Como decía Miguel Ángel Quintana Paz ayer mismo en una entrevista en Voz Populi, no se sabe si lo que están moviendo las élites a nivel mundial se decide en reuniones secretas, en una logia masónica o en una playa del caribe. Lo mismo da si lo han decidido conscientemente o no. Es obvio que existe un intento clarísimo de cambiar de raíz los valores, la historia y las mentes de las personas occidentales. De raíz supone acabar con todo lo que de tradicional existe en toda la cultura de Occidente. Entendiendo lo tradicional como algo persistente en el tiempo. Algunas de esas cosas que han constituido a la persona occidental y que son parte de su fundamento cultural, por ende social y político.
El ser humano no deja de ser un animal simbólico y por ello va construyendo a lo largo de la historia una serie de relatos que están profundamente inscritos en el inconsciente colectivo. La carga de los rohirrim puede poner los pelos de punto a cualquier occidental porque es parte de su acervo cultural, en especial el ser europeo. Todo eso quiere ser desmontado hasta lo más profundo del ser occidental. ¿Por qué? Tal vez por aquello de convertir el orbe en un mundo completamente plano en lo cultural. Una especie de macdonalización de las culturas y las mentes.
El proceso de secularización de la modernidad al final no fue más que el cambio de unos elementos simbólicos trasladados a otros sujetos. La majestad de los reyes se traspasó a los dirigentes políticos; la auctoritas salió de la sabiduría o lo cristiano para aposentarse en el conocido o el famoso; la cristiandad se transformó en la nación de los Estados (que no la nacionalidad que siempre ha tenido su fermento cultural); se descabalgó a dios para entronizar al mercado; y así en todos los órdenes sociopolíticos. Es muy conocido todo ello y no suponía un problema cultural mayor de desvestir a un santo para vestir a un laico. El inconsciente colectivo seguía manteniendo el núcleo básico cultural.
En estos tiempos de postmodernidad (porque todavía nadie ha logrado dar con un nombre que encaje con esta era) la pretensión es acabar con los núcleos fundamentales de todos los mitologemas inscritos en el inconsciente colectivo de Occidente (y de Oriente, pero no es parte del análisis). ¿Qué es un mitologema? Retomando a Kerenyi, Jung o García Pelayo se puede decir que es “un conjunto de representaciones manifestadas en imágenes y símbolos, amalgamadas en un todo y susceptibles de modificaciones mientras se conserve el núcleo”. Esos mitologemas, firmemente asentados en las zonas limitadas de significación de la cultura, son los que se pretenden destruir. Lo que supone acabar con el fundamento cultural de Europa (y en parte Occidente).
Este fin de semana se quejaba Diego Blanco (autor de la muy conocida Un camino inesperado: desvelando la parábola de El señor de los anillos, Ediciones Encuentro) del destrozo voluntario que están haciendo con la precuela de J. R. R. Tolkien. Le molesta que eliminen la sustancia católica que recorre toda su obra (que no sería lo peor); que el bien y el mal sean tratados de forma meliflua, haciendo de los malos unos tipos que casi deben ser integrados en el conjunto pese a su maldad probada; que los personajes abandonen el corpus tolkienano para abrazar el wokismo. Al final la queja, sin saberlo Blanco, no es más que un proceso abierto hace tiempo contra los mitologemas occidentales.
No es importante que Galadriel tenga más presencia, por una cuestión feminista, siempre que el mito conserve su fundamento, lo que es peligroso es que se cambie la estructura fundamental para abrazar identidades ficticias, el deseo inagotable o la miseria moral. Todos los cambios que se hacen en los personajes de relatos clásicos y simbólicos, en especial en lo referente a las razas, esconde en su fondo un cambio más importante como es desarraigar las mentes de sus mitos culturales. Nada tiene que ver con la raza en sí, ni con el racismo, sino con el cambio que se produce en los elementos simbólicos. Acabar con símbolos para cambiar el mundo.
Constantemente, así sucede con la moda esa de resignificar a grandes personajes con la mentalidad postmoderna actual para defenestrarlos, se viene trabajando en la destrucción de la cultura europea, de su historia y de sus mitos. Si hacemos caso a Joseph Campbell el mito es “la entrada secreta por la cual las inagotables energías del cosmos se vierten en las manifestaciones culturales humanas” (El héroe de las mil caras, Fondo de Cultura Económica, p. 11). Esas energías deben ser destruidas en el caso de los lugares donde la identidad histórica es más fuerte. Una cultura de milenios. Apoyar identidades inventadas o frágiles (al empuje del capitalismo) es lo postmoderno. No porque aporten una mejor concepción del bien común (o del bien en sí mismo) sino porque sirven para acabar con los mitos europeos.
No es un proceso de época. No es una fórmula de generar una comunidad cultural nueva (una mitopoeia). No es buscar el bien común universal (los postmodernos, como buenos nihilistas, no creen en lo universal). No, es acabar con los valores occidentales europeos. Europa, como potencia cultural, es el último bastión que le queda a esa alianza neoliberal libertaria (con sus dos caras, de derechas y de izquierdas) para acabar con las restricciones a su totalitarismo mental-cultural.
Normal que Francis Fukuyama se asustara ante las respuestas identitarias o culturales en Europa a la globalización. No les sirve a las élites globales para su fin propio. Por ello atacan desde el wokismo, desde el nihilismo y desde lo empresarial (todos esos objetivos de Responsabilidad Social Corporativa o esas series que sí tienen financiación y promoción). La banalidad del mal, lo demoníaco, la ruptura cultural, la destrucción de los barrios obreros, la música sin música… todo ello es parte de la pretensión de la destrucción de los mitologemas.