Hablar de héroes en estos tiempos de la sociedad del espectáculo supone siempre andar con sumo cuidado. La banalización y el fetichismo espectacular se encuentran al acecho para elevar a taxonómico cualquier acción pueril, inane o con una intención ideológica oculta o totalmente transparente. Eso le ha ocurrido al escritor Javier Cercas en su columna de El País Semanal. Allí, en esos párrafos que intentaban paradójicamente acabar con la banalización ideológica, ha acabado incurriendo en un tipo de fetichización de la contradicción dialéctica del propio sistema espectacular. Como es un reconocido escritor, que tiene una buena legión de fanáticos y seguidores que creen a pies juntillas lo que expone en sus dominicales, debería haber tenido un poco de cuidado e investigación. Enfrentado ante un papel en blanco, saliéndose en cierto modo de lo que es su campo de trabajo habitual, se ha dejado llevar por el primer recuerdo o definición que ha encontrado, bien en su memoria, bien en su segura procelosa biblioteca personal. Es por su condición de intelectual “famoso” y por publicar en uno de los medios más leídos (en papel y digital) que una pequeña investigación hubiera impedido ese “error heroico” del que se habla en el titular. Cuando se escriben columnas, con el añadido de tener tiempo para pensarlas (no son diarias, por suerte para su mente), se tiene un compromiso con algún tipo de verdad, de cientificidad y no con lo primero que se tiene a mano.
En su artículo “El coronavirus y los héroes” Cercas intenta invertir la banalización del uso de lo heroico, sea como sustantivo o como epíteto, y en eso tiene bastante razón. Lo heroico no es para acciones que conllevan hacer lo que se tiene que hacer. Bien al contrario, como en cierto modo apunta, el héroe actúa en tiempos críticos, bajo ciertas presiones que trascienden la propia materialidad y hacia un fin superior. Aguantar recluidos, agotarse en un hospital o hacer cumplir la ley del estado de alarma no tiene nada de heroico. No hace de “aguafiestas” sino que expresa una razón que se encuentra cerca de la verdad o, cuando menos, cerca del mitologema heroico. Toda la publicidad institucional, propia de esta sociedad espectacular, y todas esas muestras de manual de autoayuda nada tienen que ver con lo heroico sino con procesos de engaño para contentar a las masas recluidas. Puesto que en la mayoría de las instituciones la auctoritas ha desaparecido, sólo cabe conseguir el favor hacia las medidas propuestas (da igual el nivel de gobierno) mediante dos recursos: la adulación o el miedo. Desde lo institucional se ha acudido al primero cuando en realidad el que ha actuado es el segundo por las cifras de fallecidos e infectados. Hasta aquí Cercas aporta una visión perspicaz, no en vano lleva sufriendo este tipo de campañas durante años en Cataluña. Ahora bien el recurrir a Fernando Savater para argumentar sobre lo heroico, pese a recordar sus tiempos ácratas, le hace abandonar el camino de lo heroico para adentrarse en el de la moralina. Por tanto, intentando escapar de las fauces de lo espectacular-político se adentra, no en la síntesis, sino en una de las características de lo espectacular: la persistencia en moralizar sinuosamente y para dotar a lo banal de algún tipo de consistencia. Dice Savater, como recoge Cercas, que “héroe es quien logra ejemplificar con su acción la virtud como fuerza y excelencia”. Corrobora y aumenta la definición al decir que “el heroísmo es una categoría moral suprema, como la santidad; igual que los santos, los héroes son excepcionales”.
Por supuesto que los héroes son extraordinarios, porque extraordinaria es la época en la que llevan a cabo su acción, pero no hay conexión con la virtud en sí. El mito no sólo sirve para ejemplificar cuestiones de tipo moral sino que va más allá al educar y hacer presente la posibilidad, la emotividad y, en recuerdo de aquél que hizo un acto heroico, volver al camino que lleva hacia un nuevo momento de evolución comunitaria. Esto lo debería manejar perfectamente con el caso del secesionismo catalán. Como decía Ernst Cassirer: “En todos los momentos críticos de la vida social del hombre, las fuerzas racionales que resisten al resurgimiento de las viejas concepciones míticas, pierden la seguridad en sí mismas. En estos momentos, se presenta de nuevo la ocasión del mito. Pues el mito no ha sido realmente derrotado y subyugado. Sigue siempre ahí, acechando en la tiniebla, esperando su hora y su oportunidad. Esta hora se presenta en cuanto los demás poderes de vinculación de la vida social del hombre pierden su fuerza, por una razón u otra, y no pueden ya combatir los demoníacos poderes míticos” (El mito del Estado, p. 331). El héroe es producto del tiempo mítico, del tiempo de cambio, del tiempo que es siempre presente continuo. Puede haber virtud en el héroe o puede haber una acción épica. Carlos García Gual reduce el perfil de los héroes a tan sólo actos o hechos que han dejado una impronta en la vida comunitaria/nacional. Homero pensaba que eran aquellos dignos de ser cantados en los poemas. El héroe es tal porque ha alcanzado la plena madurez del ser humano como tal. En esa madurez, sin duda, se encuentran virtudes, pero no son lo propio en sí del propio héroe.
Más preocupante es la forma en que termina su artículo. “El héroe jamás alardea de su excelencia (de hecho, raramente es consciente de ella); todo lo contrario: como la virtud es secreta o no es, el héroe hace cuanto puede por ocultar su propio heroísmo y, si esto no es posible, por quitarle importancia o disfrazarlo, para que nadie lo reconozca” (añádase que “héroe anónimo” es para el escritor un pleonasmo). Así que el héroe es un ser anónimo, que hace cosas pero que nadie las acaba viendo en sí y cuya virtud es secreta. ¿Cómo puede entonces ser un héroe ejemplo de virtud y excelencia si nadie sabe que tiene esa virtud y/o excelencia? ¿Cómo puede un héroe ejemplo, en sí, si se esconde? Hay algo que no conecta bien y lleva hacia las muy burguesas virtudes privadas. Joseph L. Henderson dedicó muchos años de su vida al análisis de los héroes y describe así el ciclo temporal del héroe: “cuenta el nacimiento milagroso, pero humilde de un héroe, sus primeras muestras de fuerza sobrehumana, su rápido encumbramiento a la prominencia o el poder, sus luchas triunfales contra las fuerzas del mal, su debilidad ante el pecado de orgullo (hybris) y su caída a traición o el sacrificio «heroico» que desemboca en su muerte”. Todos los héroes, incluso los más contemporáneos, han seguido ese camino (por ejemplo, Felipe González en su momento) y todos han cometido el pecado de la hybris. Parece mentira que Cercas no recuerda a Odiseo (Ulises) y su enfrentamiento contra los dioses por haber sido el héroe en la conquista de Troya. ¿Qué virtud muestra ese héroe en su Odisea de regreso a Ítaca? La realidad es que poca a ninguna. Sigue cautivando a millones de lectores porque pasa las de Caín para regresar y, por suerte, vive para contarlo. La mayoría de héroes acaban, como decía Henderson feneciendo.
Un héroe no suele llevar acompañado la reclusión y la opacidad de algún valor o virtud. Bien al contrario, como recuerda Leszek Kolakowski: “los mitos [entre ellos los mitologemas heroicos] nos enseñan lo que representa sencillamente un valor, son inevitables para que pueda existir la sociedad humana”. Si el héroe se esconde, si rechaza ser ejemplo de algo, o bien no es un héroe, o bien de nada sirve su acción socialmente hablando. Cuando un lector vibra ante una novela que contiene algún tipo de héroe que retrotrae a ese pensamiento mítico suele provocar gratificación, suele penetrar en el lector o lectora y poseerlo de tal forma (si está bien narrado, por supuesto) que actúa como ejemplo en sí para su propia vida personal. Esto lo debería saber Cercas por su propia experiencia. Esa conexión con el tiempo heroico es lo que sirve como ejemplo para acciones actuales o futuras a millones de personas. No hay moral alguna (hay héroes con una moralidad despreciable hasta su salvación póstuma cuando hace lo que tenía que hacer) sin ejemplo. El idealismo kantiano de alcanzar la ética perfecta por pura racionalidad es eso idealismo, sin embargo, el mito heroico es siempre presente y por eso tiene fuerza narrativa o social.
Cierto es que, por seguir con Cassirer, “los nuevos mitos políticos no surgen libremente, no son frutos silvestres de una imaginación exuberante. Son cosas artificiales, fabricadas por artífices muy expertos y habilidosos”, pero eso que está bien criticado en el artículo no es una puerta abierta a moralizar bajo un individualismo racionalista que manda al héroe a su casa a esconderse. Supone acabar con los ejemplos, los idola tribu, tan necesarios para la misma vida en sociedad. Cuando se hace referencia al heroísmo de la cotidianeidad por parte de las distintas instituciones, más allá de lo artificial, lo que se busca es un proceso de conservación: “Toda cultura crea y valora sus propios mitos, no porque sea incapaz de distinguir entre verdad y falsedad, sino porque su función es mantener y conservar una cultura contra la desintegración y destrucción. Sirven para sostener a los hombres frente a la derrota, la frustración, la decepción y para conservar las instituciones y el proceso institucional” (Rubin Gotesky). Una especie de racionalidad anamnética (J. B. Metz) es la que se encuentra incardinada en los héroes. Un pensamiento que es recuerdo agradecido o echa de menos la presencia de los ausentes que posibilitaron con sus acciones (heroicas) el bien común. Porque al final no es virtud lo que transmiten los héroes sino acciones encaminadas al bien común (sea la fundación de una nación, salvar del monstruo Ceto o ayudar a superar una crisis dada).
El problema es que al minimizar al héroe Cercas trabaja en favor de la ideología dominante no por su lado banalizador (aunque banaliza al héroe al esconderlo), sino por el lado individualista. Pelearse con un contexto propio donde la tribu quiere poseerlo todo pasa factura y empuja hacia cierto individualismo moral. Comprensible sin duda, pero no por ello el intelectual debe situarse alejado de la realidad, en este caso heroica. Que los sanitarios no sean héroes, como no lo son los policías y demás aparatos estatales, sino personas que hacen lo que deben hacer, no empece para llevar el relato heroico a un terreno que le es completamente profano. Incluso le es amargamente contrario. No es un virtuoso el héroe (o la heroína), no da ejemplo moral en sí, sino que ayuda a construir sociedad y a afirmar valores (entre los que existen valores éticos sin duda). Alejarle de este camino no es desmitificar, ni reificar, sino llevar a la sociedad al individualismo más salvaje donde lo común carece de sentido incluso las acciones que merecen la pena destacar. Acogerse a Sabater para aplicar doctrina moral puede servir en otros contextos y es muy querido este tipo de acciones por el sistema, pero señalar al héroe como un simple ser transmisor de virtud significa atestar un golpe al centro de la posibilidad misma de rebeldía en la sociedad. Caer en la anomia completa. Porque el héroe, al fin y al cabo, no deja de ser un rebelde. Si cae en el pecado de la hybris es porque se rebela y, gracias a eso, ayuda a transformar. Por ello “héroe anónimo” no es un pleonasmo sino, en realidad, una imposibilidad o un recurso expresivo para describir el desconocimiento de la autoría de una acción elogiosa. El héroe para poder ser transmisor de valores sociales debe ser “reconocido” (aunque pudiera no ser conocido). Si le interesa el tema debería Cercas hacerse con unos cuantos libros de Joseph Campbell, en una edición preciosa de la editorial Atalanta. Igual encuentra inspiración sin necesidad de matar la rebeldía.
Leyendo su escrito yo pregunto Cercas el mentiroso a descubrir l identita Mia como hijo de Miralles de Soldados de salamina i k el nunca fur q Dijon porque li padre nunca vivio alli i menos pobre pour jubilado i pensionista de herido de guerra vivia muy bien si quereis hablar +33659820106 wazzapp
Por lo menos en el comic habria poser restablecer la verdad cuando dice no escribo novelas esribo hecho reales
El mal en el mundo viene casi siempre de la ignorancia, y la buena voluntad puede hacer tanto daño como la maldad, cuando le falla el conocimiento. ( La peste . Albert Camus )