Las prospecciones electorales, eso que comúnmente se llaman encuestas, solamente marcan tendencias. La proyección de escaños es una filfa inventada por los que viven de ello, pues cualquier politólogo o sociólogo conoce que con tres respuestas en una provincia lanzarse a repartir escaños es invención o brujería, por no hablar de engaño. Las encuestas electorales no suelen pasar de 1.500 entrevistas y aunque las empresas tienen su propio histórico (a lo que se agarran para proyectar escaños) es complicado acertar, mucho más cuando las elecciones están lejos en el horizonte temporal. Ahora bien, lo que es raro es que las encuestas muestren algo distinto al comportamiento electoral de las personas. Esto es, al momento concreto y fiable en el que han depositado su voto.
Desde hace casi cuatro años, las proyecciones electorales vienen ofreciendo entre 25 y 35 escaños al conglomerado Unidas Podemos. Si se le suman los grupúsculos suman cuatro más, mientras que la realidad del voto ciudadano muestra que van desapareciendo o quedando en minoría muy minoritaria en las distintas comunidades autónomas. En las elecciones castellano-leonesas, las madrileñas, las andaluzas y las catalanas el conglomerado ha perdido escaño tras escaño, salvo en Madrid donde Más Madrid se aupó a la segunda posición. Pero Más Madrid ni es Podemos, ni es Izquierda Unida, ni es un partido nacional en realidad. Allí donde existe un Más-el-pueblo-que-sea es una escisión del conglomerado e, incluso, del PSOE, pero minoritario, muy minoritario.
Pero en Madrid los 37 escaños se reparten entre cuatro o cinco partidos, no generan 32 ó 25 escaños. Barcelona también reparte una buen cantidad, así como Valencia y Sevilla, pero allí ya están da capa caída. ¿De dónde salen todos esos escaños? Desde luego la realidad, el voto en urna realizado, no señala que existan tantos. En los parlamentos regionales suman poco más que esa cantidad (en Galicia y Castilla-La Mancha ni existen),y las circunscripciones electorales no son tan grandes en las elecciones nacionales. Tampoco vale hablar de abstención porque se ha votado en un porcentaje más o menos similar. No hay voto oculto, ni nada por el estilo. Por ello, lo más probable es que se pierdan escaños en mayor cantidad de la que se prospecta.
A esto hay que sumar algo que es bastante más subjetivo que la mera encuesta y que el voto regional, el sentir de la calle. Todas las leyes podemitas han causado bronca. Las mujeres les han abandonado a riadas (como hacen con el PSOE) por la Ley del Sí es Sí y la Ley Transgenerista; la clase trabajadora no les entiende cuando hablan; y los cabreados del PSOE (verdadero nutriente de Podemos) ya están cabreados con también con Podemos. Pensar que todo lo que sucede en política es como Madrid y alguna que otra capital regional, es un error mayúsculo y esto, que no se mide tanto en las encuestas, es fundamental para el devenir del conglomerado.
Si, además, están de bronca continuada con la otra parte del Gobierno (demuestran que siendo minoría un no saber estar en los órganos gubernamentales) y dentro del conglomerado, por una mera cuestión de cargo y sueldazo, es raro que se proyecten tantos escaños. Con suerte tendrán de 7 a 10 escaños y eso en una campaña electoral muy intensa. Si la decepción que se capta en la calle o las redes sociales se traslada a las urnas (vía abstención) igual esos 10 serán muchos.
Por esta miseria electoral se están peleando Ione Belarra, Yolanda Díaz y el patriarca Pablo Iglesias. El proyecto de Sumar va añadiendo gentes (parece que los errejoners se suman) minoritarias, pero tienen al votante del PCE-IU clásico muy alejado. En podemos no desprecian sumarse pero controlando elles las primarias y así hacer la trece-catorce a Díaz. ¡A la desbrozadora quieren engañar! Todas las broncas son por cargos, no hay nada estratégico, programático o ideológico en todo ello. Como siempre ha sucedido en Podemos/Unidas Podemos. Es el wokismo en estado más puro (por mucho que algún personaje se posicione desde las columnas periodísticas contra ese estado de cosas). Las posibles diferencias entre Belarra, Díaz, Íñigo Errejón, Enrique Santiago o Alberto Garzón tienen más que ver con el color del coche oficial que por algo que tenga que ver con la política de izquierdas.
La clase trabajadora, en su sentido más amplio, seguirá huérfana de representación. Ni Sumar-Podemos-IU-PSOE-y cosas regionales les defienden. Son el wokismo globalista de las élites gobernantes, con añadido de pensar sinceramente que los españoles son gilipollas. Con todo esto demuestran, como dice Antonio J. Jiménez, que son ya casta.