La política no es una serie de televisión (o plataforma televisiva) es algo bastante más importante. La teatralización del mundo del poder ha sido una constante a lo largo del tiempo. El juego de máscaras ha servido a los poderosos desde hace mucho tiempo para esconderse tras artefactos ideológicos. Ora la religión, ora la cultura, ora el humanismo-liberalismo. De hecho cierta teatralización de la política es hasta saludable para no caer en el tedio de una élite que, casi siempre, se regodea en sus cosas de políticos. No hace falta llegar a la pompa de origen protestante, especialmente anglosajón, pero hacer amena y comprensible la política mediante juegos simbólicos es parte de su ser. Lo que existe en estos tiempos es un salto cualitativo hacia la completa separación de los órdenes sociales en el plano simbólico y, por ello, humano. Al transformar la política en una serie televisiva, algo que conviene a la clase dominante, se pierde todo el sentido lógico que debería ser el principio rector de la misma.
Hoy en día no hay discurso político que se sostenga más allá de una semana. En ocasiones el discurso no aguanta ni días en virtud de una sobreactuación que busca solamente la emotividad del espectador. Y como cualquiera que haya frecuentado algún teatro o haya visionado alguna película, el personaje que sobreactúa hace gracia al comienzo y acaba por ser odioso al finalizar la obra. Así es como es cansancio abate las almas y se distancia del mundo político. La desgana, la indiferencia o la desidia siempre son antesala de tiempos oscuros. Lo fueron en la Edad Media cuando se esperaba la llegada del apocalipsis y la segunda venida de Cristo. Lo fueron en la época contemporánea antes de la llegada de los fascismos. Y comienzan a serlo hoy en día, en mitad de pandemias y crisis económica permanente (para los de abajo), cuando no se sabe bien qué llegará. Algo que no parece mejor que lo actual. Robotización que expele al ser humano de la producción. Algoritmos que eligen por cada ser humano. Riqueza sostenida sobre una base completamente imaginaria (no otra cosa es la valoración bursátil y la generación de dinero de forma artificial). Sociedades destruidas por la censura de la diversidad de los ofendidos…
En el plano español y en términos políticos la situación es de una absoluta decadencia. No es que el “régimen del 78” se esté derrumbando para dar paso, de forma transformadora o revolucionaria, a un nuevo régimen que se atenga a una mayor profundización democrática. Es que se camina hacia ningún sitio. Desde la caverna mediática se señala que son los partidos de izquierda los culpables de caminar hacia un régimen totalitario. Tendría su lógica si no fuese porque desde el PSOE se viene trabajando en el mantenimiento del sistema económico y la estructura de poder. Tendría su lógica si no fuese porque desde Podemos se está luchando por sostener algunos derechos –aunque desde el feminismo se les critica, con toda la razón, de conceder privilegios a cambio de destruir a la mujer como sujeto social-. Tendría su lógica si hubiese una multitud respaldando un proceso de cambio radical, cuando a lo máximo que se llega es a pedir un referéndum sobre la república. Si se quita las arrobas de paja que existen en la política actual, el gobierno está sosteniendo al régimen del 78. El problema es que, en algunas ocasiones, están sobreactuando y teatralizando todo y se pierde el hilo argumental. Si es que existe en realidad y no es sino un trasunto de emotividades al gusto del camarlengo monclovita Iván Redondo. Si de algo se puede acusar a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias es de conservar el sistema sin discurso.
Bien al contrario, son los actores secundarios los que están tomando el mando del proceso teatral. Cambian la trama constantemente haciendo que los protagonistas –al menos quienes deberían ser los protagonistas- se plieguen a sus trampas argumentales. Desde la ultraderecha reaccionaria atacan en una batalla cultural para la cual el gobierno carece de bases sólidas y se deja enmarañar con tramas no principales. Desde el PP, Pablo Casado, un actor sobreactuado siempre, junto a una actriz histriónica como Isabel Death Ayuso, acaban llevando siempre a su posición a los protagonistas. El problema es que hay una completa ausencia de discurso y nadie señala que hoy dice una cosa y mañana la siguiente Casado. Ayer no quería renovar el CGPJ, hoy pone condiciones y mañana a saber qué propondrá. Como esas series en las que hay giros del guión día tras día y acaba por no entenderse nada, el PP ha tomado el hábito de vivir en un macguffin permanente, mientras por detrás va destruyendo las bases del régimen del 78. Fíjense que Carlos Herrera ha renovado su contrato con COPE vinculado a que siga el gobierno de coalición en el poder. Si cayese en cualquier momento, entiende que su personaje en la serie ya no tendría sentido. Y no es porque se luche por sostener el régimen del 78, sino ciertos privilegios mientras el resto del armazón se entrega al expolio de la clase dominante.
Casado, como en las obras de restauración, deja la fachada pero cambiar completamente el armazón del edificio. Un cambio que sólo reporta beneficios a la derecha, como es lógico. Sin necesidad de discurso, de guión estable, pero con cargas de profundidad ideológicas, va captando el protagonismo de la serie, mientras los protagonistas siguen su estela en lugar de sostener una fuerte posición ideológica. La clase dominante, desde su palco, observa con tranquilidad esa obra, aburrida, pero tan emotiva que les acabará reportando numerosos beneficios. No se dejen engañar, la destrucción del sistema que ha dado a España sus 40 años más estables y democráticos no es culpa de Sánchez, es de la derecha. Son malos actores y actrices pero su histrionismo acaba captando la atención a la par que destruye la función. Un juego simbólico que, empero, deja su poso en la mentalidad de las personas.
A todo ello hay que sumar que, todos y cada uno de los intervinientes, han tomado como ejemplo político las series televisivas. Nada de ver el mundo real, nada de analizar la materialidad. Redondo piensa que está en The war room. Casado que está en House of cards. Santiago Abascal piensa que es el protagonista de las novelas de machotes de Arturo Pérez Reverte. Iglesias a saber porque ve tantas series que un día se siente protagonista de Juego de tronos y otros de Veneno. El problema es que en las series los personajes pueden fallecer y aparecer en otras series. El ser humano detrás del personaje no muere, pero en la vida real los personajes mueren, pasan hambre, tienen problemas para acceder a un trabajo digno y suficiente, sufren por el futuro de las hijas e hijos… viven una materialidad que nada tiene que ver con las series de televisión que tanto gustan a la clase política. La política no es una serie, es algo más importante porque está en juego el bien común. Y el principal bien común es la vida misma.