Las personas mediocres, por muy bien pagadas que estén de sí mismas, siempre tienden a rodearse de personas de su misma calidad, raras, estrambóticas o inferiores para aparentar algo que no son. Si esas personas han surgido de los aparatos de partido, la situación suele empeorar a más porque no sólo llevan la mediocridad personal a cuestas sino unos cuantos cadáveres y puñaladas traperas múltiples en sus alforjas, las cuales presentan como algo brillante en su curriculum. Esto es lo que le sucede a Pablo Casado, que a su conocida mitomanía personal, añade una mediocridad en el análisis y la capacidad política. Un sinsorgo de los que hoy pueblan los escaños de las Cortes españolas con el añadido de ocupar el máximo puesto de representación en el principal partido de la oposición.
Más allá de las dudas sobre su formación universitaria (con el lapsus de confundir Aravaca con Harvard), en ningún momento de su prolífica carrera, tanto a los pechos de Esperanza Aguirre como bajo las barbas de Mariano Rajoy, el presidente del PP ha demostrado algo que no fueran eslóganes o soflamas encendidas sobre un sentimiento constitucional, justo en el partido que se abstuvo en la votación de la Carta Magna. No es necesario que posea capacidad intelectual, de hecho haber plagiado textos para libros de algún que otro ministerio demuestra que esa capacidad brilla en él por su ausencia, pero sí sería deseable que mostrase algo más. Una visión sobre el país, sobre lo que necesita España más allá de los lemas prefabricados en una asesoría política. ¿Conoce alguien qué quiere para España realmente Casado? Seguramente no lo sabe ni él dada la futilidad de sus palabras y acciones políticas. A esto hay que añadir el pavor que siente por tener el aliento de Vox en el cogote, lo que le provoca un estrabismo político: un ojo mirando a su extrema derecha y otro a lo que haga el presidente del Gobierno.
Más allá de los criptogramas que lanzó en su momento y que nadie, incluso él mismo, llegó a comprender para qué los difundía, y el dejarse barba para ver si la población le confunde con Rajoy (lo que ya es una demostración de falta de carácter como se aventuró aquí), Casado ha puesto en práctica la teoría de la mediocridad y se ha rodeado de lo peor que ha podido ir encontrando en el partido. Allí donde ha podido colocar a alguien, con el dedo “democrático” de la presidencia popular, ha elegido a lo peor que había en la casa: léase Isabel Díaz Ayuso en Madrid, Francisco Núñez en Castilla-La Mancha o Isabel Bonig en la Comunitat Valenciana. También lo ha hecho en las listas electorales del PP para rodearse en el Grupo Parlamentario Popular de lo más granado (no confundir con Granados y sus volquetes de putas) a fin de destacar algo y no mostrar su verdadera esencia como político. Especialmente le ha venido bien tener a Cayetana Álvarez de Toledo a su lado, porque la hispano-argentina borda la estupidez verbal, las meteduras de pata y el desconocimiento de lo que es España.
Con Cayetana a su lado, diciendo estupideces como que en la época de los atentados terroristas de ETA se vivía con más tranquilidad que ahora (esta señora, por ser elegantes, no sabe lo que es llegar a tu puesto de trabajo y que explote el mil pedazos por una bomba del grupo terrorista, por ejemplo), con no hablar, Casado ya parece hasta inteligente. Es bueno recordar que Casado fue el único dirigente político que olvidó la celebración del día del libro (al día siguiente corriendo fue a comprar un libro de “historia” de Pérez Reverte para aparentar), mostrando ser un ignaro, pero Álvarez de Toledo, quien presume de cultura (la derecha caviar que también existe), le supera con su completo desconocimiento de lo que España ha sido y es. Como no sabe estarse callada le acaba haciendo el juego a su jefe que aparece como moderado cuando, como hemos contado en infinidad de ocasiones, no lo es. Si se pidió en estas mismas páginas el IgNobel para el presidente del PP, ahora habría que pedir para su portavoz parlamentaria la destrucción de todos los premios habidos y por haber y crear sólo uno con su nombre.
¿Cree Álvarez de Toledo que la colocación de bombas, los tiros en la nuca, los secuestros y amedrentar continuamente a las personas que tenían una opinión distinta es mejor que colocar unas urnas inútiles de plástico, hacer declaraciones insustanciales o un parlamento pluripartidista? Igual, viendo la historia de su país de origen, piensa que era mejor la dictadura de Videla, con sus asesinatos, que la agonística situación actual (y eso que gobierna Macri, uno de los suyos). ¿En qué mundo vive esta persona para hacer una calificación semejante sin que se le caiga la cara de vergüenza con sus compañeros y compañeras de Euskadi? No es sólo tener un carácter mediocre, es caer en la máxima desfachatez intelectual que tiene, posiblemente su origen, en la no aceptación de los resultados electorales y la posibilidad de un Gobierno de coalición de las izquierdas. La derecha, da igual su origen natal, piensa que el poder es suyo, bien por naturaleza (en el caso de Cayetana naturaleza aristocrática of course), bien por designio divino, pero es gracias a tener algo en la sesera, así sólo sea sentido común, lo que proporciona pasar de la mediocridad total a la normalidad del ser humano corriente.
Tampoco es que Teodoro García-Egea o Javier Maroto superen la criba. Están, con suerte, a la misma altura que su jefe de filas en lo referente a mediocridad. No se trata de tener estudios, no vayan a pensar eso porque los hay con estudios que son mediocres, sino sentido común y cierta visión de lo que se quiere hacer. Así sea puro pragmatismo y tecnocratismo en la mera gestión de la cosas (en su vertiente de derechas y apoyo al capital) como hacía Rajoy o hace Alberto Núñez Feijóo. El presidente de la Junta de Andalucía, más allá de colocar a su hermana y su sobrina, no se le conocen virtudes salvo las gastronómicas, pues pasa de comer en una hamburguesería a gastarse todo el presupuesto de comidas oficiales en gambas de Huelva. Una vez preguntamos si en el PP no había gente con mayor capacidad; hoy se puede decir que todo es un plan preconcebido por su dirigente máximo para parecer aceptable ante la opinión pública y los medios de comunicación, toda vez que Ciudadanos se está autodestruyendo y Vox no se sabe si se los comerán o se desinflará más allá de sus bravuconadas. Quien afirmó que pasar de 137 diputados a 66 suponía un ascenso ha eliminado a cualquier persona con sentido común, con capacidad, con cultura e, incluso, con savoir faire para que no le hagan sombra y parecer el mejor, de los mediocres sin duda, pero el mejor. Desde luego España no se merece una derecha tan cavernaria y mediocre como la que tiene en estos momentos.