Se acerca el final de año y con él esa época del año en que pareciera que toda la felicidad no utilizada durante el resto del año confluyese de tal forma que provocase una explosión de la misma. Un estado de completa felicidad normativamente decretada que, como tal, obliga a sonreír en calles atestadas de gentes que se transforman en esa masa única que tanto asustaba a Elías Canetti. Masas que arrasan por donde van y para las que la educación ante codazos, apretujones y empujones en los centros comerciales y tiendas del dios capitalismo pareciera no existir. Sonreír sí, pero disculparse por el codo hincado en el lomo del ser humano de al lado no. Unas ¿festividades? donde al final es el capitalismo el que reina más allá de las sonrisas y las felicitaciones a personas que, a veces, ni se conoce. Y como el capitalismo reina sobre estas fechas, su hija la hipocresía no puede dejar de faltar a la cita anual de la estructura social de las sociedades occidentales.
Una época donde hay que ser feliz y consumir hasta decir basta por obligación sin preocuparse de la realidad, donde se pasa al estado de idealismo construido abandonando todo materialismo (aunque sea la época más materialista paradójicamente) y acaba con las cuentas corrientes de las personas. Todo ello queda disuelto en el discurso social mediante la utilización del mito del nacimiento del “señor”, el ser dominante de todos los seres mortales. O lo que es lo mismo, se nos vende que hay celebrar el ser esclavos de una divinidad, que seguramente no se mostraría muy de acuerdo con la bacanal consumista de la época, pero la contradicción hace tiempo que desaparición porque la institución que él fundó hace siglos que está apegada al poder del momento (en su tiempo los monarcas, hoy el capital). Claro que los que, abjurando de lo religioso del cristianismo, dicen celebrar el solsticio de invierno también incurren en contradicción porque no es que sean agricultores, ganaderos o demás profesiones que en estas épocas cesaban la actividad por un tiempo. Al fin otra forma como cualquiera de, separándose de lo religioso, buscar su propio mito que justifique la bacanal festiva del capitalismo.
Cierto que la tradición es una estructura de acción muy potente y que las celebraciones y, si tienen suerte, los días de asueto permiten descansar del trabajo del día a día. No es la celebración lo que merece una crítica sino en lo que se ha convertido la celebración en sí. Ahora, en el largo proceso de aculturación que impone EEUU, se cuelan papás noeles en las casas y centros comerciales cuando es algo lejano a la tradición española y todas esas películas navideñas de personajes totalmente ajenos a lo europeo y español para aculturizar). Pero así también el mercantilismo tiene otro día de regalos y por tanto consumo. “Es que así los niños juegan con los regalos” dicen quienes están entregados a la dicha consumista. Mientras lo dicen esconden que a los niños los tienen con los abuelos, doble sufrimiento para estos, en el mejor de los casos o metido en centros de actividades mientras ellas y ellos trabajan. Así que jugar con los regalos poco o nada. Si es que hay suerte y tienen regalos esos niños porque, esta es otra, los progenitores pasan las de Caín para poder entregar muchas veces a sus hijos ese regalo que anhelan, quitándose de comer algún día si hace falta. O recurriendo a la vieja estrategia de “no han debido entender tu carta bien” y así entregar esa otra muñeca o coche mucho más adaptada a las posibilidades reales de las personas.
Quienes tienen paga extra la dilapidan en pantagruélicas comidas en las que siempre sobra comida y en los regalos hasta a un señor que pasaba por allí porque, como se dijo anteriormente, hay que transmitir felicidad mediante una fórmula de consumo. Y cuanto más exagerado ese consumo mucha más felicidad. Amigos invisibles; decenas de décimos de lotería; marisco a tutiplén, el solomillo o el cordero lechal turrones que duran hasta agosto, frutas escarchadas y orejones que se quedan petrificados; regalos a la parentela de ese abrigo que en otras fechas no se podría comprar; exquisiteces en forma de patés, güisquis, ginebra; y así hasta el infinito y más allá. Estar todo el año sin saber lo que es el sabor de una gamba para comerse todo Huelva en una noche. Y todo porque hay que ser feliz mediante el mayor gasto posible y más si llegan cuñados y cuñadas a comer a la casa (ahí hay que intentar ganar y sorprender más que nunca en una batalla estéril).
Eso las personas que tienen paga extra y pueden dilapidarla porque tienen garantizados los pagos usuales. Aquellas personas que viven de una paga prorrateada, que suelen ser de los servicios precarios y que no suelen descansar en estas fechas, se las ven y las desean para aparentar y poder seguir la moda de las fechas consumistas. Si ya lo pasan mal para llegar a fin de mes durante el año, en estas épocas sufren y utilizan el crédito para que no se diga y estar a la altura de las expectativas sociales. Y luego están los que son pobres de toda pobreza y parecen quedar escondidos durante las fechas, como si no existiesen, aunque con suerte el ayuntamiento de turno les ofrece, en otra oda a la hipocresía, una cena apañada en nochebuena, eso sí, con todo el aparato mediático detrás. Una celebración de la pobreza que tanto santifica la amada iglesia católica. Al día siguiente si no tienen donde caerse muertos da igual. Como ocurre con los familiares ingresados en residencias que les sacan para nochebuena y nochevieja y luego, igual si hay suerte, se acuerdan de ella o él alguna vez durante el año. Más hipocresía.
Gasten, consuman como si mañana se acabase el mundo, sean gentes de paz y sonrían en estas fechas. Hagan lo que les dé la gana realmente, pero el “hijoputismo” no se cura con dos semanas de felicitaciones y consumo exagerado. El resto del año ya se sabe que ese jefe no tendrá piedad y despedirá a la empleada que está de baja mientras lucha contra un cáncer o en espera de una diálisis. Que los dirigentes políticos hoy desean lo mejor y el resto del año piensan en mantenerse en el poder y, en demasiadas ocasiones, se olvidan de procurar una existencia material digna. Esto no quiere decir que no celebren, realmente hagan lo que quieran, total nos quedan dos días, pero piensen que no hace falta consumir como si no hubiese un mañana para estar en familia (quien pueda) y disfrutar de los hijos e hijas. Celebren con hipocresía o sin ella que total, igual mañana están despedidos por faltar al trabajo debido a la gastroenteritis que les ha dado por comerse dos kilos de langostinos con todas las salsas que le pusieron. Ya están captados por el Imperio estadounidense en su vertiente cultural y laboral, disfruten como hacían los esclavos en la antigüedad en estos días en los que les condonaban penas de muerte, latigazos y demás. Al fin y al cabo es lo que el capitalismo hace con todos en estos días, pero sacando el máximo beneficio que el negocio siempre está por delante.
Post Scriptum. Todas las personas tenemos dentro ese demonio que odia lo navideño, si no lo quieren sacar hasta el siete de enero, respeten a las que no lo esconden. Con cuernos de ciervo o alce, que como todo el mundo sabe es muy tradicional de España, o con sonrisa impostada, pero respétenlas.