La política espectáculo ha ido demasiado lejos. Llevada al extremo, justo hasta ese momento en que comenzaría a negarse, provoca la exasperación de los ánimos, los cuales son el paso previo a la violencia y las desgracias humanas. Las actuales democracias espectaculares han ido minando los fundamentos de la democracia liberal que tan buenos resultados, en términos sociales y políticos, dio desde finales de la Segunda Guerra Mundial. Se ha pasado del debate al esperpento; de lo racional a lo espectacular-irracional; del materialismo de las propuestas al idealismo de la estupidez; de la imbricación de teoría y práctica al discurso hueco y banal que hoy dice A y mañana B sin inmutarse por la contradicción, careciendo de análisis del cambio como pueden sospechar; en resumidas cuentas se ha pasado de la importancia del hacer, empujado por teoría o ideología propia, a un lenguaje que se piensa performativo sin importar que tenga conexión alguna con lo que se hace al final. De esta forma se puede decir que se es liberal y a la vez apoyar golpes de Estado blandos para hacer caer al gobierno; o decir que se es de izquierdas y hacer lo que la CEOE exige sin inmutarse ni dimitir. Todo esto, como se ha dicho, llevado al extremo provoca algo mucho peor, pasar de la dinámica del adversario con el que se puede debatir, aunque exista antagonismo de clase, por ejemplo, a la del enemigo que hay que eliminar como sea.
La irrupción de los populismos, de izquierdas y derechas, más el añadido de la digitalización como realidad paralela que los medios de comunicación difunden como verdaderamente real, han provocado la exacerbación de los ánimos. A esta dinámica espectacular y agonística se han sumado, con más o menos reparos, los partidos más antiguos y los independentistas (¿no dejan de ser populistas también?) por lo que la situación ha llegado a tal punto que hasta la clase dominante ha mandado parar y templar los ánimos asustados por el nivel ínfimo de la clase política. Esa búsqueda constante de la bronca y la gresca, que tanto viene difundiendo el PP en los últimos tiempos pero que ha sido santo y seña de Podemos o Ciudadanos no hace tanto, no ha sido más que el preludio de los insultos, amenazas y pruebas de tiro (magnicidio simbólico) que se están viendo en redes sociales. El PP ha pasado de quejarse del acoso a sus dirigentes (eso que se cataloga de escrache) a justificar, alentar y defender que un grupo de asalvajados acudan todos los días a la casa del vicepresidente segundo a dar la turra (¿qué culpa tienen los vecinos a los que también se molesta?). No es lo mismo un día de acoso, que un mes (por si no saben sumar, que parece que no). El discurso del PP es “Como a mí me acosaron, que se jodan y aguanten ellos ahora”. También es cierto que tampoco se puede pedir más a Pablo Casado y compañía.
Hace unos días ya se advertía en estas mismas páginas del peligro del discurso que venía manteniendo el PP en su conexión con la extrema derecha parafascista de Vox. Jugar a la dinámica del amigo (Vox) – enemigo (izquierda) tiene una consecuencia que supone acabar negando la propia vida del contrario. Como explicó perfectamente Giorgio Agamben en Homo Sacer, esa nuda vida es sagrada a la vez que eliminable. Sagrada, en el caso que se está tratando, porque cualquier vida se simboliza como tal, aunque como sucede con el homo sacer esa sacralidad no es impedimento para quitarla. Al homo sacer, institución romana, se le sacraliza pero quitarle la vida no es penalmente perseguible. Toda la derecha, especialmente la derecha mediática (ayer el no-ser Miguel Ángel Belloso, en VozPopuli, decía lo siguiente: “La gente convencional, y quizá también estúpida que nos rodea, dice que la reacción del pueblo español ante la pandemia ha sido ejemplar, como así revela la aceptación resignada y mansa del confinamiento”), viene alentando esa nuda vida para la izquierda. Se la puede difamar, insultar, mentir contra ella, inventar noticias, acusarla de las más altas traiciones y todo con la única finalidad de acabar con su vida. En este caso política (¿o no señores Rubido y Rosell?), pero eso no empece para que seres que tienen suerte con poder vestirse por las mañanas acaben confundiéndose y peguen un tiro no a una imagen (asesinato simbólico) sino a la propia persona. De lo simbólico a lo real hay un paso como bien demostraron Emile Durkheim y Sigmund Freud hace más de un siglo.
Un concejal del PP dice que es mejor dar una paliza a Pablo Iglesias que pegarle dos tiros para que así se quede postrado en una silla de ruedas y ¿qué hace el PP? Alabar al concejal. Nada de pensar en cesarle y mandarle a su casa, sino que lo defiende por lo que acaba asumiendo su discurso violento. Realmente ese discurso violento ya está en la cúpula del PP casadiano y se ha visto en los sospechosos habituales como Hernando, Álvarez de Toledo o algunos cargos regionales. Están en la dinámica de la nuda vida y la crispación que tanto han utilizado. En la extrema derecha no hay mucho más que añadir porque la violencia en inmanente a su ser e ideología, sólo entienden la vida en esa dialéctica amigo-enemigo, más acuciante por el populismo que utilizan como estrategia. Un concejal andaluz dice barbaridades contra el gobierno, además harto de bebidas espirituosas, y el PP le defiende. Aparecen unos tipejos haciendo un asesinato simbólico y desde la derecha no se ha escuchado ni una ventosidad. Les da igual la violencia contra el enemigo porque lo querrían ver muerto políticamente y de ahí su discurso. El problema, como se ha dicho, es que hay demasiados estúpidos que igual pasan de lo simbólico a matar de verdad a Pedro Sánchez.
Prensa y clase política de derechas encendiendo hogueras y alentando la violencia para acabar con un gobierno que no les gusta y que dicen es dictatorial (si fuese dictatorial no podrían hablar o habrían clausurado los cientos de medios de derechas), sin importarles las consecuencias que pueda traer. Deberían ser conscientes de lo que están haciendo pero no, están cegados por el odio a todo lo que suponga que la izquierda disfrute del poder. Todo amplificado por el griterío en las redes sociales a las que dan más importancia que a la propia realidad. De hecho habría que ir pensando, como le pasa a Casado y sus viajes a Santiago de Compostela-Harvard, que los directores de periódicos piensan que la vida es lo que pasa en twitter. Porque gentes que se dicen cultas, de eso al menos se jacta Bieito Rubido de ABC, están tan en la política espectáculo, abandonando la liberal (esa que dicen defender y que es para temerse que jamás han comprendido y/o conocido), que no son más que los catalizadores necesarios de la violencia. Han perdido cualquier ética de la que dicen es su profesión, contar la verdad y no efluvios de lo que se piensa que es verdad (idealismo), y son partícipes necesarios de esa espectralización de la vida. Como pasa en los programas del colorín se cuenta una vida política que no existe, que no deja de ser más que un espectro de vida, y se jalea el insulto, la gracieta y se eleva a los altares a personas que en condiciones normales engrosarían las colas de alimentos.
También hay que decir que buena parte de la izquierda se ha impregnado ese odio y violencia que propone el sistema empujada por lo mediático y la derecha. No es inhabitual ver en redes sociales, en foros o en comentarios de artículos insultos, amenazas y peticiones de muerte política (a veces física también) del contrario. Desde la tribuna del Congreso, incluso se jalean intervenciones como las que suelen hacer Adriana Lastra o Pablo Echenique, las cuales no hacen sino incrementar esa violencia sistémica y espectacular. Lo que antes era extraordinario (las barrabasadas de Alfonso Guerra, por ejemplo), ahora se ha convertido en lo común, en lo político, en el discurso válido. Si la derecha es violenta, en algunos casos la izquierda no se queda atrás. Pero hay una diferencia obvia y evidente: la derecha política tiene todo el arsenal mediático de la clase dominante para normalizar la violencia y el señalamiento y la izquierda no. De hecho la creación del panfleto amarillista del mundo podemita es el paradigma de la política espectáculo y del mismo tipo de estrategia de negación del otro que practica la derecha. Se cae en la trampa sin duda, pero también es cierto que llega un momento en que un “vete a tomar por culo” acaba saliendo de lo más interior de cada cual. El problema máximo es que al final acabe sucediendo una tragedia de verdad, la cual será televisada, escrutada y vomitada por las casquerías televisivas de las mañanas mientras que la clase política escurrirá el bulto o insistirán en el empeño de la criminalización del otro.
A mí, cada vez que visito el canal del PSOE, me hierve la sangre con las cosas que dicen los nazi-fascistas. Sé que no debo responderles, porque es lo que pretenden -o son tan cortos que se creen todo lo que dicen.
Hace unos días, me fijé que la diputada de VOX, Macarena Olana, era trending topic con más de 60.000 Tuits, por su dicurso en el parlamento. Un discurso que no escuché ni vi, porque no estoy para trotes y las náuseas me ponen muy mal.
De los tuits que leí de gente rechazando el discurso de esa nazi-fascista, repondí, señalando que no le respondieran, que era lo que buscaban: expandir la porquería del odio a través de sus discursos en el parlamento, rebotados por la indignación, en las redes sociales. No creo que tuviese mucho éxito, pero creo que es lo que se debe hacer. Incluso con Casado «el ovejero».
Muchas gracias por sus artículos, es un placer leerlos