Todo el mes de agosto desaparecido para que, de repente, Albert Rivera quiera presentarse ante la sociedad como el salvador del país. Lo normal en estas circunstancias, a pesar de vivir en una política espectacular, es que se acaben mofando de esos actos. Y así ha sido. Pedro Sánchez, con una cachaza que parece copiada del gallego antecesor suyo en el cargo, le ha respondido haciendo uso del cuñadismo político. Ese mismo cuñadismo que había instaurado el líder de Ciudadanos para pretender ser siempre “el más”. Da igual sobre qué tema, o sobre cuál situación, Rivera siempre se ha visto como “el más”, haciendo de lo cuñado un arte. Pero el cuñadismo tiene un tiempo corto y si no se busca otro tema te acaban pintando la cara como ha hecho Sánchez. Y claro, se ha enfadado.
Al salir de departir sobre la nada con Felipe de Borbón, el dirigente naranja ha estado llorando amargamente porque el secretario general del PSOE le ha tomado el pelo. “La oposición ha estado a la altura y ha propuesto una solución de Estado, pero Sánchez pretende despacharla con falsedades” ha dicho entre otras lindezas. ¿Qué falsedades? En principio ante una propuesta cuñadista ha habido una respuesta cuñadista. Ante la petición de renunciar al gobierno navarro para entregárselo a la coalición de PP, Cs y Opus Dei, Sánchez le ha contestado que quienes componen el mismo son constitucionalistas. Aunque el presidente en funciones no ha caído en que la adjetivación de constitucionalista es privativa de Rivera quien, debido a su incapacidad para elaborar teorías o pensamientos políticos, se dedica a poner adjetivos a los demás. Subido a su trono naranja y sentado sobre su propia soberbia dicta la ubicación de los partidos políticos. Eso sí, negando que el verdadero colocado es él y por la mano de la clase dominante.
Sánchez ha utilizado un recurso cuñadista para desmontar en un segundo el intento de farde del dirigente naranja. Le ha dicho que lo pedido ya existe, sabiendo que ese argumento no sería aceptado por él, de la misma manera en que Rivera suele ocultar que pacta con la ultraderecha de Vox. Ración de cuñadismo, de la propia medicina que suele utilizar el dirigente naranja, para chafarle su plan para aparentar ser el salvador de la coyuntura actual. Mucho más hundido por el rechazo de Casado a entrar en sus maniobras, devolviéndosela por no aceptar el España Suma. “Si Sánchez rectifica y gira hacia el constitucionalismo, España se podrá poner en marcha. Si no lo hace, el problema será él por su incapacidad de llegar a acuerdos” ha expresado de forma lastimera tras ver que su estrategia se ha derrumbado. Buscaba, al igual que lleva buscando Pablo Iglesias desde que rechazó entrar en el gobierno y provocando una pinza entre antagónicos, salvar su figura ante las próximas elecciones. Quiere tener un punto al que agarrarse después de haber estado sin hacer nada y sin reunirse con el presidente desde la finalización de las elecciones.
Da igual lo que haga, la realidad es que Ciudadanos está en franco declive y estas charlotadas no le servirán para salvar el cuello. Su vida política está sentenciada por decisión de la clase dominante y este intento de última hora ni le salva a él, ni le salva a su partido. De hecho, en los núcleos de poder capitalinos, ya se comienza a pensar que sale muy caro tener tres partidos y puestos a elegir se quedan con la ultraderecha antes que con Rivera. Sánchez, por su parte, con una carta ha desmontado la estrategia de querer ser “el más” del dirigente catalán y le ha enseñado, aunque cabría aplicar esto a toda la clase política, que la política es algo más que anuncios y ser un actor mediocre de la comedia perpetrada mediante la política espectáculo. Le ha contestado por deferencia, y mostrando que sabe guardar mejor las formas que él, pero en la misma acción ha parecido querer decir: “¡Ahora vas y lo cascas!”. Salvo escasas excepciones nadie ha creído a Rivera, ni nadie se ha tomado en serio su propuesta. Eso sí, le ha dado munición a Podemos para hacer la pinza que tanto tiempo llevan deseando mover. Paradójicamente, Rivera se ha convertido en el mejor aliado de Iglesias y viceversa. Así muere la “nueva política”.