Son millones los euros de las finanzas públicas que los partidos políticos vienen gastando en asesores políticos, económicos o, simplemente, colegas a los que colocan al lado para darles un magnífico sueldo que en la empresa privada ni ganarían. Miles de asesores en toda España, desde un Ayuntamiento a la presidencia del Gobierno, y al final no saben hacer ni la O. Todos han pasado por muchos cursos de liderazgo y resulta que ni saben lo que es, ni cómo pueden hacer que el dirigente al que asesoran quede como un completo inepto. Lo peor, que algunos hasta aparecen en televisión pontificando y dándoselas de expertos o expertas (que en esto está todo repartido entre ambos sexos).
Se lleva una semana en España hablando de protocolos de aborto, por ejemplo, de que si esto o lo otro. Otras semanas son otros temas, pero todos bajo el marco de que “nosotros” somos los buenos y “ellos” los malos. Una simple dicotomía donde se piensa que el ciudadano es medio tonto. La verdad es que hay muchos con un cerebro simple que se dejan atrapar por esta manipulación, pero la realidad es que al final consiguen el hastío de la mayoría. Que seguramente sea lo que pretendan aunque acaben quejándose de la dejadez de las personas.
Tomando como ejemplo el tema del aborto, a Vox –partido al que ya se le ven las costuras ultraliberales en lo económico y social– dice que va a sacar un protocolo antiaborto con una serie de características y bla, bla, bla. Cualquier asesor decente, por ejemplo, del Gobierno tendría ante sí tres opciones. Decirle a Pedro Sánchez (o cualquier otro dirigente socialista) deberías callarte y pasar de estos busca broncas; deberías apoyarlo y hacerlo tuyo o darle la vuelta; o deberías salir a atacarles para intentar recuperar el voto de las mujeres. Lo mismo vale para otros temas y otros partidos.
El asesor o asesores han elegido mal. Si se hubiesen callado en el PSOE no habría habido mucha más polémica. En medios habría estado un par de días con suerte y a otra cosa. ¿Qué cosa? No opacar, por ejemplo, la presencia de buena parte de los miembros del Gobierno en el Foro de Davos, o la reunión bilateral con Francia. Por atacar, el tema sigue en prensa y columnas, y lo otro queda como en un aparte. También podrían haber dicho “Esa propuesta es interesante ¿cómo la va a desarrollar si en la sanidad pública hay pocos equipos y se necesitan para otro tipo de urgencias?”. De esta forma hubiesen conseguido dejar a Vox como idiotas o como gentes que quieren derivar más dinero a entidades privadas, pero la cuestión en sí del aborto quedaría disuelta, y le habrían dado la vuelta. Pero no, han tenido que salir al ataque, metiendo la pata, además, pues lo del protocolo era una especie de globo sonda y han quedado como un gobierno dictatorial. Justo lo que les convenía a los otros.
Isabel Díaz Ayuso ha salido a defender la postura, pudiendo haber elegido las otras dos opciones (silencio o enfrentarse diciendo que la libertad de la persona para actuar está por encima de moralismos baratos, como defendería cualquier buen liberal), ha elegido la más mala a sus intereses. Al decir que pondrá un teléfono para atención de las mujeres que deseen abortar, primero, queda a remolque de Vox, con quien compite para quitarle voto; segundo, deja la puerta abierta a su propia oposición para que le diga si ese teléfono va a funcionar tan bien como el de violencia machista, el 112 y otros teléfonos que ni contestan en la Comunidad.
Al final ni se fomenta un debate serio en torno al aborto, ni se actúa con cabeza, todo es una debate buenos y malos que impide el desarrollo normal de un sistema democrático que se pretende liberal, ergo racional. Realmente las mujeres que vayan a abortar les dan igual, todo está enfocado en una batalla entre el bien y el mal, sin fijar qué es el bien o qué es el mal, porque pensar en el bien común, en el bien de todos, es muy cansado para mentes tan débiles. Incluyendo las mentes de los asesores, esos y esas que nos cuestan miles de millones para nada.