Hay algo que no está apareciendo en los medios de comunicación. Una de esas corrientes subterráneas que luego llevan a sorpresa cuando se convierten en acontecimiento o en resultados electorales inesperados (si es que hay perspicacia en la clase política, algo que está por ver). El ataque bélico de Vladimir Putin ha puesto en solfa el Imperio del Bien –por utilizar el concepto de Philipe Muray-; ha resquebrajado el buenismo como doctrina social occidental; ha dejado desnudo completamente el discurso ñoño y hueco de la clase política europea con el que han tenido entretenidas a las masas durante década.
Los eufemismos han estallado en las caras de las mismas personas que los han pronunciado. El Bien había dejado de ser la contraparte del Mal. Este último se estaba intentando eliminar del imaginario de las personas (hasta un Papa negó que existiese el infierno) para estabularlas en lo políticamente correcto. Ya no había guerras sino operaciones de ayuda humanitaria (los misiles y bombas habían pasado de armamento a capsulas de liberación). En Yugoeslavia lo único que se hizo fue restituir los derechos humanos a la población… la que sobrevivió. Y así con todo lo que ustedes han sufrido durante décadas. No sólo ha sido la izquierda caviar la impulsora, los mismos que han venido quejándose desde el liberalismo o el conservadurismo también han expuesto sus eufemismos y su lenguaje correcto.
Una guerra a las puertas de Berlín
Desde que la tensión aumentó en la frontera ruso-ucraniana, desde occidente se ha venido amenazando a Putin con eufemismos y con tibiezas. Desde el decrépito Joe Biden (cuyo hijo tiene intereses comerciales en Ucrania) hasta Ursula von der Leyden, todos han intentado parar al autoritario ruso con amenazas de chichinabo. Y, claro, al final les ha estallado una guerra a las puertas de Berlín (por citar la capital imperial de la Unión Europea) que les ha dejado con un discurso desnudo y sin capacidad de respuesta inmediata. De hecho, las primeras medidas fueron tomadas a risa por buena parte de la población europea. Risas por los memes, las banderitas de la paz y demás símbolos del buenismo.
Hasta que no han visto, y he aquí la novedad, que la población, no los cuatro opinólogos, ni los académicos, ni la clase política, ha reaccionado fuera de las directrices buenistas no han sabido actuar con contundencia. Al menos con la misma que estaba demostrando Putin. Cuando parecía que las personas europeas, cuando menos las mayores de cuarenta años, estaban muertas por culpa del buenismo, ha resurgido un grito de vitalidad inesperado. Europa ha despertado antes que la Unión Europea y eso ha provocado que la oligarquía de Bruselas haya tenido que reaccionar.
Algunos siguen con el buenismo
Desde las izquierdas institucionales europeas han convocado manifestaciones donde se pedía el fin de la guerra, abrir una ronda de diálogo y salirse de la OTAN. Todo ello nobles peticiones situadas fuera de contexto y más buenistas que realistas. Desde las derechas se han burlado y han arremetido pero no porque el final de la guerra o el diálogo no esté en sus agendas, sino porque son felices haciendo felaciones a la OTAN, es decir, a EEUU. Pocos, muy pocos, han pedido públicamente ardor guerrero (solución del momento) y/o establecer un ejército europeo que sirva para estas cuestiones. O lo que es lo mismo, conseguir la autonomía armamentística en el propio territorio. Sin dependencias. Sin embargo, los pueblos europeos sí han sentido que algún socio es una mierda y mejor ir por libre.
El buenismo está muy implantado, no crean, y sigue actuando como si nada. Todos esos artículos sobre la preocupación de los explotadores reproductivos que sienten pena por las mujeres que les han alquilado los vientres para satisfacer sus deseos son parte del buenismo… y del dinero que mueven todas esas organizaciones. Hasta la muy pía Fundación Madrina ha caído en la trampa. La respuesta, y no precisamente del feminismo que lo venía denunciando, ha sido contundente por parte de personas que cubren todas las adscripciones ideológicas (salvo los liberales muy liberales). Asco, repulsión y desprecio ante un conflicto tan grave que ha abierto muchos ojos.
¡Anda, si hay guerras!
Hasta el momento, las guerras siempre se habían desarrollado lejos de Europa (salvo en los Balcanes). Todas las operaciones imperialistas y pseudodemocráticas estaban el Oriente. De hecho los oligarcas saudíes bombardean el Yemen con la complacencia de la oligarquía europea y estadounidense. O Israel… bueno estos como siempre. En general estaban fuera de la visión cercana del europeo de a pie. Ucrania, empero, está ahí al lado, a las puertas de casa, contra personas de nuestra propia cultura (lo que lo hace más terrible a ojos europeos). La guerra está aquí. De hecho, para muchas personas debe ser la primera vez que son conscientes de que existen guerras que pueden ser cercanas.
Esa destrucción del “velo de la ignorancia” impuesto por las élites oligárquicas occidentales es el que se encuentra detrás de las medidas más contundentes que se han producido en los dos últimos días. Algunas, como cerrar los medios de comunicación rusos, en clara contradicción con el espíritu del liberalismo europeo. Se han percatado, por la presión de los pueblos de Europa, que las buenas palabras no sirve ni para limpiarse las posaderas, hay que tomar medidas contundentes cuando el matón del barrio se pone chulo. Incluso entre quienes apoyan a Putin hay poco o ningún buenismo.
Las luchas oligárquicas las pagan los pueblos
Es curioso como desde los medios europeos se viene insistiendo en el uso de dos términos para referirse a la dirigencia rusa. Putin es un tirano (algo completamente plausible) y sus apoyos son oligarcas. Tiranos es complicado encontrar, pero personajes de talante autoritario, uno por partido político, y oligarcas tanto en los partidos como en el mundo empresarial. Pueden consultar, al nada sospechoso de ser comunista o algo por el estilo, Dalmacio Negro y su libro La ley de hierro de la oligarquía (Ediciones Encuentro) para verificar que, estas sociedades europeas, están controladas por oligarcas. Y las guerras de las distintas oligarquías las acaban pagando los pueblos.
Esta performación es típica del buenismo. Un tic lingüístico que busca entre palabras casi olvidadas por desuso algo con lo que calificar ese Mal que creían oculto. Hay que llamar oligarcas a los rusos, mientras que los occidentales son emprendedores aunque ejerzan el mismo poder (o más). Hay que tildar de tirano a Putin cuando en la UE existe una clara tiranía de los partidos políticos y los burócratas bruselenses. Todo esto ha comenzado a resquebrajarse por el movimiento militar de Putin (incluso dicen que no se diga que hay una guerra sino una invasión, otro eufemismo estúpido que no puede ocultar la realidad), los ojos de una mayor cantidad de europeos se han abierto.
Esto no supone que el enemigo interno vaya a ser derrotado. Una vez solventado el conflicto armado, el Imperio del Bien va a volver a intentar recuperar el terreno con más virulencia. Cabe esperar que la población europea haya aprendido la lección de esa constante ocultación y de la política de buenas palabras. De momento Alemania va a aumentar considerablemente su presupuesto armamentístico. Otros harán lo mismo. En España es de suponer que también, aunque con la banda de buenistas e izquierda caviar que hay es posible que quieran comprar flores, poner un centro transexual en Kiev, o cualquier otra chorrada típica.
Maquiavelo, ese que tantos han leído pero pocos han entendido, expresaba que la política debe confrontar el entorno real que le rodea. La materialidad maquiavélica no es hacer asesinar personas porque sí, como parecen dar a entender algunos críticos, ni supone una especie de dictadura comisarial de los ottimi. El materialismo maquiavélico es actuar con virtud (fortaleza) para encontrar la fortuna, pero no desde un diseño perfecto de la ciudad ideal, sino lo que más convenga al Estado en ese momento o circunstancia. Hasta el momento han tenido al Estado (único garante de paz) amordazado con consignas y banderas de todos los colores; la realidad les ha tirado el chiringuito de un soplido. Es el momento maquiavélico y el pueblo europeo lo sabe. ¿Lo asumirán sus oligarcas políticos?