En cuanto ha aparecido un poco más de lo habitual en las televisiones y radios (el establishment le apoya para acabar con Pablo Iglesias), el ser interior de Íñigo Errejón ha salido a la palestra. Ese espíritu de clase escondido bajo capas de populismo y bohemia (burguesa obviamente), acaba saliendo en cuanto uno menos se lo espera. Ha querido convencernos que, como pedía en sus tiempos Louis Althusser, había asumido su condición y había bajado a la tierra donde habitan las clases populares (en su terminología). Nunca le gustó el sentimiento obrerista de Izquierda Unida, ni el olor revolucionario de Anticapitalistas y no era por una actitud posibilista sin más, sino porque la condición de clase sigue prevaleciendo dentro de él. Errejón deja de serlo por cambiar el lenguaje y hacer algunas citas de Karl Marx.
Le entrevistaron hace poco y en un alarde de sinceridad Errejón contestó que al igual que “todos los españoles ceden todos los días en sus trabajos, ¿por qué los líderes políticos no pueden hacerlo?”. Si aún no les ha dado un pasmo leerlo vayamos con el análisis. Para cualquier persona de izquierdas, sea socialdemócrata o anarquista, es obvio que las relaciones laborales no son un contrato libre como dicen los neoliberales. Es producto de una explotación (asumida dirían los más moderados), de una necesidad porque no tienen más que vender su fuerza productiva (sea manual o intelectual). Esto es de primero de izquierdas y por eso se apoyan las reivindicaciones sindicales, se piden la derogación de las reformas laborales de la clase dominante, existen las huelgas y demás luchas. Las personas, sean españoles o no (que esa es otra), no es que cedan, es que se ven obligados a imposiciones, condiciones precarias, gritos (muchas veces de ineptos totales) y muchas situaciones carentes de un mínimo de humanidad, todo ello con el fin de sobrevivir. No hay cesión sino explotación y alienación.
Que los trabajadores tengan que ceder a diario en sus trabajos a los trágalas que les imponen, por miedo a perder su trabajo, no es algo por lo que haya que sacar pecho, es una desgracia, producto de la desregulación neoliberal.
Hay ejemplos que mejor no usarlos.— Carolina Alonso (@Carolalon1) October 10, 2019
Se nota que no la corta vida del investigador becado, del intelectual de salón que se encuentra alejado de la materialidad de la vida misma. Mucho discurso radical de joven pero comida caliente al llegar a casa. No es el único son unos cuantos. Normal que una excompañera, como la diputada madrileña de Podemos Carolina Alonso, le haya recordado lo que significa ser de la clase trabajadora en el día a día, como pueden ver el tuit que encabeza este párrafo. Ese esfuerzo althusseriano de bajar del pedestal del intelectual pequeño burgués no lo ha hecho, ni intención de hacerlo tiene. Y es que se le nota en cuanto se descuida. Se jacta de leer a Marx en redes y en entrevistas pero ha debido leer toda la paja humanista desechable y los análisis que le escribía Friedrich Engels sobre historia (que publicaba en Estados Unidos, por ejemplo, como ha dejado claro Gareth Stedman Jones en su apabullante biografía),y ha olvidado un elemento clave como es el proceso de alienación. Así hubiese comprendido que no hay cesión voluntaria, sino utilización del trabajador como pura mercancía.
Con las cuatro cosas peronistas de Ernesto Laclau y lo agonista de Chantal Mouffe (y si se puede meter la hipótesis Polanyi mejor que mejor) ya tiene de sobra para parecer de izquierdas. Basta con decir que el capitalismo es malo y que mata el ecosistema (las personas como ceden no deben morir) para andar por los caminos del ecocapitalismo. Como hemos contado en más de una ocasión, el movimiento de Errejón lo mismo se presenta en una manifestación, que se hace querer por la aristocracia obrera, que es el primero en abrazarse a Albert Rivera en aras del consenso. Ese consenso, que es el mantra de la ideología dominante para que nada se mueva salvo lo mercantilizable, se asienta sobre una base tan espiritual como gaseosa de lo mejor para el país. Al final, como es conocido, ese “lo mejor para el país” curiosamente siempre encaja a la perfección con los intereses generales de la clase dominante. “El bloqueo quien más lo paga son los trabajadores y las familias de clase media en España. Hace falta anteponer la cultura del acuerdo a una cultura exclusivamente de los intereses de partido” es la frase típica para hacer caer en la trampa populista. Un “lo que quieren oír” señalando dos clases para captar voto, lo que hace siempre Rivera. Realmente la aspiración del errejonismo es establecer un peronismo occidentalizado.
Al final del camino, desconociendo la alienación, permitiendo la completa mercantilización del ser humano (vientres de alquiler) y la individualización del deseo construye un pueblo para que nada cambie. La hipótesis Polanyi de cambio social no es más que el tránsito, nuevamente, hacia posiciones que, como diría José Saramago, suena amable, dice cosas que parecen razonables, pero es lo que es. Demuestra con sus palabras que inmanentemente no es más que un pequeño burgués, la izquierda caviar, la bohemia burguesa que acaba mirando por los intereses de la clase dominante aun cuando parezca que la critica. Si se fijan bien tan sólo hablan de ciertos males del sistema (corrupción, mala gestión…) pero jamás les verán atacando la base del sistema. No les interesa porque sería acabar con su propia situación de clase, ahora transformada en oligarquía política. Mucho referéndum para elegir cosas y personas que ya estaban elegidas como método de engaño del pueblo del que dicen ser su transubstanciación, pero que como ocurre con la hostia consagrada no deja de ser un mito. La próxima vez que vean a Errejon y piensen que es majete, que habla bien, que parece amable, vuelvan a leer este artículo y verán que no deja de ser sino un peón de la clase dominante.