Poco a poco los neofascistas, que en todo esto van coaligados con PP y Ciudadanos, van sacando sus temas a la opinión pública para conseguir más adeptos. Si al comienzo tan sólo hablaban de cosas de fascistas como inmigración, machismo y la España imperial, con el fin de hacerse con un nutrido grupo de fieles que habría perdido la fe en otros sacerdotes de la derecha, hoy ya están mostrando claramente sus verdaderas intenciones, que no son otras sino nutrir del dinero de todos los españoles tanto sus cuentas bancarias como las de sus amigos empresarios. Y lo hacen, como suelen hacer los fascistas, apelando no a la racionalidad sino a una cuestión tan difusa como la libertad de elección, metiendo por medio a la clase trabajadora, a la que los rojos no permiten ser libre.
El tema de los conciertos educativos les tiene muy preocupados, más si cabe porque el Gobierno de España ha tomado cartas en el asunto y, habiendo que hacer recortes, donde primero deberían estar es en esa parte. En Vox han saltado como si les hubiesen puesto unos calzoncillos o bragas del PCUS mientras dormían y ya intentan manipular las conciencias. Como todo el mundo sabe, los colegios concertados son un suplemento del Estado en aquellos sitios donde, por cuestiones demográficas o de desarrollo local, hay más demanda de plazas educativas que colegios públicos. En la derecha, sin embargo, lo entienden como una obligación para no desarrollar infraestructuras públicas. Al fin y al cabo son sus amigos los empresarios y la iglesia católica los que crean esos colegios donde llevan a sus hijos todos ellos y ellas para evitarse un gasto y mezclarse con gentes de clase trabajadora. “¡Siempre ha habido clases!”, se dicen los unos a los otros en comandita, cuando en el fondo es el clasismo lo que sudora por sus poros. En realidad, ya que los empresarios eluden impuestos, así como las grandes fortunas lo hace con las famosas Sicavs, lo que quieren es que el esfuerzo de autónomos y clase trabajadora revierta en la gratuidad de los colegios de sus hijos.
Isabel Díaz Ayuso, siempre tan dispuesta a plegarse a los intereses de los empresarios, más si tienen sotana, les apoya con toda la fuerza del mundo. Lo mismo ocurre con Ignacio Aguado de Ciudadanos que, como buen lobbista del mundo energético, sabe que defiende unos intereses de clase. En el caso de Vox, además, se junta que sus grandes apoyos son la secta El Yunque, el Opus Dei y el Camino Neocatecumenal (los kikos) que son quienes más colegios concertados poseen para difundir la doctrina católica. La más reaccionaria además. Esa que segrega por sexos, que entiende la homosexualidad como una enfermedad y que pide resignación a quien es pobre porque dios le ama. Concierto educativo para conseguir no difundir una fe sino una ideología de sometimiento, y si son de clase trabajadora mejor porque así se garantiza la reproducción social de la dominación capitalista. No entender que ambas cuestiones están ligadas (fe y dinero) es no haber comprendido la forma en que funcionan ciertos aparatos ideológicos. Pero esto, que la clase trabajadora pague el colegio a los ricos con sus impuestos y vean como sus propias hijas y nietos se ven en centros educativos sin medios (para agravar la situación y señalar a esos menores como menos capaces), no es lo peor del discurso de los fascistas y sus amigos y amigas. Lo peor es que ya han comenzado a apelar a la clase trabajadora.
Unión de patria y clase.
La apelación a la clase trabajadora es una segunda fase del discurso fascista. Tras comprobar que su discurso no penetra con fuerza en ese estrato social; al ver que no consiguen llevar a su subjetividad identitaria y racista al corpus de la clase trabajadora, han comenzado a intentar una fusión similar a la de otros populismos. Algo que vienen haciendo Diego Fusaro o Marie Le Pen desde prácticas distintas. Esa frase de Ramiro Ledesma sobre la carencia de patria de la clase dominante fue el primer aviso. No funcionó pero es la parte estratégica que ahora comienzan a seguir, más aún cuando los propios partidos de izquierda parecen haber perdido la identificación de clase en sus discursos. Los evanescentes clase media-trabajadora, el pueblo, los de abajo y demás zangolotinadas de los asesores de comunicación permiten a los neofascistas intentar abrirse hueco en la batalla del día a día y con un Gobierno de coalición.
Todo una farsa, desde luego, pero que lo están intentando es obvio. Dominar a la clase trabajadora mediante la asunción de su lenguaje y señalarles que los intereses de la clase dominante son los suyos también porque una patria rica, como buena madre, reparte sus riquezas. Y si no las obtienes es por culpa de los inmigrantes, las feministas y los rojos colectivizadores que impiden desarrollar las propias capacidades. Eso sí, si se tienen las capacidades es culpa de la propia individualidad por no dejarte explotar más y mejor. Donald Trump consiguió en parte ese objetivo aludiendo a los red necks estadounidenses. Apeló a su orgullo y consiguió su apoyo. En España, por suerte, las cosas no funcionan igual pero la cuestión nacionalista-católica-fetichista que manejan en Vox (y en algunos sectores del PP) podría ser atrayente si las circunstancias materiales de existencia no mejoran para la clase trabajadora (esa misma que se piensa de clase media por comprar muchas cosas). Los estudios postelectorales muestran que la clase trabajadora sigue votando al PSOE, principalmente, y a Unidas Podemos, pero eso no empece para que, con el apoyo de toda la entente mediática, los neofascistas vayan a la caza y captura de ese tipo de sujetos.
Ayer se advirtió que lo que existe en España, más allá de banderas y demás apelaciones identitarias, es una lucha de clases que la clase dominante ha comprendido a la perfección con la firma del preacuerdo de Gobierno de coalición entre las izquierdas. Falta por ver si desde PSOE y Unidas Podemos son capaces de entenderlo y situarse en esa lucha desde la materialidad, porque si sólo piensan hacer la disputa desde los subjetivo, tras el blanqueamiento de los neofascistas por la mayoría de la prensa, acabarán ganando los de siempre. Al intento de fusión de identidad y clase sólo cabe responder con políticas de clase y que aseguren la materialidad de las cosas. En Portugal lo han hecho y no ha pasado nada, más bien todo lo contrario. No hay que tener miedo en hablar en términos de clase y quitarse ciertos prejuicios pequeño-burgueses. Eso y estar avispados en tener una red que luche en lo subjetivo-ideológico para enfrentar al poder mediático de la clase dominante. La cual, al fin y al cabo, blanquea y protege a los neofascistas, como hicieron con Hitler, Mussolini, Franco o Pinochet no hay que olvidarlo.