No se dejen engañar por los movimientos de las redes sociales, ni por las alharacas de algunos medios de comunicación, el mitin -o escrache institucional si lo prefieren- de Vox en Sevilla ha sido un auténtico fracaso. Un fracaso doble: por el discurso y por la asistencia. Esto no le verán reflejado en los medios de comunicación bien porque a algunos no les conviene señalar que “los suyos” fracasan en sus actos públicos, bien porque a otros les interesa seguir con el lenguaje antifascista para obtener dos visitas más o generar crispación para que no caigan las ventas/visitas. En cualquier caso nadie les dirá que, como pueden ver en las imágenes que corren por las redes, había casi más periodistas y cuerpos de seguridad en el mitin que sevillanos aguantando los berridos de los dirigentes voxeros.
Hace años Albert Rivera, en su campaña del odio por España, llegó a Sevilla y se llevó un batacazo enorme que indicó hasta qué punto las personas están cansadas de los populistas y de los demagogos. Ayer Macarena Olona acudió a decir cosas anticonstitucionales e irracionales (¿seguirán en el PP colocándoles en el grupo de los constitucionalistas?), es decir, acudió a hacer populismo con el mismo efecto que el dirigente naranja: fracaso. Al mitin o aquelarre voxista no acudieron más de 300 personas, lo que en una ciudad como Sevilla (con unos 700.000 habitantes) y en domingo –sumando el día de la fiesta de la región- es penoso y buen indicador de no conocer por dónde caminan. A esas 300 personas habría que descontar el cuerpo de seguridad de Vox, los dirigentes del partido que acudieron de las demás provincias y los periodistas. Incapaces, en total, de juntar a más de doscientas personas en Sevilla. Cualquier concierto conseguiría en algunas salas sevillanas meter más gente.
Y no pueden decir que sea culpa del coronavirus. Al fin y al cabo no es eso algo que hayan asumido como malo –salvo que sea una concentración de la izquierda-, sin llegar al negacionismo, en Vox han hecho todo lo posible para hacer lo que les saliese de sus partes sin atender a cierres perimetrales o demás medidas. Llevan gritando que se abran los bares, los restaurantes y las casas de citas desde casi el comienzo así que sus gentes no deberían temer ese virus. El año pasado Ortega Smith se pasó dos días contagiando personas y no pasó nada. No han acudido porque para escuchar estupideces se quedan en casa. Si hubiese sido para defender los toros, la aceituna de mesa y el aceite frente a los EEUU y la UE –sobre esto callan los voxeros, por cierto-, seguramente habrían acudido más personas, pero para acabar con las autonomías no. Y para aguantar a Olona menos. A nadie le gusta que le griten y parezca que le están echando una bronca.
Las personas, por muy cortas que la clase política pueda considerarlas, entienden que si Juan Manuel Moreno Bonilla, estando al lado, poco hace por mejorar la sanidad andaluza, mucho peor será si el que decide está en Madrid rascándose sus partes con una mano mientras con la otra juega al Impostor. Han vivido muchos años de abandono los andaluces como para no tener memoria histórica. Lo poco que tienen, institucionalmente, se lo deben a la Junta de las autonomías no a un señor en un despacho madrileño. Pinchazo gordo de Vox que en cuanto se sale del discurso copiado a Marine Le Pen o del copiado a Donald Trump o del franquismo sociológico tropieza una y otra vez. Por muy voto del cabreo que tengan, el enfado del común no es contra las autonomías –miran mal a las que tienen privilegios- sino contra una clase política metropolizada (Sevilla como gran centro andaluz reproduce comportamientos capitalinos); no están en desacuerdo con un sistema institucional sino con los negados que lo dirigen; no se quejan de Cataluña sino de los independentistas y sus privilegios económicos. Para gobernar hay que entender España y en Vox no han entendido las quejas de castellanos, andaluces, murcianos, asturianos o gallegos, no son institucionales sino infraestructurales y económicas.