Tras la aprobación de la ley de muerte digna se legaliza la eutanasia o el suicidio asistido, lo que ha sido vendido como una fórmula más de progreso, se supone que humano. Así desde los sectores “progresistas” señalan a los sectores “conservadores” como carcas, como meapilas, como anticuados en virtud de un supuesto progresismo del permiso a morir por la propia voluntad. Entendido como progreso humano, la eutanasia no parece ser un gran avance, lo sería que nadie tuviese que llegar al extremo de quitarse la vida por muy voluntariamente que sea. Entendido como mecanismo individual para paliar el sufrimiento vital cabe legislar sobre el tema porque la ciencia no ha avanzado lo suficiente para acabar con todas las enfermedades y sus consecuencias clínicas y sociales. Siendo estas últimas tan importantes como las primeras, algo que se ha obviado en los debates.
El ser humano es el único animal sobre la faz de la Tierra que es consciente, casi desde la infancia, que nace para morir. Por mucho ciclo de la vida que nos quieran vender desde cierta productora cinematográfica, sólo los seres humanos tienen esa aprehensión del tiempo vital que acaba dominando toda la experiencia vital de cada cual y de las distintas sociedades y culturas. No es nuevo que exista un suicidio inducido, ni que se acabe con la vida de enfermos terminales. Se ha hecho a lo largo de la historia de muy distintas maneras y formas según las culturas y la persecución de la “policía religiosa”. No es progresista por tanto, ni es un derecho (evidentemente en una política tan positivista no cabe otra que transformarlo en eso), sino un mecanismo puesto a disposición de las personas sin que medie intervención religiosa, moral o política en la decisión autónoma. Algo parecido a cuando se despenalizó el suicidio, se sitúa la autonomía del ser por encima de las consecuencias que provoquen. En este caso la muerte. ¿Es esto progresista en el sentido en que se entiende progresista hoy en día?
Responder a esa pregunta conlleva acudir a una serie de presupuestos que van más allá del mecanismo en sí y que entran en el terreno de la valoración moral-ideológica (entendiendo ideología como la representación de una relación imaginaria/subjetiva con las condiciones reales de existencia). Cabe entender que no se trata de procesos paliativos para dignificar la muerte, o quitarle dolor sin más al devenir irresoluble de la muerte, sino de segar la vida por una decisión individual. Frente a eso es normal que haya numerosas personas, bien con una subjetividad profundamente religiosa, bien con un sentido ético y moral distinto, que se muestren en contra. Es paradójico que muchas personas que se manifiesten contra las guerras de todo tipo acaben apoyando otra forma de muerte. La muerte es siempre muerte. Y es paradójico que quienes apoyan matar a asesinos, enemigos del orden, contrarios de cualquier tipo, se muestren contrarios a la eutanasia. La vida es siempre vida para ser vivida. Por tanto el dilema ¿cuál es? Si no es la muerte, ni la vida ¿por qué la eutanasia es más o menos progresista?
María Luisa Carcedo, del PSOE y principal ponente legislativa, expuso numerosos argumentos en favor de la ley entre los que cabe destacar uno, la decisión de la persona (autonomía) frente a una situación de mala vida. No será una fórmula para el suicidio asistido de cualquiera, pero no deja de ser curioso que nadie termine por preocuparse de esa mala vida. Lo progresista habría sido investigar en las causas de la mala vida y hacerlas frente hasta donde sea posible. Poner todo el saber humano en la resolución de esa mala vida (por eso lo de mecanismo antes que derecho). Mientras tanto no se es más progresista por permitir a la persona adelantar la muerte. Es un simple mecanismo que se podrá utilizar ante la incapacidad humana para la resolución de ciertos problemas y enfermedades, hoy, incurables. Pero tachar a quienes se oponen a ello de estar anclado en el pasado por tener una ética que prima la vida sobre la muerte, cuando esa ética debería ser la de todas las personas, no demuestra más progresismo.
El problema es que las fuerzas del progreso humano (no el técnico, aunque en este caso la técnica es importante) parecen haber tirado la toalla en la prosecución de la buena vida para todo el mundo. Han llegado a aceptar que no hay alternativa real y que lo máximo que se puede avanzar es introduciendo parches en los intersticios del sistema. Desde luego siempre habrá personas que dada cierta situación no quieran vivir más y deben tener un mecanismo para solventar esa carencia de vitalidad existencial, pero el progresismo, en sí, no puede hacer alarde de progreso humano (que es el que interesa) cuando lo que se plantea es la muerte. Si Tánatos ha vencido a Eros en algún caso particular es lícito que posea un mecanismo de salida, pero alabar como se ha hecho la muerte como algo progresista es excederse un tanto.
Quienes defienden la vida, sea la iglesia católica (institución que ha matado por cuestiones religiosas a lo largo de su historia, cabe señalar), sea un señor de Torrepacheco, o una diputada del PP deben ser coherentes y defenderla en toda ocasión. No vale luego venir a hablar de guerras justas (las que les interesan) o de muertes por cuestión divina justificando un intereses de clase o económico. Pablo Casado queda retratado porque apoya las matanzas del ejército sionista en Palestina, pero le parece mal que algo tan liberal como tener la autonomía de decidir sobre el propio cuerpo y, por ende, la propia vida sea una posibilidad. Desde luego son respetables las muestras de contrariedad frente a esa ley desde una posición moral, desde una posición de ser humano en sociedad no cabe otra que permitir a las personas acceder a esa posibilidad autónoma, así como a unos buenos cuidados paliativos u otras cuestiones como el aborto. Pero no es éticamente progresista alegrarse de algo que implica una cultura de muerte cuando la ética dicta una cultura de vida. Al final, desde una posición ética, sabiendo que cada caso es un mundo, todo este tipo de mecanismos no son más que el mejor ejemplo de que el ser humano no es divino; de que aún le falta mucho para lograr llegar a ser lo que la potencialidad nos dicta que puede ser; de que es un parche para un pequeño fracaso humano; de que tener que establecer un mecanismo para la muerte no es avanzar en el progreso humano sino admitir la incapacidad como humanidad (por lo social y por lo técnico). La eutanasia es inhumana pero, por paradójico que sea, en estos tiempos necesaria. Hasta que se den todas las condiciones técnicas y sociales necesarias y deseables no hay otra.