Cuando a Bergoglio el espíritu santo en cónclave dentro del Vaticano decidió designarle máximo pontífice romano, comenzó a extenderse una especie de broma respecto a los argentinos. No sólo tenían, en ese momento, a dios, al hijo sino que también al espíritu santo hecho carne en Roma. El hijo, como pueden pensar, era un Messi en estado de gracia, pero el dios de los argentinos siempre fue y será Diego Armando Maradona.
Incluso la residencia de dios en la Tierra será disputada a Roma por Nápoles porque allí un pequeño chaval de Lanús hizo milagros que cuenta la leyenda eran imposibles de realizar en un tiempo donde los defensas no eran elegantes, sino que empleaban las más malas artes futboleras, aprendidas sin lugar a dudas en la pérfida Babilonia, tenían melenas, patillas y hasta frondosos bigotes. Los pies de esos monstruos hijos de Baal, sin embargo, iban siempre al tobillo, a hacer daño, a dejar sin posibilidad de reacción durante unos minutos a quien osara enfrentarlos.
Maradona fue, no sólo para argentinos y napolitanos, lo más cercano a ver la perfección en el fútbol de aficionados, en el fútbol sin estadísticas, en el fútbol sin especialistas en fútbol extranjero capaces de elevar a mediocridades, en el fútbol sin Valdano hablando en los micrófonos, en el fútbol normal y con estadios sin nombres comerciales. En ese fútbol que jugaban once contra once y ganaban siempre los alemanes… hasta que apareció él y dijo “la historia se va a volver a escribir”. Y gambeteando a personajes de la pérfida Albión, burlando al dragón inglés con una mano que se aupada por encima de la cabeza por el aliento de dios, derribando panzers, el sólo junto a un pequeño grupo de forajidos dirigidos por el doctor Bilardo –genio de las triquiñuelas y el fútbol sencillo-, lograron alcanzar la cima futbolística.
Se puede llegar a discutir si el primer puesto del podio futbolístico es para “el Diego” o para Pelé, lo que es seguro es que para todas esas personas que disfrutan del fútbol y que cuentan con entre 40 y 60 años –y no pudieron ver a la perla brasileña- no hay nadie más grande que Maradona. Ni Messi, ni Ronaldo, ni Cristiano, ni nadie por el estilo consiguió ese estatus y hacer milagros futbolísticos con una selección regular como la Argentina de 1986, ni con un Nápoles muy lejano a las grandes potencias del norte. No ganó balones de oro, ni copas de Europa (una UEFA solamente), pero logró lo más importante de todo maravillar con un juego excelso y entusiasmar con un carácter en el terreno de juego como no se ha vuelto a ver en todos estos años. Los personajes destructivos recordarán la vida de mierda que llevó y que le destruyó. Los de siempre dirán maravillas de él sin haberle visto jugar pero porque era de los suyos. El mundo del fútbol le llorará porque, por un tiempo muy breve, dios se hizo carne junto a un balón. Yo he visto a Maradona…
Bueno, pues ese Dios encarnado también era un violador abusador. ¿Eso no lo cuentas? Hummmmm…