Emiliano García-Page parece haberse constituido en la única voz crítica del PSOE respecto a la acción de Gobierno en el tema catalán. A pesar de que, como información desde la prensa, Santos Cerdán tuvo una reunión con él para que moderase las críticas, no ha hecho mucho caso y el presidente castellano-manchego ha seguido señalando que es muy mucho español y que con las cosas constitucionales no se juega. Esto ha irritado a una parte de la militancia socialista y a muchos de los activistas, más cuando parece que Susana Díaz, quién sabe si por buscarse una morada cómoda a futuro, ha reconocido que se equivocó con el PP en aquellas fatídicas fechas. La realidad es que no ha estado muy afortunado en los momentos elegidos para hablar el toledano, justo cuando había reuniones para conformar un Gobierno del PSOE, con Unidas Podemos sí, pero del PSOE o cuando se está intentando solucionar atraer a ERC a la senda de las leyes. Esas leyes que pide que se cumplan paradójicamente.
García-Page ha insistido en defender un PSOE que el dúo Félix Bolaños e Iván Redondo están dispuestos a hacer desaparecer y es ahí donde están las verdaderas cuitas. No es que las baronías hayan perdido peso en las decisiones sino que la propia militancia no es más que una masa de activistas en redes a la que se consultan algunas cosas pero otras no. Esto enfada al presidente de Castilla-La Mancha, como hizo saber al edecán de José Luis Ábalos para cuestiones orgánicas, y le molesta que no se haya ni convocado el Comité Federal cuando menos para debatir los acuerdos ya tomados. Tampoco es que él haga algo muy diferente en su propia región pero su enfado camina por ahí. La vaselina no ha debido hacer el efecto que suponía y no pierde ocasión en criticar algunas acciones del Gobierno y en las que hay en juego cuestiones de dinero o agua de la Junta. No es que aspire a sustituir a Pedro Sánchez como la caverna a aventurado (el famoso mirlo blanco que nunca existió), si se atreve lo hará cuando el PSOE no esté en el Gobierno. Cuestión bien distinta es que se rumie que de esta legislatura no pasa, de ahí que anime al secretario general a presentarse otra vez a las primarias y a ser investido candidato para que no queden dudas.
Ahora bien ¿está solo García-Page en estas críticas y en el cambio a futuro? No. No está solo. Más allá de las discrepancias que tenga con otras baronías (Lambán o Fernández Vara) son muchos los militantes del PSOE que no concuerdan con la vida del partido bajo el sanchismo y otros que no lo hacen con sus posturas políticas. Se entrelazan dos movimientos críticos con intereses partidistas y políticos que podrían llegar a ser complementarios en algún momento. Se entiende, dentro de estos grupos, que se está en un momento de reflujo partidista, donde las siglas PSOE son tan sólo una plataforma electoral del secretario general, donde no importa que la política estatal pueda acabar haciendo daño a otras instituciones. Y a la propia vida interna del partido. Ese cerrar filas, además de forma penalmente establecida en el Reglamento, no es propio de la cultura tradicional del PSOE donde el debate y la discusión han sido santo y seña del partido. Incluso en los tiempos del felipismo.
Los vaivenes programáticos del presidente del Gobierno que hoy dice una cosa y mañana otra sin importarle el principio de contradicción, como ha señalado uno de los críticos Eduardo Madina, no son parte del fermento político del PSOE donde se discutía en los Comités Federales (que han llegado a durar hasta dos días), se decían lo que había que decir a la cara y luego a actuar como una piña. Hoy en día las decisiones del partido las toman dos personas que están en la Moncloa, una de ellas sin ser afiliado incluso, y como lo acepta Sánchez, la militancia debe decir sí sin más es el análisis que hacen los críticos. Esto está en una buena parte de las bases del PSOE. Da igual que sea en Madrid (lugar donde el núcleo en torno a Tomás Gómez está muy vivo) que en Bilbao, hay militantes de muchos años que no aceptan ese culto al líder (muchos se enfrentaron a Felipe González por ello), ni que las decisiones del partido se tomen fuera de los órganos de partido. El activismo sanchista en redes acaba escondiendo una realidad como la existencia de una masa crítica que calla hasta mejores tiempos. Eso lo sabe García-Page y lo saben otros dirigentes socialdemócratas.
No sólo acontece que cada día hay más reuniones en bares, algunas agrupaciones (ya que muchas están cerradas o sin actividad alguna) y otros lares para ir juntándose personas que son del PSOE pero no son sanchistas sin más. Personas que incluso apoyaron a Sánchez en las primarias y hoy se sienten defraudadas. Entre esas reuniones, de hecho, se está produciendo la creación de una nueva corriente de Opinión de marcado carácter izquierdista y feminista. Al estar Izquierda Socialista desaparecida por la acción de Adriana Lastra, algo que no extraña pues ya Sánchez I y César Luena quisieron acabar con ella, así como la Gestora posterior, han tomado la decisión de ir trabajando en una nueva sección que suponga la vuelta a los valores del viejo partido y una nueva visión crítica de la vida política en general. Pensaron en llamarse Izquierda Obrera, pero parecen haberse decidido por La Izquierda como la formación alemana y en el futuro Congreso Federal piensan presentar su propia ponencia y enmiendas. No son, precisamente, de la cuerda más moderada de las baronías pero podría darse el caso de tener intereses comunes. Así que no se descarta que los críticos permitiesen la recogida de firmas en sus respectivos territorios.
Hay malestar en el PSOE por la deriva de culto a la personalidad y de políticas volubles y cambiantes, lo que no supone que se vayan a lanzar contra Sánchez en estos precisos momentos. Bien al contrario, disciplina trabajadora obliga, van a esperar al momento más preciso, cuando el acontecimiento permita levantar la voz algo más. Mientras apoyarán al presidente del Gobierno, quien está siendo sometido a una campaña brutal de acoso desde el primer día por parte de la caverna mediática y política. Que no gusten los modos autoritarios de Sánchez en el interior del partido, no es suficiente motivo para que toda España sufra el autoritarismo de las derechas. El fermento está. Hay muchas personas que están regando el huerto crítico. Y florecerá cuando sea su estación. Bien en el Congreso Federal de principios del año que viene. Bien cuando la situación se torne insostenible. Para suerte de Ferraz los críticos ni son homogéneos ideológicamente, ni están bien organizados de momento.