Normal que la Comunidad de Madrid quiera reducir la escuela pública, no vaya a ser que se aprenda algo, aunque sea lo básico, y las personas lleguen a entender que tienen gobernantes poco menos que estólidos. Un consejero de Educación que tiene dificultades para comprender el español medianamente técnico; una presidenta con conocimientos nulos de historia y teoría política; unos asesores que buscando la gracieta acaban pareciendo ignaros (esto con Jorge Vilches no hubiese pasado); y así hasta completar un cuadro que da pavor. No andan mejor en otros lares, no vayan a creer, pero se tapan algo más.
Todo lo anterior cuando desde la derecha política se habla y no para de dar la batalla cultural contra la izquierda. Lo que los clásicos calificaban de lucha de clases en la teoría o la gran mayoría la batalla de las ideas. Los gramscianos actuales y pasados hablarían de obtener la hegemonía –de ἡγεμὡν (hegemón): guía, jefe-. En términos generales, conseguir que las posiciones ideológicas y/o doctrinales propias sean asumidas como las verdaderas. Bien para una gestión en un sentido u otro, bien para alcanzar algún tipo de escatología. Algo que lleva sucediendo desde tiempos antiguos. Nada nuevo bajo el sol. Salvo que siempre han sido defendidas por personas con inteligencia (no implica tener estudios en sí), con cultura básica (al menos) y con cierta trascendencia social.
Auctoritas vs. famoseo mediático
Respecto a la trascendencia social hoy en día hay que ser precavidos. Cualquier persona, por el motivo más estúpido, puede acabar teniendo sus cinco minutos de gloria. Las redes sociales permiten eso y unos medios de comunicación atrofiados y vendidos al mejor postor no son el mecanismo adecuado para contrabalancear ese efímero éxito. En las redes sociales es imposible la reflexión y existe una sobreexposición al impacto sentimental, a lo banal-emotivo. Si hubiese medios de comunicación con filtro reflexivo habría equilibrio, pero los periódicos, radios y televisiones son casi peores que las redes sociales. Hay más bilis en ciertos columnistas, en ciertos presentadores y en ciertos locutores que en un día normal de Twitter o Instagram.
La batalla cultural se puede plantear mediante la auctoritas (que no es sinónimo de potestas o poder), que es algo concedido por el otro en base a convergencias de pensamiento, de teleología, de clase, de ideología y/o de inteligencia. Es decir, a esa persona otras personas le confieren un reconocimiento especial. Nada tiene esto que ver con el famoseo mediático del que gozan buena parte de los políticos en España. Menos aun cuando se sabe que ese famoseo depende de los distintos presupuestos públicos. ¿Piensan ustedes que se les adularía de la forma en que se hace a muchos políticos hoy de estar prohibida la publicidad institucional? Políticos famosos, con poca capacidad analítica, con un discurso básico (hasta un chimpancé lo captaría) y sin auctoritas precipita que se puedan decir verdaderas estolideces sin pasar vergüenza.
Ayuso demuestra lo que todo el mundo piensa
En España hay dos casos paradigmáticos de ese famoseo carente de auctoritas y aupado por la prensa. Uno es el de Isabel Díaz Ayuso. Cuando fue elegida por ser amiga de Pablo Casado como mayor mérito (curioso que hoy diga que no quiere un PP de amiguetes) todo el mundo periodístico exclamó: “¿A esta? Pero si es muy corta”. Entre ese mundo que exclamó se encuentran directores y columnistas de medios actuales que no hacen más que adular a la señora presidenta. Y no es algo inventado sino vivido por quien esto escribe. Se le intentó rodear de gentes preparadas (que hoy han quedado apartadas) hasta que Miguel Ángel Rodríguez vio que con un discurso monocorde había posibilidades, pese a su derrota electoral.
En cada momento en que Díaz Ayuso habla sin guión se demuestra que hay poco o nada que indique auctoritas. Sólo unos medios subvencionados evitan que se difunda la imagen de una presidenta ignara. Pero no siempre se puede evitar. Se puede, sin embargo, construir una imagen muy alejada de la realidad. Si observan jamás hablan de gestión en los medios (y cuando lo han hecho le han quitado los méritos a Cristina Cifuentes, la persona que ha conseguido que Madrid sea una capital financiera importante en Europa) y sí de las patadas que da a Pedro Sánchez y el abuso del término libertad.
Por cierto, concepto que la mayoría de columnistas y directores de medios no tienen ni idea de su significado. Con suerte se han quedado con aquello de la “libertad de los antiguos y de los modernos” de Benjamin Constant (podrían comprarse el libro de Página Indómita) o los dos conceptos de libertad de Isaiah Berlin (tampoco se han comprado el libro de Alianza Editorial). Están de acuerdo con el libertarismo ayusista siempre y cuando afloje el dinero y no haya contraorden de los que mandan en las sombras.
Asesores ignorantes y carencia de cultura
La paradoja en esta ocasión es que la metedura de pata, que todos los medios ocultan, se ha producido a través de un discurso leído. Ergo tiene que haber sido escrito por más de una persona, no sólo la presidenta y su alter ego Rodríguez. O cuando menos haber sido revisado por más de una persona. Dice la presidenta que no quiere amigos en el PP pero no parece que “los listos” que trabajan a sus más directas órdenes sean mejores que los militantes. Igual hay gente preparada y con conocimientos en el PP que tienen la mala suerte de ser amigos de otros inteligentes… El caso es la cantidad de burradas expresadas, así, sin vaselina, ha sido histórica.
Si la presidenta tuviese una mínima cultura histórica sabría que España, como nación, no tiene 2.000 años de historia. Hace dos milenios existía el Sevilla FC y poco más que enlace con la nación española. Cabe considerar que ni Jesucristo había comenzado su predicación y estaba por Galilea ayudando en el negocio familiar. El Imperio Romano acaba de conquistar toda la península y el latín no estaba extendido entre la población peninsular (si quería ir por ese camino). Igual lo de los dos mil años viene porque Esperanza Aguirre, en su momento, dijo que la nación española tenía 3.000 años de historia y como se rieron de ella, Ayuso ha dicho, pues le bajo mil años y apañado.
España como Estado, como nación y ya se ha perdido
Ni Ayuso, ni Rodríguez, ni los asesores tienen claros los conceptos de Estado y nación. España, y es algo discutible, podría ser un Estado tras la reconquista de Granada, pero no era una nación. La Hispanidad, si se quiere tomar ese camino, no es un sentimiento nacional (para que exista nación deben existir nacionalistas, cabe recordar) sino cultural o espiritual que decir Ramiro de Maeztu: “Entonces percibimos el espíritu de la Hispanidad como una luz de lo alto. Desunidos, dispersos, nos damos cuenta de que la libertad no ha sido, ni puede ser, lazo de unión. Los pueblos no se unen en libertad, sino en la comunidad. Nuestra comunidad no es geográfica, sino espiritual. Es en el espíritu donde hallamos al mismo tiempo la comunidad y el ideal. Y es la Historia quien nos lo descubre. En cierto sentido está sobre la Historia, porque es el catolicismo” (Acción Española, Tomo I, número 1, 15 diciembre 1931). Un discurso antagónico al de Ayuso, por cierto.
Hasta el momento, Ayuso ha cogido retazos de aquí y de allí y los ha juntado para ver si le quedaba un discurso con pretensiones doctrinales. El problema es que ha mezclado churras con merinas y le ha salido un engendro difícil de explicar salvo por la indigencia intelectual. El 2 de mayo sí puede ser considerado como el momento en que una nación, la española, comenzó su efervescencia hacia la constitución de la misma. De hecho la existencia de una nación antes del período de la Ilustración (salvo la consideración de nacionalidades, que podrían asemejarse a las regionalidades del lenguaje actual) supone un conflicto histórico. Sí existía un Estado, pero no era un Estado-nación. De hecho se necesitaba a los burgueses en su apogeo para ello… algo posterior.
Monarquía católica y universal
Ayuso, que era muy flecha de jovenzuela, tiene reminiscencias del falangismo, de lo que ha escuchado a Aguirre y sus Friedman-boys, de una charla en la embajada de Italia y una carta episcopal que leyó mientras esperaba en el dentista. Eso se ve reflejado en el discurso patético que ha expresado. No porque los precedentes sean patéticos en sí sino porque ha intentado encajar lo que no se puede encajar salvo para llenar todo de contradicciones. Los asesores, que tienen más delito, no han debido ni revisar el discurso porque confían en las buenas artes de las subvenciones. Y que los 70.000 euros al año no se consiguen trabajando en una empresa seria sin dar ni golpe y cualquier dice que son burradas lo que allí hay escrito.
La máxima burrada ha sido entroncar la monarquía con el catolicismo (algo accidental) y establecer con ello la universalidad de la corona española. Si los reyes españoles tuvieron cierta universalidad fue más por la espada que por la biblia. Muy católicos ellos fueron y bien que lo sufrieron las arcas de Castilla, pero de ahí a dotar de universalidad a la monarquía hay un paso hacia el abismo de la estupidez y la incultura. Católico es sinónimo de universal (καθολικός: que es común a todos) pero como adjetivo respecto de un sustantivo como monarquía es la tercera acepción de la RAE (Perteneciente o relativo a la religión católica). La monarquía puede ser católica, protestante, judía, laica o el adjetivo que le quieran poner. Lo que significa el término es el gobierno de uno y el Estado gobernado por un monarca, no más allá. De hecho a lo que se refiere Ayuso es a Emperador o Imperio (que tiene bajo su poder a otros Estados o monarcas). Categorías básicas de teoría política que parece no controlar.
La patria en el bolsillo
No hace falta leer el libro de Giorgio Agamben, El reino y la gloria (originalmente en Pre-Textos pero ahora hay que acudir a la editorial Adriana Hidalgo para conseguirlo), para conocer estas cosas. No hace falta acudir a lo religioso para hablar del sentimiento monárquico de uno mismo –y menos cuando se pasa por la entrepierna toda la Doctrina Social de la Iglesia católica-, aunque Carl Schmitt hablase de Teología Política, con un conocimiento mínimo, de barra de bar y partida de mus, bastaba para no meter la pata. Ser liberal no concede bula para ser inculto (aunque en muchos caso lo parezca).
Se puede hacer un discurso patriótico enorme, grandioso, satisfactorio para todos los españoles sin irse tan lejos como hace dos milenios o entroncar la monarquía con el catolicismo (sí se puede hablar de las raíces cristianas de España porque son evidentes) y la universalidad de no se sabe qué metiendo a Maeztu con calzador. Con revisar discursos de José Antonio Primo de Rivera, de Ramiro Ledesma Ramos, de Blas Piñar (como hace de vez en cuando Santiago Abascal) o de Gustavo Bueno ya se tiene material de derechas para molestar a Vox, pero hay que hacerlo con conocimiento de causa y buenos asesores. Con asesores un poco más listos que una misma bastaría.
El problema es que en el PP la patria no está simbolizada en la bandera de España sino en la cuenta bancaria. Y pasa lo que pasa. De estar a un paso de una revolución nacional se acaba cayendo en el ridículo del neoliberalismo de la patria en la cartera. Nadie puede negar que haga falta, en estos tiempos, un discurso nacional, un discurso sobre España, pero lo que ha perpetrado Ayuso es para que vuelva a las aulas a estudiar junto a sus asesores. Confirma también que no hay mejor educación en los centros privados o concertados que en los públicos (discurso PP). Y, por último, demostraría que tiene comprada a la prensa de derechas (y alguna progre) porque si lo dicho por Ayuso hubiese sido escupido por cualquier político progre…