Los “subvencionados” de la prensa ya han determinado que Vox ha perdido la moción de censura y que esto refuerza a Alberto Núñez Feijóo. En realidad decían lo mismo desde que Federico Jiménez Losantos pasase de alabar a Ramón Tamames en la radio a calificarle poco menos que de gagá a los pocos días –debe ser que recibió instrucciones de los donantes (y no de órganos) –. Vox no iba a ganar para la prensa de derechas (el 80% de los periódicos), obviamente, tampoco en la prensa de izquierdas y nada en la globalista (que es el 99,9%). Pero la política no va de ganar o perder estúpidos debates, al final lo que importa es lo que se deja entrever en los discursos, actitudes y luego, más al fondo, el espectáculo.
Todos los partidos se dedican al espectáculo, primeramente (ayer estuvo magistral Gabriel Albiac señalando algo parecido), y luego si eso la actitud y el discurso. Y cuando se dice el discurso no se hace referencia al parloteo en politiqués y el intento de vomitar algunas frases ingeniosas para que sugus, palmeros, lamesables y demás especímenes sin cabeza del mundo digital se lapiden unos a otros. Siempre sin pensar demasiado en la frase utilizada. Ausencia completa de raciocinio, ética o personalidad. Cacatúas mal encaradas. El discurso político no sólo debe hacer referencia a la realidad, ergo a la verdad o cierta verdad, sino a lo trascendente o espiritual. Y no, no vale el cambio climático como trascendencia pese a que el presidente del Gobierno lo pretenda.
Vox ni ha ganado, ni ha perdido el debate en la moción de censura. Sencillamente no ha comparecido en el mismo. Al menos no lo ha hecho si quería que la moción tuviese alguna utilidad partidista o patriótica. Las mociones se presentan, casi siempre, para vencerlas. Bien en la cámara correspondiente, bien ante el pueblo. Ni la gente, ni la ciudadanía, ni el sursum corda, el pueblo –con todo lo que ello comporta y que populistas, demagogos y profilácticos de la globalidad no entienden–. En la cámara era casi imposible la victoria, pero tampoco ha dejado huella en el pueblo.
Si se observa el caso francés, de esta misma semana, Emmanuel Macron ha vencido dos mociones de censura que le han presentado por la reforma de la edad de jubilación, el alza de los precios de los productos básicos y estar dedicado a las cosas globalistas y no a lo francés. Ganar ha ganado en el mundo politiqués, pero ha salido derrotado en el mundo real. De hecho se ha llevado dos collejas de esas que se escuchan hasta al otro lado del Canal de la Mancha.
Vox lo tenía fácil porque, gracias a los aparatos ideológicos y su horroroso desempeño, el 72% de los españoles piensan que es poco menos que una sabandija, un ególatra y un vendido a Marruecos. Remaba a favor de corriente en lo que se dilucida en la opinión pública. Colocar a Tamames (al que ignoran o desprecian no pocos estudiantes de Estructura Económica de España, incluido quien esto escribe, por cansino) podía tener su gracia si no fuese porque el ex-profesor no tiene proyección social alguna en estos tiempos. Pero como censor podría tener un pase, siempre y cuando Santiago Abascal se hubiese dedicado a presentar su visión de futuro.
Cuando se sabe que no se va a vencer numéricamente hay que exponer un discurso a futuro, con referencia a los valores compartidos y todo lo que uno piense que puede ser favorable para España. Pero no. Abascal ha tenido que hacer el orangután parlamentario enzarzándose en una pelea en la cual, por la prensa y el hastío popular, no tenía oportunidad alguna. ¿Qué España quiere Abascal? ¿La de El Yunque, como pareció en algunos tramos, y que nada tiene que ver con el catolicismo? ¿La de la Escuela de Chicago en lo económico y social, como se sabe que les gusta en Vox? ¿Cuál es el camino? ¿Cuál el sentido que tiene la persona para Vox? Todo lo que acaba impregnando la mente de las personas quedó sin respuesta.
Evidentemente Pedro Sánchez iba a aprovechar para lanzar su mitin de dos horas (otro error que no toca analizar aquí) y tocar las narices a Podemos con el papel estelar de Yolanda “desbrozadora” Díaz. Y a fe que lo ha conseguido, aunque ello no le reporte dos votos más. Mientras tanto el pueblo sigue sin saber qué quieren, si gobernasen, Abascal y su troupe. Sus asesores son la cosa más inútil e incapaz de la historia parlamentaria después de los de Pablo Manuel Iglesias. Lo que debía ser una moción de censura se ha transformado en una moción de ternura para Feijóo y Sánchez. Ya pueden ir en pelotas por la calle porque es obvio que Abascal no les va a quitar ni un voto, ni el discurso popular. Por segunda ocasión ha perdido la oportunidad de quitarse la imagen de histrión… igual es que hasta lo es.