La sociedad del espectáculo suele utilizar ciertas referencias míticas, despojadas realmente de su esencia, para poder implementar lo teatral a fin de desviar la atención de las cuestiones materiales. La política, como teatro principal del esa sociedad, eleva el espectáculo más allá de lo mítico para crear distintos fetiches con apariencia mítica y poder manejarse en un marco teatral donde lo importante siempre queda tras las bambalinas. Es obligación del analista político, al menos de aquel que no se encuentra embriagado por la ideología dominante, ver más allá de lo espectacular-fetichista para exponer la realidad no subjetivada del transcurrir diario en la vida de las personas. Denunciar las contradicciones, los secretos, la utilización de lo subjetivo para que el orden no pueda ser subvertido (o para subvertirlo en favor de la clase dominante) o lo que es lo mismo, la construcción de esa ideología dominante en todas sus formas. Esto, que parece sencillo dentro de la complejidad con que se muestra la realidad diaria, no es más que buscar la verdad de las acciones y la verdad en el caso de España es muy sencilla: hay más miedo en la derecha al Gobierno de Coalición de izquierdas que a la destrucción de la nación española.
Ayer en sus discursos, o en las berreas de los diputados y diputadas, calificaron de socialcomunistas a las personas que están en las bancadas de la izquierda. Nada nuevo pues lo llevan diciendo desde que, tras las elecciones, Pedro Sánchez y Pablo Iglesias firmaron el preacuerdo para conformar Gobierno. Lo que puede ser visto como un insulto sin embargo es una muestra clara del inconsciente, de eso que les produce realmente terror. Así, durante el debate de investidura, más allá de las tontunas sobre la destrucción de España o la verdadera soberanía nacional, hubo algo que el trifachito dijo en coro, que el Gobierno de las izquierdas traería la ruina económica a España. Lo paradójico es que si la destruyen antes, como parecen indicar en PP, Ciudadanos y Vox, no podrán arruinarla económicamente pues ya no existiría. Cuando se mezcla la actuación teatral y el inconsciente suele ocurrir que las contradicciones del personaje se reflejan durante la actuación. Esta preocupación material se oculta con todo lo nacionalista, nada nuevo pues la ideología nacionalista surgió en el siglo XIX para ocultar lo material (las patentes desigualdades económicas) mediante un alegato a historicidades y emociones por parte de la burguesía. Como dijese Ernest Gellner, detrás del sentimiento nacionalista siempre existe una base capitalista. Y a eso súmenle que sin nacionalistas no hay nacionalismos.
También hemos sabido discernir bajo la apelación a los sentimientos nacionales (el pathos de la retórica) que se oculta una cuestión monetaria y de poder económico con lo que han venido haciendo los independentistas en Cataluña. Destrucción de lo público pero aumento de las bolsas de la burguesía. Eso mismo hizo M. Rajoy que utilizó el conflicto catalán (incluso con el mandato a Soraya Sáenz de Santamaría de dialogar con Oriol Junqueras y Carles Puigdemont) para, mientras las personas estaban despistadas, colar la ley mordaza, la reforma de las relaciones laborales y el aumento de las desigualdades. Hoy el trifachito sigue insistiendo en el tema nacionalista (¿Se han fijado que las posturas de ambas partes son las mismas en esencia?) para esconder que sus temores se centran en lo material. El PP logró con su mayoría absoluta y todo el control de los medios de comunicación que se escandalizaban del tema catalán cumplir los deseos de la clase dominante respecto a la reproducción de las relaciones sociales, esto es, a la dominación de la población a la que se despistaba con cuestiones provocadas por la propia burguesía (no piensen que los burgueses catalanes se hayan enfrentados a los del resto de España) para ocultar los desahucios, la pobreza, etcétera.
Surgió Podemos y el establishment, no sólo puso a toda la maquinaria mediática contra el partido morado, sino que utilizó las cloacas del Estado para influir en la opinión de las personas y creó otro grupo populista como Ciudadanos para contrapesar. Iglesias y su alegre muchachada impactaron hablando de cuestiones materiales y señalando a los verdaderos detentadores del poder. Proponían, y siguen proponiendo, medidas socialdemócratas clásicas (las firmarían personas como Olof Palme sin duda), pero cumpliendo las reglas del juego democrático. Algo que la clase dominante había conseguido destruir en las legislaturas de gobierno del PP marianista. Los temían entonces y los siguen temiendo ahora, mucho más en tanto en cuanto Sánchez no se encuentra incómodo con esas políticas y se cumplirán los deseos de la Troika. En lo interior los verdaderos guardianes de la democracia española ni van a entrar, pero hay que seguir las directrices europeas. Algo que no importa a la coalición recién creada. Tampoco Jospin y Hue se salieron del carril global en Francia y no se montó la que tienen aquí liada el trifachito. Porque, tal vez, la burguesía francesa está acostumbrada a tener que vérselas con la democracia mientras que la española no. No gusta que Iglesias esté en el Gobierno porque temen más que en España se respete la voluntad popular, la soberanía popular antes que los intereses de una clase. No van a tomar palacios de invierno ni nada por el estilo, pero se pensaban en la burguesía que con M. Rajoy ya habían iniciado una senda de sometimiento total de la población a sus intereses.
Sánchez, como es conocido, podría no tener que haber pactado con otros partidos democráticos y legales aunque secesionistas si PP y Ciudadanos se hubiesen abstenido e incluso votado a favor. El PSOE lo hizo con una coalición de esos dos partidos. ¿Por qué no responder con la misma deferencia? Muy sencillo porque Podemos estaba en la ecuación. Ni Pablo Casado, ni Inés Arrimadas (recuérdese que Albert Rivera tuvo en su mano un gobierno de coalición con el PSOE pero su egocentrismo le llevó a la ruina) quieren a Iglesias porque sus amos, la burguesía española, están en contra de políticos de izquierdas con políticas públicas de izquierdas. De izquierda suave pero izquierda. Ni PP, ni Ciudadanos podían abstenerse para que Iglesias sea vicepresidente porque, al final, lo subjetivo nacional-fetichista les da lo mismo, tienen claro que lo importante es lo material, los dineros y que la clase dominante pueda hacer y deshacer libremente. En Vox también lo tienen claro y son el arma reservada de la burguesía española para destruir el sistema democrático en sí e instaurar una pantomima con apariencia de democracia pero que no es más que un Estado de excepción perpetuo.
En términos generales han “obligado” a Sánchez a pactar con los partidos nacionalistas y regionalistas porque les conviene para su puesta en escena teatral. Es más sencillo acusar de traidor al presidente del Gobierno que enfrentar el control de los alquileres, la subida de los SMI, la derogación de la ley mordaza, etc., es decir, es más sencillo lanzarse a lo emotivo que a lo racional porque en lo segundo tienen todas las de perder. Y con Iglesias en el Gobierno suman otro de los mantras clásicos de la derecha cavernaria española, el peligro de los comunistas. Leerán sesudos análisis de columnistas que siguen la senda de la ideología dominante capitalista hablando sin parar de soberanías y derechos de autodeterminación (fetiches emotivos sin duda) pero nadie les dirá que el problema que tiene la burguesía española y, por ende, los partidos políticos de derechas no es nacional sino material. Por eso tienen la desvergüenza de llamar a los diputados del PSOE para que traicionen a su propio partido porque son conscientes de que lo fetichista-nacional es inocuo, aunque en privado les han hablado de las cuestiones materiales. El problema es que España como nación le importa poco o nada a la mayoría de españoles si no llegan a fin de mes; si sus hijos no tienen qué desayunar; si sus trabajos son precarios y cuando protestan les meten en prisión; si les echan de sus casas (compradas o alquiladas) en favor de instituciones financieras; si se mueren porque están sacando los fondos públicos de la sanidad para regalarlos a la burguesía; lo nacional acaba chocando con lo material en algún lugar del camino, así ha sido siempre y no dejará de serlo. Y los españoles saben que, más allá de las cualidades de Sánchez o Iglesias, el tema catalán huele mal y es todo una mentira para machacarles.
En este teatro de lo espectacular, la trama quiere marcarla siempre la clase dominante, por eso no se permite que haya intervenciones fuera del guión marcado por los poderes fácticos. El lenguaje utilizado, las alegorías, las referencias cruzadas, toda la retórica en sí se deconstruye para acomodarse al neoliberalismo (vean aquí un análisis del uso del lenguaje neoliberal), por eso le sienta mal a Santiago Abascal que un Gobierno de Izquierdas pretenda reubicar a los medios de comunicación para que dejen de difundir mentiras, infamias o manipulen sin tener que pagar algún tipo de peaje (económico o social). En esa desconstrucción lingüística constante, tan del agrado de algunos bohemios burgueses que se dicen de izquierdas, por cierto, el neoliberalismo se establece como ideología dominante. La traición a España (algo que bajo los parámetros legales actuales es imposible) se utiliza como eufemismo de políticas de izquierdas. Traicionar a España es eufemismo de no querer que haya un gobierno que va a quitar los privilegios a la institución eclesiástica (esa que pide rezar por España curiosamente), la primera en fomentar lo espectacular-teatral en la Historia. Traicionar a España es eufemismo de no querer que una de las mayores glorias intelectuales de este país, Manuel Castells, pueda enderezar la educación superior y extirparla del mundo de los negocios en el que se ha instalado. Traicionar a España es eufemismo de no querer que la izquierda vuelva al lenguaje político fuera de los cánones espectaculares del neoliberalismo. Por eso tienen más miedo a Iglesias que a la ruptura de España, saben que lo segundo igual no se produce nunca, pero lo primero ayudará a desenmascarar esa ideología dominante. Decía Louis Althusser que también había que llevar a cabo la lucha de clases en la teoría y nada mejor que comenzar por la batalla del lenguaje como han hecho Sánchez e Iglesias durante el debate de investidura. Volver a llamar a las cosas por su nombre. A esto le tienen pánico las derechas.