El tema comienza a ser recurrente tanto en las redes sociales como en el boca a boca de las personas en panaderías, mercados o puestos de trabajo. Cada vez más existe la sensación de que la clase política, una verdadera casta, está cada vez más alejada de las preocupaciones e intereses de las clases populares y, a veces, hasta de las fracciones menos poderosas de la clase dominante (pymes). Y no es tanto por actuar de acuerdo a una supuesta agenda de las clases dominantes (globalista o financiera a nivel estatal), que también, como por actuar, debatir (si es que se le puede llamar así) y legislar sobre cuestiones totalmente ajenas a las personas del común.
Es normal, por tanto, que la pregunta del titular (¿Estamos ante la peor generación política de la historia de España?) esté circulando por todos lados. Y no es que no se preocupen de cosas materiales sino que dan miedo cada vez que lo hacen. Si una presidenta se lanza a quitar impuestos, supuestamente para beneficiar a todas las personas, se sabe que tras eso lo que existe es una laminación de los servicios públicos esenciales para la mayoría de la ciudadanía. Si un presidente afirma que se van a hacer mil planes de crecimiento, cualquiera entiende que con los dineros y la deuda que hay va a venir un rejonazo en forma de subida de impuestos (los autónomos pueden dar fe de ello).
Democracia de clic
Sin duda la extensión de las redes sociales está detrás del totum revolutum en que se ha convertido la política en términos generales. No tanto por el buen o mal uso del canal en sí sino porque buena parte de los medios de comunicación, en su fase de adaptación al canal, han devenido en meros buscadores del clic fácil. Raro es el artículo que pasa de cuatro o cinco párrafos largos que es leído y distribuido en redes. Normalmente se busca el titular fácil y el 80% de las personas se queda en ese titular. De ahí que la clase política se adapte a esa búsqueda de lo fácil sembrando sus “relatos” de pretendidos titulares, a cada cual más extravagante.
Democracia de clic se podría denominar a este proceso que destruye las bases mismas de la propia democracia. Si observan los programas de televisión donde se habla de política se pasa de un tema a otro sin profundizar. Y aquellos que supuestamente se presentan como analíticos no dejan de ser mero amarillismo y búsqueda de lo que interesa al editorialista –y si hay muertos que mostrar mejor-. Si a eso se le suma que quienes se han constituido en clase política son felices en la irracionalidad sistémica, porque les viene bien no defender principios sino la vaguedad, que prefieren defender relatos y no discursos, el alejamiento se hace mayor.
Un parlamento mediocre
Un líder demuestra que lo es no cuando se adapta solamente al entorno sino cuando tiene la capacidad de trascenderlo y modificarlo. Si el sistema mediático es tal que exige inmediatez y tonterías, lo que cualquier político, que quiera dignificar la política, debería hacer es parar y defender sus principios con valentía. No vale decir un día que se va a derogar no sé qué ley y al siguiente afirmar que sólo serán retoques. O decir que se ama a España y al día siguiente soltar mierda en organismos internacionales. Las palabras tienen significados ancestrales y el honor de cada cual debe seguir valiendo, al menos así lo piensa la mayoría de la ciudadanía.
En los parlamentos siempre han existido broncas chuscas, el problema es que ahora todo es estupidez e insultos de unos a otros y no debates ideológicos o programáticos. Entre otras cosas porque la mayoría de los que allí se sientan carecen de ideología, de doctrina que defender y los programas son papel mojado. Y todo eso se produce porque llega a diputado, en muchas ocasiones, quien obtiene valor por ser lacayo y obediente, no por sus ideas, sus conocimientos prácticos o su prestigio social (por muy local que sea). Los jefes de los partidos quieren personas poco autónomas o pensantes, de ahí que la mediocridad acabe poblando los hemiciclos.
El sistema no es el culpable
Ante esta situación muchas personas piden cambiar el sistema político, la estructura, cuando no se encuentra todo el problema en ello. La Constitución obliga a los partidos a ser democráticos y ninguno lo es. ¿Cómo substanciar ese mandato constitucional? Nadie ha puesto el cascabel al gato porque no les interesa. También es cierto que el sistema ha tenido parlamentos con personas de mayor nivel (siempre hay ovejas negras), con mayor debate programático o ideológico, por lo que no es tanto un problema del sistema como de los actores políticos.
Si en los partidos la discrepancia no estuviera penalizada y perseguida; si realmente el mandato imperativo de partido –inconstitucional- no existiera; si se preocupasen las personas que se acercan a la política por pensar y no dejarse adoctrinar; si se tuviera un carácter pedagógico en las relaciones con los gobernados; si se hiciese política y no espectáculo, dicho en plata, igual no habría ese desánimo con la clase política. Es más un problema de personas que del sistema en sí.
Exceso legislativo o tengo que eliminar lo del anterior aunque sea bueno
Asistimos a un exceso legislativo en las últimas legislaturas. Muchísimas leyes que reforman, contrarreforman o abolen lo que ya se había legislado aunque funcionase. Leyes educativas legisladas al albur de empresas editoriales o del deseo pedagógico del momento. Y en ocasiones porque sí. Impuestos y más impuestos que suprimen o no otros impuestos que servían para lo mismo. Bajada de pantalones ante la clase dominante siempre, por lo que no cuenta. El principio de no validez del desconocimiento de la ley para su cumplimiento es una farsa en estos tiempos. Nadie es capaz de conocer las leyes, reglamentos y demás legislación que el Estado genera (y Estado es desde el gobierno central como las autonomías y ayuntamientos o diputaciones).
Como no saben qué hacer en muchos casos –con lo sencillo que es gobernar sin más-, o cómo justificar su presencia en el parlamento pareciera que sólo les queda sacar leyes estúpidas (las leyes queer, por ejemplo) o leyes contra alguien. Cuando llegue el siguiente partido hará lo mismo. Y todo porque, para poder justificar su actuación, en vez de pensar, consensuar (lo que se pueda o intentarlo al menos) o defender sus propios principios, es más sencillo legislar. La mediocridad de los dirigentes, fuera de la realidad de sus gobernados (¿saben que se obliga a tener una relación digital con la administración porque dan por supuesto que usted está obligado a tener ordenador o un teléfono inteligente?), promueve ese exceso legislativo. Y como se quedan sin dinero de tantos gastos que hacen (unos superfluos, otros menos), hay que inventar nuevas tasas e impuestos.
¿Confiarían en la clase política para dejarles al cuidado de sus hijos?
Por un momento intenten quitarse sus prejuicios ideológicos –si es que son conscientes de tenerlos- y pregúntense si dejarían a la actual clase política al cuidado de sus hijos más de un día. Pregúntense si les dejarían su empresa para gestionarla. Pregúntense si les gustaría tenerles como jefes en sus trabajos. Pregúntense si les comprarían un coche o una casa. Pregúntense si se irían de copas o de excursión con ellos. Pregúntense si recuerdan alguna intervención parlamentaria en general.
Seguramente todas esas cosas tendrían respuestas afirmativas con algún vecino, amigo, amiga o pariente, independientemente de su ideología. Seguramente usted se entiende y acuerda cosas con un vecino/compañero facha/rojo. Seguramente usted siente que la clase política le atosiga, le agobia. Seguramente usted, que si está leyendo esto es porque tiene cierto interés por la política, esté hasta ahí de esta gente en general (seguro que en particular mucho más). Pues habrá que hacérselo saber de alguna forma porque, por ellas y ellos, no va a venir el cambio. Y si hubiese unos medios de comunicación honrados con su profesión ya sería perfecto.