El debate del lunes pasado entre cinco de los candidatos permitió que Pedro Sánchez salvase los muebles de forma digna. Como habíamos dicho que debería hacer en estas mismas páginas, obvió durante casi todo el debate las interpelaciones de los demás candidatos y sólo respondió de manera puntual. Presentó sus propuestas y dejó la pelea en el barro para sus oponentes. Sin vencer claramente, salo para algunos analistas, sí salió con aura de presidente del debate, lo que es casi más importante que la victoria en el mismo. Pero ha sido el blanqueamiento que se ha realizado a los fascistas de Vox. En todas las encuestas, incluida la de El País, Santiago Abascal ha aparecido como vencedor del mismo. Por muchos robots digitales que se usen, todos lo hacen y pueden hacer incluidas las respectivas militancias, el dato es aterrador.
En el debate, siendo objetivos, fue el único, junto con Sánchez, que expuso claramente sus propuestas y opiniones. No se enredó demasiado en peleas con los demás y cuando las tuvo les dejó hacer sin réplica sino insistiendo sobre sus argumentos. Típica táctica de los grupos fascistas para conseguir ir llegando a más personas. Y parece que eso lo han logrado porque captó, de momento, la gracia de la mayoría de las personas que se consideran de derechas (liberales, conservadores, fascistas…) como reflejan los estudios más serios post-debate. De hecho, en la encuesta que da como vencedor a Sánchez si se analizan los datos de preferencias por los distintos candidatos, salvo para los votantes de PSOE y Podemos, Abascal es el mejor considerado tras sus propios dirigentes, incluyendo el Más País de Íñigo Errejón. No sólo es el blanqueamiento que vienen haciendo desde PP y Ciudadanos de Vox, como hemos denunciado en estas páginas, sino que hay algo más. Algo peligroso para la democracia española y sobre lo que hay que tener un ojo avizor.
Que una gran mayoría de las personas que vieron el debate entiendan que Abascal o venció o fue el segundo que mejor estuvo, es una clara alerta de que el discurso fascista está instalándose en la sociedad española. El racismo, el machismo, el nacionalismo reaccionario, la destrucción de las bases de la Constitución o la persecución de los contrincantes están cada vez más en la cosmovisión de los españoles. De derecha, principalmente, a izquierda se está asumiendo con total naturalidad un discurso fascista que poco a poco es inoculado mediante mentiras o medias verdades y que, al final del camino, tiene como intención establecer una sociedad autoritaria bajo un régimen económico ultraliberal. De hecho para que exista este régimen económico es necesario lo autoritario y represivo. Cuando ahora las personas se quejan de represión desde el Estado lo hacen utilizando palabras que parecen muy izquierdistas pero que, más allá de una de las funciones principales de cualquier Estado, no son más que un tiro en la línea de división para que los fascistas entren en el juego. Al pensar que derrotan al Estado, no lo han debido pensar, acaban permitiendo que surja la línea dura de la clase dominante que no es otra que el fascismo. La bohemia burguesa y el nacional-catolicismo burgués catalán son así de simples.
Parece que sólo unos pocos nos escandalizamos con que un candidato cite a uno de los teóricos del fascismo español, Ramiro Ledesma, en la tele pública: "solo los ricos pueden permitirse el lujo de no tener patria". Como si fuera lo normal.#NoPasaran#ElDebate4N #debatea5RTVE pic.twitter.com/xk6aYkfJ9W
— PCTE (@_PCTE_) November 5, 2019
Que nadie rebatiese las sandeces que dijo Abascal en el debate, cuando eran patentes, supone que blanquearles (como hacen los partidos de las derechas) o utilizar la táctica de evitar la confrontación para no darles más presencia de la obligatoria (como hicieron Sánchez e Iglesias sólo replicando en el caso del franquismo, que es movilizador para la izquierda). Hubo un tema que debieron decirle que mentía claramente como son las denuncias falsas en casos de violencia de género. No tenían que rebatirle la cifra porque ellos saben que es mentira y tienen preparada la contrarréplica, sino haberle dicho que él apoyaba a ese 30% de maltratadores porque le parece bien pegar a una mujer. O algo similar. Esto es, desviando la atención de donde la han centrado ellos, las cifras (falsas porque no superan el 3% las denuncias falsas) para señalarles en su punto débil. Pero dejarle ir sin más, como sugieren personas como Antonio Maestre, no es una gran estrategia.
Desde que la izquierda en general dejó de formar a las masas, ahora hay más adoctrinamiento y regañinas, una buena parte de la población española no tiene las armas necesarias para combatir esas mentiras. Absortas ante la presencia exagerada de cifras y más cifras, lo que se conoce como idealismo empirista, donde no se explica bien qué significan, ni se desechan las inútiles, las masas carecen de capacidad para enfrentar esos datos. Si los políticos del debate callan y no desvían, las personas acaban creyendo que son ciertas esas cifras. El abuso de las cifras para ocultar, en todos los partidos políticos de cualquier escalón institucional, las carencias o exagerar algún que otro logro, para mentes que no son capaces de asumirlas todas en su complejidad, genera mentes débiles. Los medios de comunicación tampoco ayudan porque están tan absortos con al cifras para lograr audiencia que ni se paran a analizarlas sino que las utilizan al buen tum tum para justificar lo que sea. Y no. Los datos en sí no significan nada porque esconden, en la mayoría de las ocasiones, una realidad más cruda. Una ONG siempre va a exagerar las cifras que le permiten obtener más subvenciones. Un partido las que digan que lo hace bien. Y así se genera una sociedad-masa donde el fascismo puede campar a sus anchas.
Piensen que ustedes que leen estas líneas pueden estar bien informados, pero hay millones de personas que sólo leen artículos de variedades, de titulares escandalosos (los preferidos por los medios parafascistas como OkDiario, Libertad Digital o Mediterráneo Digital) y jamás leen medios escritos. En televisión, que sigue teniendo una fuerte capacidad de difusión en los estratos generacionales más mayores, los programas políticos carecen de análisis serios. Son pura política espectáculo, saltando de un tema a otro y donde la salvajada más grande tiene más cabida. ¿Quién suele decir las mayores salvajadas? ¡El fascista de turno! Ver a Susanna Griso (¡menuda vergüenza la suya con Iván Espinosa de los Monteros!), a Ana Rosa Quintana o a Antonio Ferreras es ver y asimilar constantemente los deseos de la clase dominante. Una clase a la que el fascismo no le molesta. Bien al contrario le es útil porque, en su versión 2019, quiere privatizar todo y contener de forma autoritaria a la sociedad crítica. Pero millones de personas se creen lo que allí se dice y el run run se expande con otras personas similares y acaba configurándose una cosmovisión donde el discurso fascista penetra con facilidad. Y suerte que, pese a intentar penetrar en la clase trabajadora, aún no lo han conseguido como en otros países por el abandono de la alusión de clase de las izquierdas. Pero veremos en las siguientes elecciones.
Todo lo que viene sucediendo en los últimos tiempos respecto a Vox es peligroso para la democracia. Están las masas tan formadas en la ideología dominante, más los restos del franquismo y la iglesia católica, que no se ve el peligro que acecha tras la esquina. Hoy se les pronosticas cuarenta y tantos diputados, pero tras ver la paliza verbal que dio a Pablo Casado y Albert Rivera, hay motivos más que suficientes para preocuparse. Que hable Abascal del peligro marxista (cuando no es más que un método de análisis social y una contraideología) y todo el mundo se calle es para preocuparse. Cuando habla de una nueva moral, que sabemos que es la misma moral de la secta ultracatólica El Yunque, de las gentes del Camino Neocatecumenal (los kikos) o del Opus Dei (estos están en todas las tartas), para acabar con la barbarie progre está señalando a los enemigos de España con los que hay que acabar, antes que incluso los inmigrantes que trabajan barato para sus huestes (son racistas pero el dinero manda). Por eso no queda otra que, dentro de las armas que posee la izquierda, votar masivamente en las elecciones del 10 de noviembre a los partidos de izquierdas. No quedarse en casa pensando que no hay un peligro cercano pues sí lo hay. Nada de votar a partidos pequeños o del animalismo ecológico que nunca sacan nada, sino concentrar los votos en los partidos que sí pueden sumar mayoría. Ya habrá tiempo de quejas con los distintos dirigentes, pero lo que es seguro es que si la izquierda no gana, el fascismo entrará con todo en el gobierno de España. Ya habrá tiempo de formar a las personas para que no sean una mera masa, pero ahora toca convencer al vecino, a la amiga, a la compañera de trabajo… Pocos días pero con un peligro, del que ya avisamos aquí desde hace tiempo, más real de lo que parece.