Leyendo un tratado de teología política (no se asusten no era de Popper, Hayek, Queer, Laclau o algo por el estilo) he descubierto la figura de uno de los Padres del Desierto: san Zósimo -o venerable Zósimo, pues es santo ortodoxo y greco-católico-. Este asceta, que se convirtió en hieromonje gracias a María de Egipto, dejó una máxima que es aplicable en estos tiempos convulsos: hay que considerar al malhechor como un benefactor porque permite que nos culpemos a nosotros mismos por las obras del otro.
Si se olvida la parte meramente teológica y de eclesiología, que interesa poco para el artículo, cabe decir que esa máxima (la única que se le conoce) es algo que las sociedades actuales han olvidado. Si un hombre viola y asesina a niñas, rápidamente saldrán aquello que le aplicarían la ley del Talión; otros que le querrían castrar y luego ya, si eso, rehabilitarlo; o aquellos que pondrían todo el esfuerzo en intentar curarle/recuperarle para el mundo. Todas propuestas que tendrían encaje en la visión cristiana del mundo. Todas con una representación en el parlamento español (en casi cualquier parlamento). Todas evitando el verdadero problema.
La comunidad se interroga
Si ese ser peligroso hubiese actuado en una comunidad, hace algún siglo, sin duda hubiese sido ajusticiado a la mayor brevedad (salvo si era noble, rico o del clero –y no está claro que la familia no le ajusticiase-). La pena impuesta va en concordancia al propio derecho de esa comunidad y es menos importante de lo que parece a nivel teórico, que no social. Lo que es seguro es que esa comunidad de seres humanos se preguntaría y se cuestionaría el porqué de haber generado un monstruo tal. Seguramente lo habría achacado al demonio, a la posición social u a otra cuestión de las que conformaban la ideología social. Hoy se habla del criminal, del crimen pero no de lo social en sí.
Sucede con algo tan grave como el suicidio. Cientos de horas gastadas en teléfonos de la esperanza, en invertir en psicólogos y demás lamentos –que no es que sean malos en sí-, pero sin centrarse en lo fundamental. Al final son respuestas, da igual la parte del espectro donde se sitúe el interlocutor, de carácter individualista. El problema es social en tanto en cuanto ha perjudicado a uno o varios individuos de la sociedad; en tanto en cuanto ha provocado dolor a agentes sociales; en tanto en cuanto se ha producido bajo el cobijo de un Estado liberal de derecho. Pero sin mirar de frente al causante de la mala acción: el sistema.
El culpable es el sistema neoliberal capitalista y postmoderno
Lo que la lección del anacoreta Zósimo nos enseña es que el malhechor es un benefactor social porque nos muestra dónde se encuentra el problema; porque nos pone ante los ojos que el mundo no es una miríada de individuos aislados cuyas relaciones son más o menos mercantiles; porque al asumir la mala obra del otro como propia nos permite ver qué todos somos un tanto culpables de lo sucedido por haber permitido que eso sucediese. Cuando un yihadista se suicida en Europa causando decenas de muertes, no es sólo culpa de un extremista, sino de un sistema que a) no ha sabido integrarle en la sociedad actual (en bastantes casos), b) no le ha hecho entender que llevar al extremo cualquier religión o ideología no es un camino de salvación, y c) no ha sabido mostrarse como no-enemigo más allá de las propias fronteras.
Lo mismo puede aplicarse a otro tipo de crímenes que se repiten año tras año y, especialmente, los crímenes a causa de la desesperación por la pobreza y la falta de futuro (teleología) que la sociedad capitalista muestra. Porque es la sociedad capitalista y neoliberal la que está en el fondo del problema. ¿Por qué salen por la izquierda los bohemios burgueses criticando cualquier forma de communitas sea grupo de amigos, sea población periférica, sea aquello que genera sociabilidad? ¿Por qué por la derecha individualizan cualquier crimen y niegan persistentemente que el sistema genera ciertos monstruos y ciertas malas obras?
Protestantes disfrazados de católicos
La mayoría de las situaciones que nos aterran y nos producen repugnancia como malas obras no dejan de ser productos del sistema. Emile Durkheim ya señaló por dónde venía el problema del suicidio (sistema). La literatura realista, mucho más que los tratados sociológicos, nos desgarra con sus historias de desgracias asumiendo parte de esa culpa de las malas obras –aunque se quedan sin señalar al culpable en muchas ocasiones-. El nihilismo con que tratan, en muchas ocasiones, las derechas a los grupos sociales es parte de ese intento de no mostrar aquello que genera las malas obras. Cuando digo en esta columna que son protestantes realmente es porque han asumido que inmanente el pecado a los individuos y que será dios quien libre cuentas al final de los tiempos.
Tampoco en la izquierda abandonan ese protestantismo. Hablan más del sistema pero es como el que habla de los diez mandamientos y no cumple con ninguno. Exige a los demás que los cumplan pero él se los salta uno a uno. Y no es cuestión de tener más o menos fornicio, es que la izquierda moraliza a la sociedad –deja libertad al individuo-; impone un lenguaje políticamente correcto (esta semana asustados porque han dicho coño en el parlamento) que ni las novicias; y acaba obviando que el problema está en la base misma del sistema. No es meramente lo cultural lo que hay que cambiar, sino el capitalismo mismo.
Un santo en el parlamento
San Zósimo nos enseña el beneficio de asumir como propio el pecado/error del otro, pero los parlamentarios españoles actúan buscando el pecado siempre en el otro. Cabría preguntar a la izquierda: si es cierto que existe un peligro fascista en España ¿qué parte de culpa tienen ustedes? ¿Han analizado los porqués de ese mal y la responsabilidad propia? Lo mismo podría decirse a la derecha respecto al peligro comunista o el aumento de los robos, que luego están siempre apoyando que haya más policía cuando en ninguna ocasión son capaces de ver las causas.
No estaría mal que san Zósimo apareciese por el parlamento (por el catalán mucho más), con sus vestidos raídos, su delgadez y su luenga barba. No le dejarían entrar pensando aquello de “¡Uy, un pobre!”. Pero suponiendo que entrase, seguramente asumiría todas las malas obras que allí se perpetran (como permitir tratar a los ancianos como deshecho sociales por parte de los bancos, por ejemplo) y les expondría el beneficio de esa acción. Ni eso les avergonzaría porque ni son conscientes de dónde está el problema y aquellos que son conscientes o viven bien con él, o son portavoces del mal.