Es algo que se repite elección tras elección. Siempre existe un grupo de personas (de izquierdas a derechas) que acaban en el simplismo del mal voto de las personas. Lo hacen para no asumir que “los suyos” se han equivocado, son corruptos, son inútiles o todas a la vez. “Es que los de izquierdas votan sin pensar” o “Tienen mantenidos a todos los votantes con un voto cautivo” dicen desde la derecha. “No hay nada más tonto que un obrero de derechas” suele ser el clásico desde la izquierda. Poca inteligencia en la queja, a la altura de quien profiere la frase.
Lo distintivo, en estos últimos tiempos, es que existe un grupo, básicamente gente podemita aunque también algún que otro sociata, que hace de la queja un mero insulto: a las personas y a la inteligencia. Recuérdese que tras, supuestamente, perder un millón de votos en la segunda elección de 2015, Carolina Bescansa propuso quitar el voto a los más mayores porque votaban cosas que no eran “elles”. Mucha inteligencia en la propuesta como se observa. Normal que no les hayan votado luego y que cada vez pierdan más y más electores.
Insultar como estrategia política
Lo que podía ser una queja, como se apuntó anteriormente, ha pasado a convertirse en un insulto permanente. Si no se les vota a “elles”, o lo que “elles” consideran, el votante es tonto, idiota e irracional. Que si fachas pobres, que si paletos, que si vendidos, que si estamos en la república de Weimar (algo que la mayoría de españoles ni saben qué es). En todos los casos se estila un clasismo asqueroso contra personas a las que suponen de más bajo nivel y estrato social. “Elles”, “pequeñes” burgueses, son quienes poseen la verdad en exclusiva y los demás deben hacerles caso o purgar su estulticia. Al final parece que los estultos son los primeros.
Lo más gracioso de todo esto (pueden ver distintos mensajes de redes sociales a lo largo del artículo) es que todas estas astracanadas las hacen justo después de votar. Sin ningún tipo de dato fiable sobre clase social, ingresos, estudios u orientación sexual de quienes han votado. “Elles” ya determinan la posición social sin saberlo. Paradójicamente son los primeros en enseñar titulaciones universitarias o presumir de conocimientos (en magufadas esencialmente), a la par que desprecian lo empírico.
No saben ni quién es Azarías y quieren que les voten
Otro de los aspectos que muestran que estas personas, incluyendo algunas famosas y/o con cargo público, es la incultura que demuestran constantemente. Saben mucho de gilipolleces como el género fluido, la performatividad de la semiótica del quinto hijo tuerto de Brahma Putra, pero son incapaces de leer a Miguel Delibes o haber visto la película de Mario Camus. Se han pasado los podemitas, y algún sociata, hablando de Azarías (en la película interpretado por un enorme Francisco Rabal) como prototipo del paleto rural… y es el que acaba ahorcando al señorito. Son idiotas hasta para esto.
Y si criticas eres facha o neorrancio
Ya saben que ahora si alguien critica a la “berdadera hizkierda” y “aliades” se es facha, rojipardo o neorrancio. Dos supuestos insultos –supuestos porque cada vez hacen sentir más orgullo al insultado por venir de dónde vienen- que son aplicados a quienes no piensan como ellos. Los supuestos demócratas del mundo globalista –aquí cabe incluir a algunos del PSOE- no aceptan la opinión diferente, crítica, incluso dialéctica, si se les desmonta desde el más sencillo materialismo su discurso. Si se señala, por ejemplo, que la inflación la acaban pagando los trabajadores: “facha”. Si se dice que hoy la clase trabajadora vive peor que hace veinte años: “neorrancio”. Una estupenda estrategia de captar el voto y no provocar la abstención.
En realidad debe ser todo una estrategia comercial aupada por el grupo Planeta. Como han editado un libro sobre los neorrancios y no deben haber vendido ni siete, hay que movilizar a los influencers y demás doxósofos contra aquellos que hacen críticas de izquierdas –fuera del marco dominante-. No se puede estar a mal con quien tiene medios con columnas de opinión, editoriales y platós de televisión a 400 euros el día. O no es estrategia y son así. Pensaban que iban a leerles en masa, a “elles” que con suerte han leído la tapa de un yogurt o las obras completas de Judith Butler y demás pajiescritores.
La gente vota lo que quiere con total libertad
El problema es que no han comprendido que a base de memes, de penes femeninos, de batucadas la revolución es igual un poco complicada. Incluso cualquier tipo de política transformadora de carácter socialdemócrata. Con suerte, desde el PSOE a Podemos y más allá, son todos distintos tipos de globalistas con más o menos interés social. Incapaces de valorar las prácticas de las personas normales (porque parece que muchos de ellos no son normales) y los sentimientos comunitarios –salvo que sean fluidos, postcoloniales y contrarios a España-. De ahí que no entiendan que las personas puedan votar diferentes opciones sin por ello ser fachas, neorrancios…
Si no les votan a ellos (o a los otros) no es porque haya una especie de confabulación mundial. Es culpa de quienes se quejan porque o bien no han sido capaces de conectar con las personas, o bien están a estupideces brilli-brilli, patinescas o urbanitas que son incomprensibles para personas fuera de su reducido ámbito. Y como en el capitalismo están muy cómodos –y bien pagados- pues normal que las personas acaben buscando algún tipo de rebelión en otros lados o se queden en casa el día de las elecciones. Entre tomar el palacio de invierno y lo actual seguro que hay un punto intermedio que es clave, pero, claro, hay que estar a memeces, a desprestigiar a los españoles (que se sienten españoles), a descalificar a la izquierda material, a todo menos a lo importante. Poco es sentir nostalgia de otros tiempos, si es que hasta los intelectuales de izquierdas eran menos ñoños.