El clan de los Pujol impuso un sistema de corrupción institucional y negocios ilegales mediante la coacción a decenas de personas, a las que Jordi Pujol y los suyos tuvieron atemorizadas durante años. Así ha quedado acreditado en el reciente informe de la UDEF que ya está en manos del juez. El “modus operandi” habitual del ex presidente de la Generalitat de Catalunya era la amenaza, la “coacción civil” y el chantaje, que llegaba hasta tal extremo de que todo aquel que se negaba a pasar por caja para donar dinero a la causa pujolista “estaba muerto civilmente”, tal como han declarado algunos testigos que fueron víctimas del terrorífico régimen pujolista. Las supuestas coacciones se ejercían mayormente sobre los funcionarios, a los que se presionaba para que favorecieran a las empresas que pagaban religiosamente las comisiones.
Por lo visto, el sistema de corrupción implantado por el famoso clan trabajaba siempre bajo una máxima: entre el bien común de Cataluña y de los catalanes y los negocios privados particulares siempre se optaba por lo segundo, mucho más si el asunto reportaba unos buenos millones en negro. Así, el nacionalismo de Jordi Pujol era el nacionalismo del dinero, de la “pela” antes que la patria, y mientras la prodigiosa máquina convergente fabricaba riqueza a espuertas para la “Familia”, CiU se dedicaba a propalar algo de independentismo para disimular.
El movimiento separatista fabricado en los años del pujolismo era solo una excusa para seguir robando a los ciudadanos y tenía un único objetivo: despistar a la sociedad catalana mientras ellos, los enanitos del bosque andorrano, se llevaban la pasta a seguros paraísos fiscales. Según el informe de la UDEF, mediante ese régimen de amenaza y extorsión los Pujol llegaron a amasar al menos 290 millones de euros, en su mayoría ocultos en cuentas opacas. El atestado atribuye al mayor del clan, Jordi Pujol Ferrusola, el papel principal en la gestión de la fortuna de la familia, y los agentes lo denominan el “paladín familiar en la organización delictiva”.
Este sistema de sobornos establecido en Cataluña desde 1980, cuando Pujol accedió a la Presidencia de la Generalitat, se prolongó hasta que el hoy algo menos honorable president abandonó el cargo. Poco a poco, y antes de retirarse, el líder de Convergencia fue introduciendo en las instituciones catalanas a su hijo Oriol, quien sucesivamente fue ganando cuotas de poder. Buena parte de ese dinero negro que fluyó con el pujolismo fue destinado a la financiación del partido “con capitales adulterados” procedentes de empresas adjudicatarias de concursos públicos amañados. De aquellas supuestas cuentas en Andorra de los Pujol, alimentadas con comisiones ilícitas, salieron entre otras cosas los fondos para sufragar las campañas electorales de CDC.
Hoy de aquellos años lodos de Convergencia ya no queda nada salvo un expediente judicial con cientos de miles de folios, un inmenso agujero en las arcas públicas de la Generalitat y un anciano Pujol defenestrado por los suyos y por la historia. La bandera del independentismo ha cambiado de manos y ya no es la derecha burguesa de Canaletas la que lleva la iniciativa, sino Esquerra Republicana, que plantea un discurso mucho más seductor para cientos de miles de catalanes que sueñan con una república más igualitaria, justa y democrática. Por mucho que la derecha del Trío de Colón pretenda meter en el mismo saco a todos los independentistas, nada tiene que ver el pujolismo financiero y mercantil heredado por Artur Mas y Carles Puigdemont con el independentismo de Oriol Junqueras, un hombre de principios comprometido con los valores humanistas, republicanos y de la izquierda. Mientras el partido de Puigdemont, heredero de la corrupción convergente, ha cambiado de siglas varias veces para tratar de limpiar la mancha del pasado y sigue enrocado en el rupturismo intransigente –una huida hacia adelante ante el chaparrón judicial que se avecina sobre los Pujol−, el discurso de líderes de Esquerra como Gabriel Rufián tiene en cuenta valores como el progreso social, la igualdad, la mejora del bienestar de las clases más desfavorecidas, el feminismo, el ecologismo y el republicanismo como forma de mejorar la sociedad.
Quizá sea por eso que Rufián, al lado de los Sánchez, Casado, Iglesias yRivera (demasiado obsesionados con mensajes marcados por el ombliguismo político, el tacticismo partidista y la mediocridad de los intereses egoístas), pareció un auténtico hombre de Estado con su constante apelación al acuerdo y al consenso de las izquierdas durante el debate de investidura. El problema es que su jefe Junqueras está en la cárcel y mientras siga allí no hay interlocutor posible ni una negociación directa con el Estado español para resolver el problema de Cataluña. Esa es la gran tragedia de la España actual: que todos los puentes están rotos. De modo que de momento, y a falta de luz al final del túnel catalán, tendremos que contentarnos con que la Justicia vaya desenredando esa red mafiosa que los Pujol fueron capaces de tejer durante largas décadas de oscuro y fraudulento gobierno autonómico. Lo cual no es poco.