que la globalización está ahí y no se puede hacer nada salvo adaptarse (da igual se sea de izquierdas o derechas), que hay que poner parches a lo malo que genera el sistema (posición básicamente de la izquierda), pero nadie se para a pensar cómo es el sistema y qué hacer contra el sistema. Si fuesen un poco hegelianos verían que las contradicciones sistémicas generan sus propias antítesis y dependiendo de cuáles se escojan así será la nueva síntesis que a su vez generará nuevas contradicciones. Y como hoy en día sólo se escogen las antítesis que son prácticamente tesis ya propuestas, vivimos en un continuo de contradicciones que intentan tapar de forma diversa e individualista. Si no hay trabajo para todos es porque el individuo no es emprendedor. Si no hay diferencias entre unos partidos y otros, se ponen en primer plano las identidades individuales y se crean nuevos derechos para todos y todas abrazarse a la justicia social. Al final sólo hay dos morales y una lucha por lo hegemónico, lo cultural, abandonando toda transformación real. No es que lo viejo quede dentro de lo nuevo, es que no hay nada nuevo sino irritaciones sistémicas por la falta de acción transformadora.
El bilardismo entiende que hay que ganar el partido ante todo y que la forma de hacerlo da un poco igual
Y dirán ¿qué tiene esto que ver con el bilardismo y el menottismo? Bastante porque la pelea política ha quedado en el terreno del mero poder por el poder. Con todos los memes que ustedes quieran, pero sólo poder por el poder. El bilardismo entiende que hay que ganar el partido ante todo y que la forma de hacerlo da un poco igual. El menottismo dirá que el partido hay que ganarlo sí, pero jugando bien al fútbol. Y ¿cómo se juega bien al fútbol? Sólo los elegidos lo saben y lo transmiten como algo sacro. Así, la política española es puro bilardismo. Pedro Sánchez sólo ansía el poder renunciando a la forma en que se juegue, pero presentándolo como parte de unas fuertes convicciones que cambian según avance el partido. Por ejemplo, ha pasado de defender la España plurinacional a no querer juntarse con Podemos porque apoyan un proceso de referéndum. Ha pasado de defender que hay que derogar la reforma laboral a querer pactar un nuevo Estatuto de los Trabajadores con todas las fuerzas políticas, colando la mochila austríaca como les han pedido desde la Troika. Todo con el fin de ganar el partido (permanecer en el poder) como sea. Jugando bonito o feo.
En el caso de Albert Rivera y Ciudadanos, los más bilardistas de todos, sabemos que su máxima es tensionar de todas las formas posibles la convivencia a costa de llegar al poder. Mentir hasta perder cualquier compromiso moral siempre con la pretensión de trabajar en favor de sus amos del Capital. Los partidos se ganan y como dijo Bilardo “¡Al enemigo pisálo!”. Luego intentan vendernos que su juego en menottista porque piensa en el bien común, pero la realidad es que les gusta dar patadas, meter codazos, tirarse al suelo para perder tiempo o simplemente engañar a todo el mundo. Pablo Casado como representante del PP también se acoge al bilardismo. Sólo le interesa el poder por el poder. Bien porque llevan en su ADN que el poder es suyo de forma patrimonial, bien porque deben actuar en favor de la clase dominante. No esconden que lo que les gusta es ganar de cualquier forma, con tamayazos, o con cloacas.
Luego está Pablo Iglesias que quiere hacer ver que es menottista, o lo que es lo mismo, que la forma en que se juegue el partido sí importa. Que los medios son tan importantes como los fines. Pero mal interpretando a Nicolás Maquiavelo acaba cayendo en el bilardismo. Democracia plebiscitaria como mecanismo de hacer ver que es menottista, pero realmente como los demás quiere el poder, quiere cuotas de poder, quiere ser quien diga a los demás cómo hay que jugar al fútbol pero desde el poder. Ganar a cualquier precio, algo que Maquiavelo jamás dijo en sí, utilizando todos los medios necesarios para estar en la cumbre. Como menottista se nos vende, en ocasiones, como el Zaratustra de Nietzsche, ese ser que se aisló del mundo en una montaña y bajó junto a los hombres para enseñarles a conocer la verdad, pero la realidad es que como el eremita del filósofo emplea cualquier mecanismo a su mano para tener el poder. No se sabe si lo haría tipo Carmena, esto es, entregándose a la clase dominante, o tipo Kichi.
Todos, en realidad, se venden como menottistas, todos dicen que su juego es el bonito, pero realmente sólo les importa ganar el juego (las elecciones) como sea y al precio que sea. No son las responsabilidades lo que les mueve, no son las convicciones tampoco (queda destruida la propuesta de Weber así), es el poder sin más. Evidentemente desarrollan políticas públicas, porque las exige el propio funcionamiento del sistema, pero nunca intentan superar las contradicciones que se presentan, sino desviarlas o adaptarse a las mismas (provocando más contradicciones, por cierto). El bilardismo está inserto en la política española y ello provoca muchas memeces como tachar y pintar en los baños de la Eurocámara, montarpollos, campañas de Twitter, o pedir que se devuelva el Pazo de Meirás (segundo comodín franquista), etcétera.
El bilardismo al final es el idealismo empirista, o lo que significa lo mismo, mostrar siempre los datos (tan manipulables como son) para justificar la presencia en el poder. Los bilardistas siempre sacan las estadísticas de puntos, robos de balón y demás zarandajas del juego para idealizar su método, pero eso método en el caso de la política es que siempre acaban ganando los mismos, la clase dominante. Por eso niegan la lucha de clases, porque da vergüenza que el 10% de la población española tenga el 90% de las riquezas. La lucha de clases implica revertir aquello pero no estar en el poder a lo mejor. Mejor ser bilardista y tocar sillón, venderlo de menottismo para señalar a los demás y que la rueda del capitalismo siga rodando.