Si hay un posicionamiento ideológico, aunque nieguen que se trate de una ideología, que en estos tiempos del coronavirus haya quedado retratado ese es el neoliberalismo. En todos los países salvo donde gobiernan los populistas de derechas, no ha habido un solo neoliberal que no haya reclamado al Estado una pronta actuación y el uso de todo su poder, especialmente el económico, para superar la situación. En algunos casos hasta parecería que se han producido caídas del caballo por el entusiasmo estatista y de defensa de la sanidad pública con la que han prorrumpido en la escena mediática. Políticos del PP, Ciudadanos o Vox clamando a Pedro Sánchez por utilizar el poder del Estado para salvar a la población y al sistema capitalista. Sí a los dos, porque como se contó en estas mismas páginas preocupa más la Economía que la población, pero como es una enfermedad que no distingue de clases sociales se han asustado y ahora también incorporan a la población.
Sin llegar a la recuperación del soberanismo estatalista de hace años, los neoliberales abandonan a marchas forzadas el individualismo, el Estado mínimo y la no intervención en la Economía del poder político. La “mano invisible” de Adam Smith ya no es útil, el Leviathán (Estado) es útil para el capitalismo y si hace falta el Estado Minorauro debe devorar insumos para salvar a la clase dominante. Siempre se ha sabido, aunque lo han negado fervientemente, que el Estado era la estructura utilizada por la clase dominante para controlar las relaciones sociales de producción, esto es, para favorecer en todo lo posible a la clase capitalista frente a la clase trabajadora. También es conocido que el Estado ha actuado como aparato ideológico en favor de la ideología dominante. O, es más evidente, como aparato represivo. Esto nunca les ha parecido mal a los neoliberales porque tenían el escudo del Estado para apagar los fuegos que el capitalismo asalvajado comete. Un sistema que devora a sus hijos cual Cronos caminando hacia el monopolio imperfecto. Ahora los que odiaban el Estado le piden 100.000 millones de euros para paliar los efectos económicos, eso después de haber dilapidado 60.000 millones en favor del sistema financiero y que ha provocado el austericidio de los últimos tiempos.
Juan Ramón Rallo, conocido minarquista y capitalista salvaje, lleva dos semanas asustado, pidiendo la intervención del Estado para frenar los peligros que iba a causar el coronavirus. Lo bueno es que eso lo podría haber dicho en la Libertycon que se celebró en Madrid el mismo fin de semana del 8-M y el Congreso de Vox reuniendo a miles de personas (sí porque son anarcocapitalistas pero personas) que pedían la reducción del Estado al mínimo para asegurar la propiedad (especialmente la de los medios de producción); dar una libertad total al capitalismo para moverse mundialmente; acabar con cualquier tipo de servicio público (pensiones, sanidad, educación) y que cada cual obtenga lo que pueda (aunque lo disfrazan sobre las capacidades de las personas porque niegan que exista determinación social alguna); y que impere el individualismo en todo el orbe. Individualistas que, como todos esos estúpidos que aparecen en las redes sociales, no reconocen a nadie que les diga si deben o no salir a la calle para no infectar a los demás. Todo lo que sea contrario al “hago lo que se me pone en…” es colectivismo o socialismo… hasta que le va mal al capitalismo y salen todos a pedir árnica.
Además de un neoliberal como Rallo y algún atolondrando como Pablo Casado, tenemos como retratada a Cayetana Álvarez de Toledo. Ha sido llegar el coronavirus y la pobre disolverse cual azucarillo. Todos sus discursos sobre el individualismo (“A mí no me representa ninguna feminista”); todas sus manifestaciones de odio contra lo público (con lo que le gusta a ella la acumulación por desposesión de lo público); todas sus memeces clasistas han quedado enterradas ante el peligro vírico. Ni una sola palabra que decir ante el riesgo de que el sistema capitalista quede retratado y sea, nuevamente, el Estado quien aparezca para salvarlo. Tantos años de lecturas perdidos en un “pis pas”. Ha tenido que recurrir a un argumento muy británico para aparecer en prensa. Así ha acudido al Congreso de los Diputados para trabajar, saltándose las recomendaciones mínimas, pues “el parlamento no para ni en guerra”. Muy bonita la frase si no fuese porque se trata de un artificio. Durante la Gran Guerra menos, pero durante la II Guerra Mundial el parlamento británico siguió funcionando, pese al bombardeo de Londres, para infundir moral a las personas. Como sucede con la consigna que se extendió por aquellos días donde en los negocios se ponía un cartel “Business as usual” (Trabajando como es habitual, sería la traducción más adecuada). Ahora resulta que en España no, no se trabaja como habitualmente sino que los negocios están cerrados para que no mueran más personas. No hay un enemigo que lance bombas sino que se filtra por el aire, mientras su jefe de filas pide cientos de miles de millones sacados del Estado para los empresarios y veremos si los autónomos.
Ella tenía que aparecer, aportar su grano en la política espectáculo y quedar resultona. Curioso que en todas las grandes escuelas empresariales se valore el teletrabajo, la inexistencia de oficinas fijas, sino que se trabaje por objetivos y proyectos para que la más individualista y neoliberal aprecie el presentismo. No habiéndose criado en España (Argentina), no habiendo estudiado en España (Gran Bretaña), siendo también francesa parece que ha adoptado uno de los males que acechan al empresariado patrio, el estar en la oficina sin necesidad productiva. ¿Qué va a producir la marquesa de Casa Fuerte en el Congreso? Nada que no pudiese hacer en su casa. Pero debe estar allí por puro postureo ya que toda su ideología se ha caído como un castillo de naipes. Como la de todos los anarcocapitalistas, minarquistas, turbocapitalistas y demás especies que entroncan en el neoliberalismo. Como les sucede a otros populistas, la contradicción de mezclar la nación como cemento de cohesión y engaño social con individualismo y capitalismo globalizado se descompone frente a las crisis que no son económicas, especialmente. Utilizan el nacionalismo para entretener a la población pero siempre piensan en términos económicos de los pocos. De ahí que hablen de España como nación pero pidan millones para salvar a la minoría de la población (la clase dominante). ¿Alguien piensa que de esos 100.000 millones los tenderos y pequeños comerciantes recibirían alguna buena cantidad o se irá a Volkwagen, Pikolín y demás empresas que ya están comunicando ERTEs?